Elena
Hidro [@] [www]

Elia entró al cuarto oscuro titubeando y la ausencia de aromas le apabulló por un instante; no se repuso hasta que sintió la suave textura de las cortinas que acariciaban su hombro desnudo. Caminó hacía donde creía que estaba la cama, sintiendo en las plantas de sus pies descalzos el mullido calor de la alfombra.

Un leve choque con la madera le indicó que estaba junto a la mesa de noche y sintió la imperiosa necesidad de encender la lamparilla, pero esa necesidad pereció al siguiente momento. Respiró profundo y la sensación del aire entrando por la boca, recorriendo su interior hasta hinchar sus pulmones acabo por tranquilizarla por completo. Sonrió sin verse y se tocó los labios dónde la sonrisa permanecía esculpida. Se sentó sobre la alfombra y dejó que su mano vagara sobre el piso hasta descubrir una horquilla, era una horquilla de Elena ¿La habría perdido la noche anterior? ¿O la anterior a la anterior?

Soltó su pelo mientras se incorporaba a tientas, pero cuidándose de no despertar a Elena. Palpó las sabanas y el contacto con la seda erizó sus vellos, desde el brazo hasta detrás de la nuca, se acurrucó y el cálido eflujo del cuerpo adyacente le despertó la memoria. En dos minutos recorrió su niñez huyendo de Elena, huyendo de las caricias ansiosas de aquella mujer, la que quería ser llamada madre, recorrió la adolescencia llena de lejanías, en casa de la tía marta, en el colegio y al final en su departamento en Rivera. Recorrió la textura de las cartas escritas en papel fino, el grosor de la tinta sepia en un discreto relieve sobre aquél papel tan fino. Recordó la suavidad con que se deshacían las cenizas de aquellas cartas entre las yemas de sus dedos, las cenizas de aquellas cartas no leídas, sólo palpadas y después arrojadas al cesto del olvido. Creyó cerrar los ojos ¿o estaban abiertos? No importaba, el aliento de Elena movía en cadencia siniestra los cabellos que le caían sobre el rostro, fue entonces que adelantó la mano un poco más allá de la nada, hasta encontrarla con un sinfín de montes y grietas trazadas en la piel por años, en la piel dura de Elena. Recorrió los ríos de dermis y fue descubriendo en ellos a sus autores, a su autora... a la misma Elia trazando surcos en la piel de Elena... una lágrima enfrió su mejilla, una segunda fue secada por el aliento apremiante de Elena, por sus dos últimas exhalaciones, que Elia no pudo oír, pero fueron suficientes para secar su rostro lagrimado.

 

Faro

Puente

Torre

Zeppelín

Rastreador

Nuevos

Arquitectos

sabanas | más allá de la nada