LA VISIÓN DE LA DANZA INDÍGENA OFRECIDA
POR
FRAY TORIBIO DE
BENAVENTE MOTOLINÍA:
La etnodanza mexicana y sus
antecedentes
al inicio de la época colonial
Introducción
Desde
hace tiempo, el interés inicial por realizar este trabajo fue motivado por la
lectura de El libro perdido de fray Toribio de Benavente Motolinía, obra de investigación
dirigida por el Dr. Edmundo O’Gorman, verdadera reconstrucción histórica que
trata de dar respuesta a las dudas e interrogantes provocadas por la
desaparición de parte importante de los escritos de este cronista. Llamó
particularmente mi atención la forma como el padre Motolinía describe en
sus textos del siglo XVI las distintas danzas indígenas, pues eso demuestra el
impacto que pudo provocarle contemplar a los bailarines, sus adornos y
disposiciones, así como el escuchar su música. ¿Pudo más el celo cristiano que
su percepción estética?
Resulta especialmente interesante la
manera como Motolinía nombra el epígrafe del capítulo XXVIII (cuarta
parte): “Bailes y danzas”, por lo que creo necesario aclarar un poco los
términos puesto que supongo que conllevan determinados matices que diferencian
a uno del otro. En este sentido, trataré de saber cómo se definían esos
conceptos en el período colonial para intentar conocer la manera como Motolinía
los conocía. De esta forma, Sebastián de Covarrubias Orozco, en su Tesoro
de la lengua castellana o española, proporciona el significado de
esos términos en 1611:
Dança. Quasi ducança,
a ducendo, porque va uno delante que es el que la guía, y los demás le siguen;
y por alusión dezimos el que guía la dança, por el que maneja algún negocio y
lleva tras sí los votos de los demás, siendo la guía y cabeça dellos.
Antiguamente avía muchas diferencias de danças: unas de doncellas coronadas con
guirnaldas de flores, y éstas hazían corros y cantavan y baylavan, en alabança
de los dioses. Otras eran de hombres de dos diferencias: unas mímicas, que
responden a las de los matachines, que dançando representavan sin hablar, con
solos ademanes, una comedia o tragedia; otras danças avía de hombres armados,
que a son del instrumento y a compás ivan unos contra otros, y travavan una
batalla. Éstos se llamaron pyrricos, del nombre de Pyrro, inventor deste género
de dança, para acostumbrar a los mancebos a sufrir las armas y a caminar y a
saltar con ellas […] Este género de danças es muy antiguo en España
(Covarrubias, 1943: 442)
Y en
cuanto a baile, este mismo autor nos ofrece la siguiente definición:
BAYLE. Tripudium,
saltatio, graece, βαλλισμος,
ballismos. Tomamos inmediatamente el nombre baile, y el verbo bailar del
toscano ballo y ballare […] El bailar no es de su naturaleza malo ni prohibido,
antes en algunas tierras es necesario para tomar calor y brío; pero están
reprobados los bailes descompuestos y lascivos, especialmente en las yglesias y
lugares sagrados, como está dispuesto por muchos Concilios y Cánones (Covarrubias,
1943: 185)
Entonces,
quizás no resulte tan aventurado deducir que la danza se refiere a una
expresión corporal mucho más antigua que lo que se conoce como baile. Que la
danza conllevaba un sentido sagrado y el baile un sentido profano, pero que, al
transcurrir el tiempo, se convirtieron en sinónimos uno del otro por lo menos
en Occidente. En este escrito utilizaré este último criterio.
La
danza como medio de comunicación
Si
bien es cierto que el comunicarse realizando ciertos movimientos del cuerpo no
es exclusivo de los seres humanos –me refiero al hecho de que también los
animales lo hacen, como los chimpancés en sus “danzas en círculo” o las aves
con sus “danzas de cortejo”-, es interesante observar el proceso evolutivo que
ha tenido este tipo de relación.
La
danza permite la comunicación con los otros miembros de la comunidad pues
propicia la reunión de personas y el participar de una situación determinada:
fiestas de boda, bautizos, entronización de monarcas, etc. Pero la danza no es
sólo eso, es también el vínculo que se establece con las fuerzas
sobrenaturales, con lo dioses del grupo en cuestión.
