El
Zen del hombrecito pixelado
una
historia absolutamente inventada y absolutamente real
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Puedo
oir el clin de la moneda que ha caído lentamente a los adoquines,
siguiendo la línea vertical de sus larguísimas piernas zancudas,
escapando por el roto del bolsillo.
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Puedo imaginarle
corriendo calle abajo, manteniendo a duras penas el equilibrio,
extendiendo los brazos en toda su envergadura, por encima de los
coches aparcados, agachando la cabeza para no enredarse con las
pancartas, ni con las líneas de cable de las que se cuelgan en diciembre
las luces de Navidad, ni con los carteles de Fulanito, te quiero,
cásate conmigo que pusieron una vez los de Loquenecesitasesamor
o Hayunacartaparati para que un novio
se muriera de vergüenza. Puedo verle echando los brazos para
atrás, pero siempre con miedo de quedar sentado de culo, acelerando
por inercia, detrás de la monedita que veloz e inapreciable va en
busca de las ranuras de una alcantarilla.
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Y me da un poco
de pena el Hombrecito pixelado de las largas piernas, que pensaba
comprarse algo con la monedita, algo dulce a poder ser. Muy cansado
ya, estudia el modo de frenar para hacerse el menor daño posible:
las piernas largas son frágiles y quebradizas. Con muy mala suerte,
termina siendo atajado por una pareja de operarios que empujan un
largo vestidor con ruedas del que cuelgan muy pulcros cuarenta vestidos
de diseño de la última temporada. Al hombrecito pixelado le insulta
sin compasión la dueña de la boutique y nadie le ayuda a levantarse,
pero como está quieto, rasguñado, vapuleado en su amor propio, avisan
a la grúa municipal para que se lo lleve de la acera, donde entorpece
la visión de los escaparates. |
¿Dónde
te echamos, tú? le pregunta el conductor, que es de talante
bonachón, aunque se esfuerce en ocultarlo. Eeee-nnnn laa pppplaaazaaa
contesta el Hombrecito pixelado. Y le cogen del cuello de la camisa
con un gancho, y ahí va, ondeando cual estandarte, hacia el parque
más próximo. Te dejo caer en la hierba, tú, que es más blanda
dice el conductor. Vvvvvaaalee contesta el hombrecito pixelado.
Plof.
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Cae junto a un
árbol, junto a una papelera, junto a un banco verde.
Se arrastra hacia
los juegos infantiles y agarrándose a los travesaños trepadores
consigue ponerse de pie, se sacude el polvo de la ropa, se
recompone el sombrero de copa, comprueba que en efecto no tiene
nada roto y estira de nuevo los brazos para asegurarse de que no
le faltan botones y como hace calor se saca el traje y se queda
con su jersey rojo y el rojo atrae a un pajarito que le confunde
con un espantapájaros amable y pía para él algo que no entiende,
pero que le reconforta y él piensa que le dice: Qué bien que
te sienta ese sombrero de copa, Hombrecito pixelado y para sí
mismo agradece estar tan cerca del cielo, lleno de criaturas que
siempre le comprenden, aún sin palabras. A él, cuyo anhelo más secreto
fue el de ser pájaro.
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El pajarillo le
va orientando para que aparque su trasero y sus largas piernas en
el banco verde, como quien aparca un coche en un día imposible de
tráfico, y comparten un bocadillo de chorizo que algún niño olvidó
a la hora de la merienda. Las vidas más arduas también tienen
sus horas felices piensa el Hombrecito, Solo hay que dar
un paso y después otro. Nunca sabes si la moneda fugitiva vendrá
a buscarte, harta de rodar por los bolsillos de medio mundo.
Y suspira satisfecho contemplando a su nuevo amigo dar cuenta de
las últimas miguitas de pan.
(Ilustraciones
de Óscar)
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