Morfinismo
Franco Barberis [@] [www]

Ayer, estaba yo sentado en el parque, y sé que no fue ayer, que no pudo haber sido ayer, en parte porque lo soñé anoche y en parque porque no fue; pero estaba yo sentado en el parque, creo que fumando debajo de un árbol, o al menos en ese estado, en ese estado en el que no hace falta tener un cigarrillo en la mano para estar fumando debajo de un árbol, y también estaba ella, no ahí pero cerca, y se acercó a preguntarme algo, no importa qué, no lo recuerdo, pero era algo que sólo podía decirle yo, porque ella es una de esas personas que te hacen sentir importante cada vez que te dirigen la palabra, aunque sea una estupidez, algo personal, cualquier cosa, que en este momento no recuerdo, pero que sólo yo podía responderle, sólo yo y ella quería saberlo. Y ese interés significaba para mí mucho más que la trivialidad que debe haberme preguntado, porque era, sobre todo, un interés en mí. Y yo, mientras, me acordaba de la negra, siempre me acuerdo de la negra cuando me siento así, o cuando me pasan por la cabeza cosas como aquellas, porque con la negra estoy hace más de tres años, ¡cómo la quiero a la negra!, y sin embargo en ese momento pensaba que si la besara, no a la negra, sino a ella, que si la besara, yo sería el tipo más feliz del mundo. Entonces, me acordaba de la negra y estaba seguro de que no iba a besarla, de que yo nunca la besaría estando con la negra, y cuando vino a preguntarme, cuando estaba por responderle, no recuerdo qué cosa, pero algo que sólo yo podía saber y que ella quería conocer, la vi así, en cámara lenta, porque en los sueños uno puede darse el lujo de ver las cosas en cámara lenta, aunque no sé muy bien qué tiene de bueno, porque en la mayoría de los sueños me fajan, como el otro día en la cancha de Unión Florida, me acuerdo y me duele el culo, no sé para qué lo recuerdo, pero es así, el recuerdo de esos sueños es tan abstracto o irreal como los sueños mismos, y si te fajaban, terminan fajándote dos veces, pero bueno, te decía que la veía en cámara lenta cuando se sentaba a mi lado, el pelo se le movía un poco y se sentía un olor a flores, no a cualquiera, creo que a jazmín, porque el jacarandá tiene olor a rancio y ese lugar estaba lleno de jacarandás, o jacarandáes, creo que a jazmín, y pude ver sus labios. A sus labios puedo verlos siempre, o al menos en mi sueño yo pensaba que podía verlos siempre, sin embargo me daba cuenta de que nunca los había visto como en ese momento los veía, y otra vez me acordé de la negra y pensé en lo feliz que sería si besaba esos labios; a modo de sinécdoque, lo digo, porque esos labios no me hubieran interesado para nada si no fueran de ella, y mientras yo me debatía entre el recuerdo de la negra y salir rajando, seguro de que no iba a besarla, la vi mirarme así, así como no deben haberme mirado más de dos veces en la vida. No sé bien cómo es, aunque la imagen me quedó grabada, es como si yo estuviera representando algo más grande, o más lejano o más ajeno, como si yo fuera el embajador de una otredad, de una otredad que para quien me está mirando así, es como si fuera tan propia de mí, igual que cuando se acercó a preguntarme..., o mejor dicho, cuando me preguntaba, porque me preguntaba algo que sólo yo podía saber y que a ella le interesaba, y lo que a ella le interesaba no era la respuesta, sino yo, o algo parecido; la pregunta era sólo un pretexto para acercarse, como ahora esa mirada era un puente para otra cosa, y yo seguía pensando, seguro de que no iba a besarla, en lo feliz que me haría ese beso. Fue ahí cuando me di cuenta de que iba a besarme, de lo cerca que estaba la felicidad, yo sólo tenía que cerrar los ojos, tranquilo, porque mi voluntad no contaba, porque a la negra no le estaba haciendo nada, porque era ella, y sentía a la felicidad tan cerca. Sabía que ese beso iba a venir, sabía que yo la negra, pero ella Alejo, y a fin de cuentas, a todo lo hacía ella. Entonces cerré los ojos cuando empezaba a acercarse cerrando los suyos, trayéndome sus labios rojos y húmedos, en cámara lenta y con ese olor a flores que le salía del pelo.

Después de besarnos nos miramos como si hubiéramos despertado, en el sueño, como concientes de que era un sueño, un sueño tan real que no había razón para que no pudiéramos abrir los ojos y seguir viviéndolo. El problema era, en primer lugar, que no sabíamos cuál de los dos estaba soñando, en el sueño, digo, porque ahora ya sé que era yo, o por lo menos que yo era uno de los que soñaba, porque pienso que en una de esas también ella, pero cómo saberlo, porque ella en el sueño me era tan familiar que la debo haber deseado siempre, sin haber dejado de querer nunca a la negra, incluso debo haberla conocido antes que a la negra, y sin embargo no sé quién es. Tengo, sí, el recuerdo de su rostro cuando me miraba así, que más que su rostro eran sus ojos y sus labios y el olor a jazmín del pelo que se movía en cámara lenta, aunque ahora no estoy seguro de si era jazmín, era alguna flor con ese olor almidonado que sólo recuerdo haber adivinado en el café y en el arroz con leche, pero no era ni café ni arroz con leche, era una flor. También sé que su novio se llamaba Alejo. Su novio se llamaba Alejo y yo no puedo recordar su nombre, para colmo no sé por dónde empezar a buscarla, porque de todos los que tengo, el único dato confiable es el nombre de Alejo, y yo, del único Alejo que sé, es de un barrabrava del Club Atlético Unión Florida, equipo que, por otra parte, desconozco absolutamente.

30/10/02

 

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