Hay
distintos tipos de danzas, es decir, de la disposición y manera de ejecutarse:
en rondas, en hileras, en parejas, individual. No se dieron simultáneamente,
como ya lo he dicho, estuvieron sujetas a un proceso cultural evolutivo. Así,
tenemos que la forma más antigua de la danza coral es el círculo, mismo que
adquiere un significado espiritual puesto que rodear un objeto es asumir su
posesión, incorporarlo, encadenarlo o desterrarlo (Sachs, s/f: 156). Inclusive,
en ciertas culturas amazónicas sus mitos remiten al origen de la danza, al
círculo, puesto que los árboles de la selva al moverse (en círculos) enseñaron
a bailar a los hombres. La danza coral representa en un principio, el reflejo
de la excitación organizada de una comunidad; cuando ésta se da en círculo
(danza de ronda o círculo) implica una representación dramática generalmente.
La
danza de frente, hilera o línea se origina en un período posterior: “Los nahuas
del antiguo Méjico (sic) solían
ejecutar sus danzas ceremoniales en círculo, pero las profanas en dos hileras”
(Sachs, s/f: 156). El conocimiento de los puntos cardinales rompe el círculo y
coloca a las figuras humanas en distintas posiciones: de frente, hilera, línea.
También se asocia a la danza de frente con juegos de amor, batalla de armas.
Tenemos,
además, las danzas de pareja que conllevan una libertad de imagen menos
dramática representando la dualidad, lo astral (sol-luna), lo sexual
(hombre-mujer). La danza individual también se sitúa, desde su comienzo mismo,
junto a la danza coral. Sachs asevera que toda danza es originariamente el
reflejo motor de una excitación intensa y del incremento de la actividad. Es en
esta danza individual que podemos encontrar, en su calidad de representante de
toda su comunidad, a:
“ese hombre estático,
tan lleno de imaginación, que posee el poder de abstraerse temporalmente de lo
que es humano y sumirse en un estado de alborozo o alegre exaltación, destinado
a la asunción del poder de los espíritus: el hechicero, el médico brujo, el
shamán. Sus deberes consisten en desterrar los malos espíritus, en preservar
del infortunio, curar a los enfermos […] Son como descendiente de los shamanes
después de milenios de desarrollo los profetas judíos y los primeros profetas
cristianos que encontraban el espíritu de Dios en el éxtasis de la danza, los
jefes sacerdotales y los reyes de las viejas monarquías. El sello de esta
herencia está impreso en la danza, en la forma particular que tienen las del
jefe y del rey. En la cultura polinésica de Tonga se presentan movimientos de
danza muy difíciles que sólo saben ejecutar los caciques y los jefes[1] […]
No han permitido las altas culturas que se perdiera la danza real. En el
antiguo Méjico (sic), los príncipes
danzaban cada cuatro años: “Forman afuera; Motecuhçoma, que dirige la danza,
viene seguido por los otros; los dos grandes reyes: Naçaualpilli, rey de
Tetzcoco y Totoquiuaztli, rey de Tepaneca, vienen a su lado: los espectadores
se estremecen de horror mientras la danza prosigue (Sachs, s/f: 153-154)
Resulta
notorio el hecho de que la danza implica una imitación y transformación, así,
“el danzarín de imágenes resulta poseído por el ser que representa. La persona,
animal o dios que imita, se adueña de su cuerpo. El danzarín se transforma en
el animal, el espíritu o el dios. Debe obrar de acuerdo con la conducta del ser
en el que se ha transformado: debe trabajar, dar, bendecir” (Sachs, s/f: 91).
