La mirada de Eurídice
Francesc Pedragosa [@] [www]

Dejé que mis ojos barrieran el perímetro de la plaza, procurando que los sentidos recuperaran un cierto equilibrio, entre el frenético ajetreo de variopintas humanidades, y  ruidos del trafico. Sobre la algarabía, más bien, intentando cribarla, me fijé con detenimiento en la espaciosa fuente central, con sus múltiples chorros de agua, que se elevaban en el aire, y después de salpicar con miríadas de gotitas a la gente que se encontraba más próxima, volvía a caer, para volver a empezar el ciclo, una vez más. Sentado tranquilamente en una silla metalizada, sin esperar a nadie, sin que nadie me echara a faltar, saciada mi sed por una horchata bien fría,  los desbarajustes de mi alma expuestos sin pudores en las pupilas de mis ojos, y la sensación de ser un naúfrago varado en una isla de tórrido asfalto, ponía a volar la imaginación, como si de un sutil juego se tratase. Empeñado estaba yo buscando cualquier cosa, no importaba si viva o muerta, que me hiciera rebotar la mirada y al fin poder verme reflejado en ella como un espejo, pero sin muchas esperanzas de que algo así pudiera acontecerme, pues llevaba ya mucho tiempo malgastando miradas en vanas quimeras.

Junto a la fuente, un poco más hacía la izquierda, descubrí una estatua ecuestre, durante unos momentos dejé que mis ojos reposaran en ella. Así concentrado, me imaginé cabalgando el negro alazán, entre las avenidas repletas de caballos de metal que llenaban la ciudad estival, incluso podía oír el golpeteo de sus cascos sobre el abrasado asfalto, hasta que el estridente bocinazo de un autobús urbano, me trajo de nuevo a la realidad del aquí y el ahora. Así que volví a mi juego favorito, fui deslizando la mirada de izquierda a derecha, como una especie de barrido sistemático de mi entorno, dejé que se fijara en cualquier cosa que me llamase la atención. Una paloma se posó sobre el cuidado césped que circunvalaba la plaza, luego de un tanteo con sus graciosos movimientos, haciendo ir su cabeza de delante para atrás, se acercó al borde mismo de la zona ajardinada y se puso a picotear unas migajas de pan. Abandonaba su contemplación en el preciso momento en que se puso a volar y se perdió al otro lado de la fuente. Me fijé en una chica que estaba de pie llamando por teléfono desde una cabina pública, hacía grandes aspavientos para acompañar sus palabras, deduje que estaría discutiendo con alguien, probablemente su madre o su novio. La dejé atrás y me fui a posar sobre la marquesina de unos grandes almacenes; Rebajas de verano, ponía en grandes letras rojas. Como una gigantesca e insaciable boca, sus entradas engullían auténticas riadas humanas. Eso me recordó la ineludible obligación de comprar un sombrero para mitigar los efectos del sol a mi despoblada cabeza. Lo dejé para otra ocasión, ahora seguiría con mi azaroso periplo.

Un poco más acá, divisé una vieja que daba de comer a las palomas, a pesar de estar en plena canícula, iba vestida como si para ella aún fuese invierno, aquí me detuve. Después de observarla detenidamente, comprendí que para ella no existía el tiempo, ni siquiera el frío o el calor, para aquella mujer sólo existían las palomas y los mendrugos de pan, se había vuelto autista para todo lo demás. Me sentí como un intruso sin permiso para hurgar su intimidad, así que aparté la mirada y la fui desplazando hacía la derecha, pero antes de llegar a mi siguiente objetivo, ¡Blum! .............., la vi, mejor dicho, me topé con su mirada.

Se encontraba cuatro mesas hacía mi derecha, y estaba observándome. Me pregunté si llevaría mucho tiempo con sus ojos puestos en mí, por la  tenue sonrisa que se dibujó en sus labios, deduje que todo el tiempo. Aguanté su mirada, que era nítida y directa, sin adornos. Jamas me había  gustado la gente que observa detrás de unas oscuras gafas de sol, entre  otras cosas no se pueden ver, ni los ojos, ni la dirección de sus miradas. Ella sostuvo la mía, y para dejar bien claro de que iba el asunto, me guiñó un ojo, el derecho precisamente. En mi atolondramiento pensé que era un indicativo de su probable destreza. Bueno, creo que había dado por fin  con la horma de mi zapato. Estaba claro que su mirada me ponía nervioso, así que procuré disimular un poco,  apreté los dientes y seguí alimentando posibles afinidades.

