De repente
me encontré en un pequeño habitáculo, nada a mi alrededor... sólo
yo. Las paredes lisas, de un color gris oscuro, no me decían nada...
¡Luz!... Por una claraboya, entraban tímidos, unos cuantos rayos de
sol desperdigados. El silencio era atronador. El latido de mi corazón
parecía estar amplificado y mi respiración era tan agitada como las
olas de un mar bravío. Empecé a tocar las paredes, queriendo encontrar
la salida, pero no había salida. De como llegué allí nada puedo decir,
pues no lo recuerdo. Me acurruqué en una esquina con la cabeza sobre
mis piernas, que a su vez eran recogidas por mis brazos y permanecían
pegadas a mi cuerpo. Mis pensamientos, sin orden y sin concierto, empezaron
a vagar por mi mente y en un preciso momento, creo que incluso, una
lágrima rodó por mi mejilla. Preguntarme
cómo, por qué y quien me había llevado allí, eran preguntas que me golpeaban
sin cesar. Pero no había respuestas. No sé cuanto tiempo pasó, pero
el sol dejó de entrar y se hizo la oscuridad. La penumbra invadió todo
mi ser y me sentí aun más sola. Creo que me desvanecí, o que soñé...
No puedo matizar; los sentidos estaban confundidos. Una tenue luz empezó
a entrar... El sol volvía a despertar y yo me sorprendí a mi misma,
en la postura, que no sé cuanto tiempo hacía, había adoptado. Empecé
a sentir hambre... Y sed... ¿Cuanto tiempo llevaría sin alimentarme?,
tampoco lo recordaba... No sentía las piernas e intenté moverme, descubriendo
un alarmante dolor en todo mi cuerpo. Debí de estar mucho tiempo sin
moverme y ahora casi no podía hacerlo. Al final, me puse en pie a pesar
de la resistencia que mi cuerpo ofrecía. Di un giro completo sobre mí,
intentando ver algo nuevo, que antes no hubiera visto... Pero fue inútil...
No había nada... Las mismas paredes grises... Y los mismos rayos del
sol. Y mi mente empezó a gritar, mas de mi garganta no salió ni un solo
gemido. Me llevé las manos al cuello, en
un intento de reconocer si la estructura estaba dañada. Sentí mis manos
frías y temblorosas y las miré... Tenían la piel seca y agrietada...
¿Qué estaba pasando? ¿Qué había pasado? Un vahído me hizo caer... Y
no quise volver a levantarme. El suelo estaba frío... Cerré los ojos
y sentí desbordarse un puñado de lágrimas que acabaron mojando mis labios...
Bebí mis lágrimas, saladas como el agua del mar, y la imagen de una
playa, con un mar sereno, se dibujó en mi mente. Era el primer pensamiento
ordenado que pasaba por mi cabeza, ¡insultante!... Por encontrarme en
una situación tan contraria. Aquel pensamiento, me dio alientos y quise
esforzarme por recordar algo... El dolor que se produjo en mi cabeza
fue inenarrable... y sin saber como, me oí en un grito desesperado de
rabia y dolor. Y me vi sujentandome la cabeza por miedo a perderla.
Cuál sería mi sorpresa, cuando mis manos, pudieron sentir la piel lisa...
¡Mis cabellos! ¡Mis cabellos! Mis manos parecieron enloquecer, queriendo
encontrar aquel cabello largo y espeso que siempre había poseido. Ahora,
mis ojos, desorbitados, parecían querer salir de sus cuencas. Solo podía
expresarme así, y el fino hilo que separaba la cordura de la locura,
amenazaba con romperse. Mas en medio de tal caos,
se impuso la cordura y me vi serena, tranquila, quieta... En un gesto
de abandono total, me despojé de mis vestiduras y quedé totalmente desnuda.
Mi cuerpo estaba delgado, antes no era así. Me tumbé en el suelo y con
los brazos en cruz, dejé que aquellos tímidos rayos de sol, tocaran
mi piel. Cerré los ojos... Me sentía observada. Y con miedo, mucho miedo,
los abrí lentamente. Las paredes habían desaparecido y el cielo se me
entregaba en su totalidad. Me incorporé, atónita, desconcertada... Mis
manos, veloces, corrieron a mi cabeza. ¡Mi pelo!... ¡Había vuelto! Me
miré. Estaba vestida. Miré a mi alrededor y no pude dar crédito a lo
que veía. Un mar, en calma total, movía sus olas despacio, hasta que
reposaban en la fina arena de la playa. El sol clavaba sus rayos en
mí hasta quemarme... Y por un momento, no supe cuál era mi realidad...