Otra característica de suma importancia es que el frenesí sea parte integrante
de la forma de la danza puesto que no es el acto de la danza ni el desgaste pro
la magnitud del esfuerzo lo que origina el éxtasis, sino más bien la asunción
de una forma exterior perceptible a los sentidos; pero no sólo una forma en el
mero sentido de la pantomima, del movimiento imitativo ordenado, sino también
en el sentido de las observadas o imaginadas características del ser u objeto
en cuestión. Así, continúa Sachs:
Se posesiona el
danzarín cuando representa un acontecimiento y se posesiona cuando se disfraza
[…] Entre los antiguos germanos el éxtasis comenzaba en el momento en que el
danzarín vestía la piel del animal representado. Bastaba esa piel para borrar
el yo del ejecutante e inspirarle, en su lugar, el espíritu del animal. Ese
éxtasis se disfraz acompaña a la vida religiosa a través de todas las etapas de
su desarrollo, hasta la misma creencia en los dioses: Osiris, Baco, Siva y las
deidades del antiguo Méjico (sic):
siempre el dios desciende a la tierra y se encarna en el danzarín. Y de la
deificación del danzarín ha surgido retrogresivamente la hermosa concepción del
dios que crea el mundo bailando y lo conserva en su origen sagrado (Sachs, s/f:
91)
Estas
consideraciones sobre la danza son propias de todas las culturas aunque su
desarrollo y formas varían de una a otra. Consideré conveniente anotarlas para
facilitar el entendimiento de las danzas indígenas mexicanas, en particular,
las mesoamericanas.
La
danza en la España del siglo XVI
Para
poder hablar de las danzas españolas del siglo XVI, me parece prudente revisar
qué ocurría en Europa con respecto al arte. El impacto de las ideas
filosóficas, religiosas y políticas renacentistas, más propiamente dicho,
humanistas, repercutió no solamente en el comportamiento de los hombres en
sociedad, en sus actividades económicas, sino, en consecuencia, en sus
manifestaciones artísticas: pintura, escultura, arquitectura, literatura,
música y danza. Durante los siglos XV y XVI se observa el cambio en dichas
manifestaciones artísticas, el hombre se
reconoce como tal y la influencia cristiana decrece para dar paso a una visión
más profana del mundo. Es decir, “el hombre piensa ya en sí mismo en cuanto
hombre, no ya sólo como cristiano” (Romano y Tenenti, 1989: 107). Surge el
individualismo y la certidumbre de un sentido trágico con el perecer corpóreo
que trae como contrapartida el amor por la existencia terrenal. La música y la
danza van a representar esta tendencia de una manera asombrosa. Por ejemplo, en
la música se observa a finales del siglo XV y principios del XVI, “un intento consciente
de romper con las tradiciones anteriores, en particular con el canto
gregoriano, tan profundamente enraizado, con el principio de la composición
sucesiva (opuesta a la composición polifónica, en la que se imaginaban las
partes simultáneamente) y con la subordinación del sentido de las palabras a
las pautas musicales” (Hale, 1983: 295). Se trataba pues, de que la música
fuera útil para expresar toda la gama de la experiencia humana por lo que se
creó una nueva estructura armónica, por ejemplo, la invención de la partitura
musical hacia 1480. Según Hale, “desde la canción más sencilla, sin
acompañamiento, hasta los coros de las catedrales y las orquestas de las cortes
principescas, la música suministraba el placer cultural que más profundamente
se sentía, el más compartido y el que menos discusión admitía” (Hale, 1983:
290).
Con
lo que respecta a la danza, la nueva sensibilidad laica europea dio origen a
diversas representaciones corográficas. A título ilustrativo, la llamada Danza de la Muerte, que es “una de las
primeras manifestaciones corales de la nueva cultura laica”. Los esqueletos que se bambolean, arrastran en
su ronda, entre carcajadas, a los miembros de cada estado –desde el papa y el
emperador hasta el cura y el campesino-.[2] “Toda
la sociedad celebra en ella su amargo encuentro con la aniquilación corporal”
(Romano y Tenenti, 1989: 108-109).
