Alfileres de acero
Adriana Pérez [@] [www]
"Una labor de acero,
mi oficio verdadero.
Funciones de burbuja
perdida en el pajar."
(Alejandro González)

En la fábrica, los alfileres se multiplicaban. Desde mi puesto intermedio de controladora de pulido, ya apenas podía adivinarlos... La producción aumentaba como en los buenos tiempos; como si las ventas lo permitieran. Llevaba enganchados los manguitos obligatorios en los brazos, y tenía delante el corcho imprescindible para las pruebas. Todo, como siempre, en esta cadena fabril que aún me permite comer. Horas sucediéndose con la sola ilusión de la espera del fin de la jornada. Pese a que, a veces, lo cierto es que me divertía -y tengo que expresarme en pasado, porque ya no volveré a disfrutar-, pues no todos los alfileres son iguales, ni siquiera los clasificados como tales... Pero voy a hablar de la jornada de hoy.

... Comencé el día en mi propia casa, estropeando la cafetera, con lo que me quedé sin desayunar, y con el sueño más adherido que otras veces. Mi marido se enfadó conmigo, y salimos de casa sin despedirnos... Por cierto que yo, además, con unos horribles calcetines llenos de bolas, que eran los únicos limpios disponibles.
Todo más o menos normal hasta ahí... Aunque después, yo no sé por qué, siguiente cruce de mala suerte: el conductor del autobús de hoy, era un viejo conocido que me detestaba cordialmente, hasta el punto de cerrarme la puerta en las narices, por, según él, "exceso de personal". Conclusión: hoy llegaría tarde al trabajo, o bien gastaba el sueldo del día en un taxi... Opté por lo primero, con tanta fortuna --¡menos mal!-- que se detuvo el coche flamante de un compañero veterano en la marquesina, y, a la voz de "¡sube!", me transportó cual a reinona en su novísima limusine --porque tal nos parecía a los dos. En fin, que llegué a la hora en punto a mi destino laboral.

... Siguiente escena: Andrés no estaba hoy.
¿Que quién es Andrés? Es el compañero del otro lado de mi mesa, el que etiqueta los alfileres y los distribuye. Pero, sobre todo, es el único que puedo llamar amigo en la fábrica, el único... A pesar de que nunca hemos hablado de nada, pues su puesto se halla muy alejado del mío. Pero, a veces, nos miramos tontamente a los ojos, y, de este modo, yo le digo lo que creo que él puede entender... Y él, con sus enormes ojos azules, me obliga a sentir el cielo que ninguna pared nos regala aquí.
No, Andrés no ha venido esta mañana, al menos, no todavía.
Me coloco los manguitos como todos los días, después de un "hola" frío a mis compañeros de jornada. Me siento y espero y miro a la pared que está detrás de su silla.
Sé que no va a volver nunca.
Cojo los alfileres y comienzo mis tareas, las láminas de acero resbalan en mis dedos torpes desde que llegué, pero más o menos desempeño mi trabajo. Mecánicamente, como siempre, pero hoy, además, sin ningún minuto de magia... Hoy no están sus ojos, cuando miro al frente para descansar. Algo me dice que mañana tampoco estarán, sus pupilas inquietas entre lo azul.

Las horas se deslizan como los alfileres: insufribles, lentas, aburridas. Cometo un error imperdonable, me dice alguien, pues he provocado un atasco que retrasará la producción una semana como mínimo... Me llevan al puesto del jefe de departamento comercial, pues el fallo ha sido "excesivo, excesivo", insiste.

...Nuevo accidente: Mancha roja en mi expediente, por negligencia. A punto han estado de descontarme el sueldo correspondiente a la cuantía de la supuesta pérdida económica que ha acarreado mi fallo, pero no se han atrevido a tanto -saben que estoy afiliada a un sindicato, y, aunque éste trabaja para el señor gerente porque así lo queremos todos, a veces creen que puede dañar su imagen si se lo propone... En fin, digo yo que por esta afiliación no optaron tampoco por rescindir unilateralmente mi contrato, aunque tampoco lo sé con certeza.
La verdad es que esto me ha puesto muy nerviosa. Pido permiso para irme a casa, pero me lo deniegan, claro, sólo faltaba...

...Más de hoy...No sé por qué, pero lo hago: le pregunto al jefe por la ausencia de Andrés. Y él se ríe, con una risa tonta que yo no comprendo. Se ríe cada vez con más fuerza, y me mira de reojo y se vuelve a reír, y después me da una palmadita en el hombro y me envía a mi puesto. Ahora sólo veo alfileres, sólo pienso en alfileres, en el acero pulido sin imperfecciones. Frente a mí está (pero, ¿por qué?), en el puesto de Andrés, el jefe comercial, yo no sé en qué instante ocupó esa silla, pero está allí. Cuando lo miro, él, que también me está mirando, me guiña un ojo. Uno de sus horribles ojos minúsculos de mirada vacía. Supongo que lo han puesto ahí para vigilar mejor nuestra sección. Supongo, supongo, supongo, conjeturas, intuiciones, tonterías...

Fin de la jornada. Grito:
- Señor jefe, ¿por qué está ocupando vd. la silla de Andrés?
Pero, antes de que pueda responderme, yo atravieso la puerta de salida, no quiero su respuesta, no me interesa.
Vuelta a casa. El autobús me recoge como siempre. Alguien tiene un periódico en la mano, y leo la noticia: Habla de Andrés. Por lo visto, le tocó la lotería y va a comprar todas las acciones que pueda de mi empresa, a la que no volverá en un puesto de producción directa, sino como grandísimo jefe... Ahí están, sus enormes ojos azules risueños.Pero yo no puedo alegrarme por su alegría. No, su felicidad va a ser mi tristeza inmediata, o ya lo ha sido, esta misma mañana.
Llego a casa. Mi marido no está. Enciendo la T.V., y noticias locales: Otra vez Andrés. Ahora sonrío, ahora sí: Andrés tiene una sección fija en ese programa dedicado a la producción de vino de aguja, pero ¿es posible?¿Cómo puede ser él?
Me duermo en el sofá: Demasiadas anécdotas extrañas para una sola rutina, lo mejor es perderme en el limbo que me regalan mis propios ojos cerrados.
Cuando despierto, ya es de noche. Pero yo he soñado con alfileres convertidos en agujas, con ojos azules mustios, con una sanción disciplinaria, con deudas, con un marido que me ignora, y, para rematar, con bolas y bolas en la lana de unos calcetines que yo me empeñaba en suprimir sin éxito... Y la cafetera sigue estropeada, uf!

 

 

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