Nada garantiza que el otoño no pronunciará nuestro nombre
Rodolfo Carmona [@] [www]

Llovizna poco a poco y una débil gasa de agua empapa la tierra. La lluvia ama al barro y lo corteja con burbujas fugaces. Finalmente se abrazan con los dedos del aire y renace el polvo como estatua de arcilla. Es el momento en el que las lombrices erigen su imperio, y como tal, ingobernable y efímero. Deja la humedad un vaho fugitivo entre los charcos, un aliento sutil y trasparente que se eleva hasta alcanzar la altura del olvido. Se pierde su eco como una nota difusa entre los capiteles de un altar mayor.

Arrecia y se ocultan las palomas del argavieso en un patio interior deshabitado.

Una taza de café, algo de música y un centenar de palabras. Es la hora de rumiar las esperanzas. El instante en que tocar los límites del ensueño. La oportunidad para dejar atrás los imposibles. La hora de partir hacia nosotros.

Una melodía llena el paisaje con un violín y un contrabajo. El azul aparece como un olmo solitario repleto de aquenios. Y al fondo, un horizonte oceánico y libertino nos permite acariciar el sexo a la belleza.

Llenamos el miedo con demonios ajenos, con verdades infantiles, con recuerdos aprehendidos en madrugadas de vacío. Cerramos las ventanas y sólo dejamos pasar a la penumbra. Y cuando, en contadas ocasiones, entra la claridad, acabamos poniendonos gafas osucras. Un muecín llama a la oración en una mezquita de Arabia y treinta sacerdotes dicen amén ante el cuerpo de Cristo. Un sinfín de avemarías surcan el espacio de Madrid y un budín de arándanos se ahoga en el retrete de un bar de carretera. Hacen el amor las prostitutas en un primer piso de la calle Nicanor Parra y los condones usados llegan a la plaza para ser comidos por las ratas. La rueda del destino gira a contra viento, por eso los mendigos siempre se mojan al mear.

Una película de gángsters por la tele, dos anuncios de compresas y la autopsia de un cadáver en directo por el canal cuatro. Le horadan el tórax tres individuos vestidos de azul y tocados con un bombín inglés. El mundo lanza llamaradas y se abren tres flores cada vez que estalla una mina. Un paso separa la locura de la inmundicia, de un poema, de dos frases de amor, de una despedida, de un tiro en la sien, de un estar de vuelta de todo, de un estoy bien está noche. La frontera no existe cuando eres un espalda mojada. El muro se levanta invisible cuando sospechas del tono de la piel. Hemos perdido la batalla por hoy.

Las cigüeñas no necesitan pasaporte para cruzar un continente. Las cigüeñas anidan en las torres de cualquier iglesia, pero no piensan en dios. Una botella de vino gran reserva dormita en la bodega y beben agua los insectos del naranjo. Hoy es un beso melancólico, un tango descreído, un mal paso de ballet, una sonrisa, un luto por mí, un libro no leído. Mañana tal vez cambien los pliegues de la historia. Un poemario de sexo sin despedida, un bolero sin malos rollos, un orgasmo a tiempo, una promesa de genio con los píes en el suelo, la novena sinfonía de Bethoven; es todo el equipaje que quisiera para este viaje que vivimos. Nunca se escucha el mar en las caracolas, pero creemos que sí y es más que suficiente para no oler su lecho corrompido.

La literatura nos sirve para adoptar pose de escritor y mirar al sol por las mañanas. Los aprendices de brujo adoran al gurú que sale en las portadas y queda bien en las revistas. Los cielos literarios están cuajados de nubes y obras de arte. No hace falta más que leer los anuncios promocionales en la sección de novedades.

Llueve todavía. Se calla la música, la banda sonora de muelle y taberna, que dispuso el azar. Se suicidan las hojas con el frío y esparcen por el suelo los nombres de Lowry, Roth, Toole, Larra, Storni, Márai, Pizarnik, Pavese, Bukowski. Las íntimas miserias y la grandeza literaria no siempre conjugan el verbo esperanza. Escribamos pues con el propio eco que delatan nuestros dedos, con las palabras que acuden a la fiesta, con las sílabas exactas que escupe nuestro ser. No siempre estará la luz al final de cada folio, es verdad. Y nada nos garantiza que el otoño no pronunciará nuestro nombre en el envés de una hoja. Pero escribamos reconociendo en nosotros las cien mil vidas que vivimos, la desolación, la locura, la felicidad, la muerte, la vida, la pasión, la riqueza, el amor, la guerra, el odio, el dolor, la droga, la verdad, la injusticia, el sudor, el trabajo, la esclavitud, la violación, el poder, la magia, el mal, el crimen, la sed, el hambre, el sexo, la lujuria, el olvido, la traición, la esperanza, oriente, occidente, el más allá: Todo.

Escribamos permitiendonos el lujo de obviar lo evidente: nosotros mismos. Muere la lluvia atrapada en la tormenta. Fenece el gris ventoso. Sale el sol por mediodía. Empieza la luz a clarear las azoteas. Un niño rie. El mar renueva sus sonetos. La gente retira los paraguas y alguien termina de leer la última novela de Javier Marías

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