Hasta
ahora he comentado sobre la danza en general, sería interesante referirme a la
danza española del siglo XVI. De esta forma, tenemos la siguiente descripción
de la danza hispana de esta centuria:
El encanto de la
danza europea se basa en el contacto del hombre y la mujer, en el ritmo común y
la armonía del movimiento […] En la danza europea se encarna y simboliza la
poesía del contacto. La danza española es esencialmente dispar. Su encanto
reside en el espectáculo, no en el contacto. Es la expresión física de una
emoción. Simboliza la receptividad y el poder sensuales […] la danzarina
española subordina las vueltas y contorsiones de las manos, las cabriolas y los
deslizamientos de los pies, y más que todo el juego de los ojos […] En ninguna
parte se ve bailar la sevillana con
tanta pureza y hermosura como en el patio de una casa de familia andaluza
(Sachs, s/f: 354-35)
No
debemos olvidarnos de la influencia morisca en los bailes españoles. A su vez,
debo mencionar la repercusión de los bailes venidos de las Indias en la propia
danza española, me refiero a lo americano que llegó a Europa como música y como
baile. De este modo, tenemos a la zarabanda
y a la chacona, que se crearon en
el ambiente mestizo de América Central y fueron transplantadas a Andalucía por
los conquistadores (Sachs, s/f: 355). De
la chacona encontramos la primera
mención en 1599 en el entremés de “El Platillo” que escribió Simón Agudo para
el casamiento de Felipe III: “introduce en sus versos una invitación para ir a
Tampico, Méjico (sic), y bailar allí
la chacona. Dos o tres años más tarde
ya se la conoce bien y es popular en toda España” (Sachs, s/f: 375). A
principios del siglo XVII, los poetas españoles aclaraban que esta música llegó
por correo de América a Sevilla. Así, Lope de Vega escribía, según refiere
Sachs:
De
las Indias a Sevilla
ha venido por la posta
(Sachs, s/f: 375)
Otros
autores, como Francisco de Quevedo, la llaman la chacona mulata, y Miguel de Cervantes la nombra como la indiana amulatada. Por primera vez, las
danzas de diversos pueblos originarios de América invaden Europa. Se supone que
esta danza era sensual y salvaje. Cervantes decía que al bailarla “vierten
azogue los pies”. Inclusive, aún más que a la zarabanda, se le consideraba en el siglo XVII “como la más
apasionada y desenfrenada de todas las danzas” (Sachs, s/f: 375).
No
es mi pretensión el establecer comparaciones entre las danzas españolas y las
indígenas, o entre las anteriores con las africanas y afromestizas; el
propósito ha sido el mostrar un panorama general de la situación y condiciones
de los bailes y danzas hispanos de los siglos XVI y XVII antes de pasar al
siguiente tema.
La
danza indígena descrita por Motolinía
A
pesar de su celo religioso, no se debe dejar de pensar en cómo Motolinía
describió las danzas, los instrumentos musicales y los atavíos de los cantores
y bailarines con marcado aprecio y, en algunas ocasiones, verdadero asombro. No
pierde detalle, de ahí que la información que proporciona sea tan valiosa para
aquellos que desean conocer las costumbres indígenas de esa época.
Su
primera impresión es de espanto por el rechazo que experimentan los frailes
franciscanos, puesto que a los indígenas, al principio, “les era gran fastidio
oír la palabra de Dios, y no querían entender otra cosa sino en darse a vicios
y pecados, dándose a sacrificios y fiestas, comiendo y bebiendo y embeodándose
en ellas” (ELP, 1989: 55). Motolinía llega a decir que “era esta tierra un
traslado del infierno, ver a los moradores de ella de noche dar voces, unos
llamando a el demonio, otros borrachos, otros cantando y bailando; tañían
atabales, bocinas, cornetas y caracoles grandes en especial en las fiestas de
sus demonios. Las beoderas que hacían eran muy ordinarias, es increíble el vino
que en ellas gastaban y lo que cada uno en el cuerpo metía” (ELP, 1989: 55).