Quizá no rebotara en la suya, pero tuvo la virtud de retener mis ojos en los suyos y perderme en aquellas dos brillantes gemas, como si al fin hubiera encontrado mi lugar, y todo lo demás no importara ya. Su siguiente jugada fue cruzar las piernas, con lo que me mostraba otra de sus armas, unos muslos aceptables. Pero la comunión de las dos almas no significaban sólo unas miradas cómplices y un cuerpo decente, no, había algo más que me inducía a seguir con el juego, que a estas alturas ya no era un simple juego, que vá, sino más bien los preliminares de un conocimiento más profundo y completo.

Debía, una vez fijado el objetivo, trazar un plan de acción, pero no podía precipitarme, ni dejar que mis impulsos me ganaran. Tenia que cerciorarme que la dama no esperase a nadie. Más de uno acabó en un sonoro planchazo al calcular erróneamente que la presunta,  no esperaba visita. Lo se de "una" fuente bastante fiable. Pero las cosas se precipitaron, antes de poder tomar una decisión al respecto, ella, después de apurar su trago, se levantó, por un instante pensé que después de todo, sólo se había limitado a jugar conmigo, como yo lo hacía habitualmente, y ahora tocaba marcharse dejando al pobre mirón con un palmo de narices, pero no, se dirigió hacía mi mesa y me pidió sentarse en ella.
Joder¡¡, le dije que sí, por supuesto. Sentada frente a mi, sus ojos eran dos luces pidiéndome paso, y yo no tuve más remedio que dárselo. A todo el cuadro, se añadía una voz sensual y profunda, de esas que resultan tan sexys cuando las oyes por primera vez, y unos ademanes milimetrados para dar confianza al interlocutor, en ese caso, yo.

Pronto nos descubrimos nuestras respectivas aficiones. La lectura fue la socorrida, por mi parte,  para darle un poco más de cohesión al encuentro, así que me puse a hablar sobre Miller, su experiencia en tierras Francesas,  y su verborrea narrativa, que marcó un estilo muy particular en la literatura contemporánea. Ella me seguía con aparente interés, Iba yo, creo que glosando los "polisincretismos"  de Primavera Negra, cuando, muy digna,  me puso su dedo pulgar  entre mis labios, dándome a entender que ya tenia bastante por hoy.

-Querido, creo que esta bien claro tu discurso sobre ese, ese tal Miller, así que, para que más preámbulos, siempre me gustaron las personas diligentes y dispuestas.
¡Diligente!, ahí estaba una clave, no sabía de que,  pero de seguro que después de pensar un poco, algo me saldría, lo cierto era que la tenia en el bote.
-Bien, -dije yo- podríamos dar un paseo mientras hablamos las, las..., podríamos ir al cine de reestreno, hay un montón de películas que quería rescatar, pero que no me apetecía por el hecho de ir solo, ¿que me dices?
-Que sé de algo mejor para pasar el rato, anda, vayámonos a mi casa.
-Esto, esto... vale, sí, porqué no, pero intentemos no medir el tiempo de forma convencional, las horas y los minutos ya no importan, no son nada. Ahora solo vale la sinfonía de nuestras almas, dejemos que ellas solas, en completa afinidad, dicten nuestros próximos pasos.
-Macho, no se que quieres decir con todo eso, pero te advierto que no lo hago gratis, hazte a la idea que mi tarifa son 5.000 por una paja, max. media hora. 10.000 por un francés, max. una hora. Y el completo te sale por 15.000, max. dos horas. Rebaja incluida, también acepto Visa, Master Card, y American Exprés.

-"(?%}±¦®¦Ë~~#@)"

 

 

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