Función Privada
Daniel A. De Leo [@] [www]

Entré. La película ya había empezado. En toda la sala habría apenas diez personas. Elegí la séptima fila, cerca de la pantalla. Cerca del Terror en la oscuridad. Así se titulaba la película.

A los quince minutos me empecé a aburrir. Me costaba concentrarme, y el argumento se perdía en un caos de sombras, engaños y persecuciones. En fin, un bodrio exhibido para cuatro gatos locos en una sala decadente.

En un punto en que el espectador debía sentir la más escalofriante sensación de horror (eso es lo que creo que intentaba transmitir la escena con el frenético sonido y las imágenes desesperadas), se despertó en mí, por el contrario, una decepción tal que no pude evitar una carcajada. Decidí mandarme a mudar, pero cuando intenté levantarme algo rozó mi frente. Fue un segundo, y de pronto sentí un hilo o una cuerda presionándome el cuello desde atrás, lastimándome la piel. No supe reaccionar: las manos me temblaban, y yo permanecía duro, tenso, rendido a los impulsos de un maniático. Las imágenes de la pantalla se fueron borroneando, eran pálidas manchas de colores. Tuve miedo de moverme. Miedo de que el loco del asiento de atrás me cortara la garganta. ¿Nadie gritaba? ¿Nadie veía lo que estaba sucediendo? Por un momento no supe si mi piel se humedecía de sangre o transpiración.

-No le parece -susurró el loco asesino junto a mi oreja-. No le parece, estimado señor, que esta escena es de una intensidad insuperable?

De lo más hondo de mis terrores saqué valor y me llevé las manos al cuello. Pero la cuerda ya no estaba, y largué un suspiro.
Me di vuelta bruscamente.
Vi la cara del hombre bajo el resplandor de la pantalla, una cara distinta a la que había imaginado. Una cara de ojos mansamente claros, inocentes, y una sonrisa tímida. Sonrisa de estúpido. No, definitivamente no era el perfil de un asesino.

El tipo jugueteaba nervioso con el hilo de acero: lo enroscaba y lo desenroscaba en su pulgar. Se lo arrebaté, lo lancé por el aire y me llevé la mano al interior del sobretodo. La mantuve oculta un momento. Y, como en una escena tensa y prolongada, la fui sacando paulatinamente. En la cara del desgraciado iba creciendo el horror.

cerca de la pantalla | los impulsos de un maniático | el perfil de un asesino

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