Sin
embargo, Motolinía muestra su optimismo en cuanto a la conversión de los
indígenas cuando más adelante comenta que los señores principales y ministros
renuentes a aceptar la nueva fe fueron vencidos ya que a su negativa:
remedió Dios, matando
muchos de ellos con las plagas y enfermedades ya dichas [viruela, sarampión] y
de otras muchas y otros se convirtieron; y como de los que murieron han venido
los señoríos a sus hijos, que eran de pequeños bautizados y criados en la casa
de Dios, de manera que el mismo Dios les entrega sus tierras en poder de los
que en Él creen, y lo mismo ha hecho contra los opositores que contradicen la
conversión de estos indios por muchas vías (ELP, 1989: 59)
Motolinía
y los demás franciscanos pronto advirtieron la importancia de la música entre
los indígenas pues, inclusive, nos refiere que:
Otro fuego de
devoción se comenzó a encender y despertar entre los indios y muchachos y los
otros que se bautizaban, que fue de oración cuando comenzaron a deprender el
Paternóster y el Ave María; y para que mejor lo tomasen y sintiesen algún sabor
diéronles cantado Persignun crucis y el Paternóster, Avemaría, Credo y Salve,
con los mandamientos en su lengua, etcétera, de un canto llano gracioso (ELP,
1989: 67)
El
franciscano, incluso, dedica un capítulo de su obra a las diversas fiestas que
organizaban los indígenas. De esta forma, aclara que:
Cuando habían de
bailar, en especial día del demonio, tiznábanse de mil maneras, y para esto, el
día por la mañana que había baile, luego venían pintores o pintoras al tianguis o mercado con muchos colores y
pinceles, pintaban los rostros y piernas y brazos a los que habían de bailar la
fiesta, de la manera que ellos querían y, la solemnidad lo demandaba, y ansí
dibujados (embijados) y pintados, íbanse a vestir diversas divisas y algunas
tan feas, que parecían demonios, y ansí servían al demonio con éstas y otras
mil maneras de servicios y sacrificios, y de la misma manera se pintaban para
salir a la guerra (ELP, 1989: 120)
Harto
interesante resulta destacar el hecho de que se pintaran el cuerpo por lo que
Motolinía les llama a estos danzantes dibujados
o embijados, y que este empleo de la
pintura también se diera “para salir a la guerra”, es decir, la pintura formaba
parte del ritual (de la fiesta o de la guerra) con un significado
mágico-religioso seguramente.
Con
lo que respecta al baile en sí, el cronista dedica a ello en particular dos capítulos
de sus Memoriales, según indica O’Gorman, es decir, Memoriales II, 26 y II, 27
(epígrafe y texto). El primer epígrafe es “De la manera que estos naturales
tenían de bailes y danzas; de la gran destreza y conformidad que todos
guardaban en el baile y en el canto, y de otras muchas cosas desta materia”
(ELP, 1989: 618). De nueva cuenta deseo hacer notar la diferenciación que
Motolinía establece entre danza y baile. Asimismo, destaco su insistencia en la
“destreza y conformidad” de los ejecutantes del baile y el canto. El fraile
menciona que una de las cuestiones principales entre los naturales de la Nueva
España eran los cantos y los bailes. De tal manera, que:
Por ser cosa de que hacían
mucha cuenta en cada pueblo, y cada señor en su casa tenía capilla con sus
cantores componedores de danzas y cantares, y éstos buscaban que fuesen de buen
ingenio para saber componer los cantares en su modo de metro o de coplas que
ellos tenían, y cuando éstos eran buenos contrabajos teníanlos en mucho, porque los señores en sus
casas hacían cantar muchos días sumisa voz [en voz baja] (ELP, 1989: 618)
Señala
que cantaban y bailaban en las fiestas importantes, cuando habían tenido alguna
victoria sobre sus enemigos, en casamientos de personas principales,
entronización de un nuevo señor, además de las fiestas “de las hazañas antiguas
y de los señores pasados”. Los bailes “Más principales” se realizaban en las
plazas, en el patio de la casa del señor que organizaba el festejo y en las
casas de señores y sus allegados. Al acercarse el día de la fiesta, los
cantores[3], que
en los pueblos grandes eran muchos, se organizaban y reunían entre sí,
particularmente si se trataba de cantos o danzas nuevas “porque no hobiese
defecto el día de la fiesta”, mismo en el que colocaban desde la mañana una
estera grande en el medio de la plaza en donde se pondrían los atabales; los
participantes “se ataviaban y se ayuntaban en casa del señor, y de allí salían
cantando y bailando” (ELP, 1989: 618).
Generalmente
la duración del canto y del baile se prolongaba desde la mañana hasta la “prima
noche o a gran rato de la noche andada y a la media noche”. Párrafos después,
el cronista religioso escribe que “desde hora de vísperas hasta la noche, los
cantos y bailes vanse avivando y alzan los
tonos, y la sonada es más graciosa, parece que llevan algún aire de los himnos
que tienen su canto alegre, y los atabales también van más subiendo; y como la
gente es mucha en cantidad, óyese gran trecho, en especial a do el aire lleva
la voz y más de noche, que luego proveían de grandes lumbres y muchas, cierto
era muy cosa de ver” (ELP, 1989: 621).
Con
respecto de la manera de tocar los instrumentos, bailar y cantar, Motolinía
proporciona excelentes descripciones. En primer lugar, escribe de los dos
distintos tipos de atabales o tambores, del material del que están hechos y la
forma de tocarse:
Los atabales eran
dos: el uno alto redondo, más grueso que un hombre, de cinco palmos en alto, de
muy buena madera, hueco de dentro y bien labrado por de fuera pintado; en la
boca poníanle un cuero de venado curtido
y bien estirado. Desde el borde hasta el medio hace su diapente y táñele por
sus puntos y tonos que suben y bajan, concertando y entornando el atabal con
sus cantares. El otro atabal es de arte que sin pintura no se podría dar bien a
entender; éste sirve de contrabajo y ambas suenan bien y se oyen lejos.
Allegados los danzantes al sitio, pónense en orden a tañer los atabales: van
dos cantores, los mejores, como sochantres, para de allí comenzar los cantos.
El atabal grande encorado se tañe con sus manos […] y el otro, como los
atabales de España, con palos, aunque es de otra hechura (ELP, 1989: 619)
En
segundo lugar, Motolinía describe la forma y disposición del baile:
El señor con los
otros principales y viejos andan delante los atabales bailando: éstos hinchen
tres o cuatro brazas alrededor de los atabales: y con éstos otra multitud que
va ensanchando e hinchendo el corro. Los que andan en este medio en los grandes
pueblos son más de mill y a las veces más de dos mill; demás de éstos, a la
redonda anda una procesión de dos órdenes de bailadores mancebos varones,
grandes bailadores: los delanteros son dos hombres sueltos de los mejores danzantes,
que van guiando la danza. En estas dos rencleras [ruedas], en ciertas vueltas y
continencias que hacen, a las veces miran y tienen por compañero al de
enfrente, y en otros bailes al que va junto tras de él. No son tan pocos los
que van en estas dos órdenes, que no alleguen a ser cerca de mill, y otras
veces más, según los pueblos y las fiestas. Antes de las guerras, cuando
celebraban sus fiestas con libertad, en los grandes pueblos se ayuntaban tres
mill y cuatro mill y más a bailar. Después de la conquista la mitad, hasta que
se fue disminuyendo y apocando el número” (ELP, 1989: 619)
El
procedimiento para iniciar el baile era que tres o cuatro indígenas “levantan
unos silbos muy vivos; luego tocan los atabales en tono bajo, y poco a poco van
sonando más, e oyendo la gente que los atabales comienzan, sienten todos el
cantar y comienzan el baile” (ELP, 1989: 619). En tercer lugar, Motolinía
escribe sobre la forma de interpretar los cantos: “Los primeros cantos van en
tono bajo, como bemolados, y despacio: el primer canto es conforme a la fiesta,
y siempre dan principio de canto aquellos dos maestros, y luego todo el corro
prosigue el canto y el baile juntamente” (ELP, 1989: 619-620). Luego continúa
diciendo que:
Cada verso o copla
repiten tres o cuatro veces, y van procediendo y diciendo su cantar bien
entonados, que ni en el canto ni en los atabales ni en el baile sale uno de
otro. Acabado de cantar (dado caso que los primeros parecen más largos por ir
más despacio (aunque no tardan en ninguno una hora); acabado uno, toma la voz
que el atabal muda el tono: todos cesan de cantar, e hecho ciertos compases de
intervalo en el canto, mas no en el baile, luego los maestros echan otro cantar
un poco más alto, y el compás más vivo, y ansí van subiendo los cantos y
mudando los tonos y sonadas, como quien de una baja muda y pasa a una alta, y
de una danza a un contrapás. Andan bailando algunos muchachos y niños, hijos de
principales, de siete y ocho años, que cantan y bailan con los padres. Como los
muchachos cantan en prima voz, agracian mucho el canto. A tiempos tañen sus
trompetas e unas flautillas no muy entonadas. Otros dan silbos en unos
huesezuelos que suenan mucho” (ELP, 1989: 620)
Motolinía
advierte lo bien sincronizados que estaban al realizar sus bailes puesto que
los movimientos de los ejecutantes eran uniformes con el sonido de la música y
el canto, es decir, danza, canto y música eran uno solo:
Y toda aquella
multitud traen los pies tan concertados como unos muy diestros danzadores de
España; y lo que más es, que todo el cuerpo, ansí la cabeza como los brazos y
manos van tan concertados, medido y ordenado, que no discrepa ni sale uno de
otro medio compás, mas lo que uno hace con el pie derecho y también con el
izquierdo, lo mesmo hacen todos y en un mesmo tiempo y compás; cuando uno abaja
el brazo izquierdo y levanta el derecho, lo mesmo y al mesmo tiempo hacen
todos, de manera que los atabales y el canto y los bailadores todos llevan su
compás concertado: todos son conformes, que no discrepa uno de otro una jota,
de lo cual los buenos danzadores de España que lo ven se espantan, y tienen en mucho
las danzas que estos naturales, y el gran acuerdo y sentimiento que en ellas
tienen y guardan (ELP, 1989: 620)
Deseo
destacar el hecho de que la forma como organizaban el baile era en círculo tal
como nos lo advierte Motolinía, aunque quizás, cuando utiliza el término
renclera o ringlera se refiera el otro tipo de danza que era en hilera:
Los que quedan más
apartados en aquella rueda de fuera podemos decir que llevan el compasillo, que
es de un compás hacer dos, y van más vivos y meten más obra en la danza; y
éstos de la rueda todos son conformes unos a otros. Los que andan en medio el
corro hacen un compás entero, y los movimientos, anzí de los pies como del
cuerpo, van con más gravedad. Ciertos levantan y abajan los brazos con mucha
gracia (ELP, 1989: 620)
Por
otra parte, Motolinía comenta acerca del carácter jocoso que llegan a tener
estos bailes:
otros
andan disfrazados en traje y en voz, contrahaciendo a otras naciones, mudando
el lenguaje. Éstos que digo son como truhanes; andan sobresaliendo, haciendo
mil visajes, y diciendo mil gracias que hacen reír a cuantos los ven y oyen;
unos andan como viejas, otros como bobos (ELP, 1989: 620)
Señala
que el descanso durante el baile se da por turnos, “a tiempos salen de ellos a
descansar y a comer, y aquellos vueltos, salen otros” (ELP, 1989: 620). Además
de los disfraces ya mencionados, se sabe que en estos bailes “a tiempo les
traen allí piñas de rosas y guirnaldas que les ponen sobre las cabezas, demás
de sus atavíos que tienen para bailar, de mantas ricas y plumajes, y en las
manos traen sus plumajes pequeños hermosos. En estos bailes sacan muchas
divisas y señales en que se conocen los que han sido valientes hombres en
guerra (ELP, 1989: 620).
Antes
de pasar a revisar los nombres de los dos tipos de baile interpretados por los
indígenas, deseo mencionar que Motolinía informa que “a estos bailes o danzas
llaman los españoles areito, que es
vocablo de las islas” (ELP, 1989: 621), es decir, es una voz taína arahuaca
caribeña. Nótese que el autor ya utiliza los términos baile y danza como
sinónimos en esta cita. La palabra areito
aclara Motolinía que quiere decir
“bailar o bailan todo los del corro”. Inclusive, comenta que los indígenas de
la Nueva España bailaban con mayor “primor y gentileza” que los indios que vio
al pasar por las islas cuando venía de España en la misión de los doce franciscanos.
Con
lo que respecta a los nombres de los bailes indígenas, Motolinía explica que
éstos eran de dos tipos, así, “En esta lengua de Anáhuac la danza o baile tiene
dos nombre: el uno es maceualiztli, y el otro netotiliztli” (ELP, 1989: 622).
Motoliní nos indica el significado de tales términos. Así dice que netotiliztli:
quiere decir
propiamente baile de regocijo con que se solazan y toman placer los indios en
sus propias fiestas, ansí como los señores y principales en sus casas y en sus casamientos, y cuando ansí
bailan y danzan, dicen: netotilo, bailan o danzan; netotiliztli, baile o danza.
[Diferenciándole de] el segundo o principal nombre de la danza se llama
maceualiztli; que propiamente quiere decir merecer; tenían este baile por obra
meritoria, ansí como decimos merecer uno en las obras de caridad, de penitencia
y en las otras virtudes hechas por buen fin. De este verbo maceualo viene su
compuesto tlamaceualo, por hacer penitencia o confesión, y estos bailes más
solemnes eran hechos en las fiestas generales y también particulares de sus
dioses, y hacíanlas en las plazas (ELP, 1989: 622)
Y es
precisamente aquí donde veo el carácter sagrado o profano de la danza entre los
indígenas que describe Motolinía, es decir, la diferencia entre el baile de
regocijo y el baile de merecimiento, al que el autor llama “principal”. Al
realizar sus bailes maceualiztli en las plazas, los indígenas:
llamaban e alababan a
sus dioses con cantares de la boca, mas también con el corazón y con los
sentidos del cuerpo, para lo cual hacer, tenían e usaban de muchas memorativas,
ansí en los meneos de la cabeza, de los brazos y de los pies como con todo el
cuerpo trabajaban de llamar y servir a los dioses, por lo cual aquel trabajoso
cuidado de levantar sus corazones y sentidos a sus demonios, y de servirles con
todos los talantes del cuerpo, y aquel trabajo de perseverar un día y gran
parte de la noche llamábanle maceualiztli,
penitencia y merecimiento, y porque aquello hacían en las fiestas principales,
y en los cantos más que en otra cosa loaban y engrandecían a sus demonios,
llamábanle maceualiztli, confesión de
merecimiento (ELP, 1989: 622)
Motolinía
compara a los bailes de maceualiztli que hacían los pueblos indígenas para
celebrar o agradecer las victorias sobre sus enemigos con los cantos y bailes
de los antiguos hebreos que realizaban a raíz de sus triunfos guerreros:
Los maestros de los
cantares de los indios en sus bailes cantaban un verso y el coro o toda la otra
multitud respondía en la misma forma, conforme a lo que se ha dicho de los
israelitas, que es otra conjetura para creer que descienden de ellos, aunque
también en España se usa de esta manera de cantar en especial en Castilla la
Vieja y en las aldeas (ELP, 1989: 623)
De
dichas victorias sobre sus enemigos, los indígenas llevaban un registro en sus
“libros y manera de escritura”, es decir, en los códices. Pero, además, en sus
danzas se podía apreciar cómo llevaban registradas tales victorias durante las
guerras:
Y los cantares dellos
sabíanlos y solemnizábanlos con bailes y danzas, bendiciendo y confesando a sus
demonios, por los cuales creían haber habido victoria contra sus enemigos, y
por estas memorias hacían en sus fiestas aquellos actos, trabajos y cantares
maceualiztli, esto es, merecimiento, ca tenían que delante sus dioses fuesen
muy aceptos y digno de merecimiento, y decían maceualo, todos los del corro
merecen y alaban a los dioses en los cantos y bailes (ELP, 1989: 623-624)
Motolinía
aclara el término maceuali, cuando dice que “De este verbo maceualo, por trabajar o
merecer o trabajo de merecimiento, viene maceuali, que quiere decir labrador, y
en plural maceualtin, labradores. Los
españoles dicen ‘los maceuales’, esto es, la gente baja labradora” (ELP, 1989:
624).
Consideraciones
finales
A
través de la lectura de la obra de fray Toribio de Benavente Motolinía en lo
relativo a las danzas indígenas, he podido analizar brevemente el significado
de éstas. Así, se ha visto cómo los indígenas del centro de México recién
conquistados cuando Motolinía escribió sus obras, tenían dos tipos de baile,
uno de carácter ceremonial llamado maceualiztli (en rueda o círculo) y otro de
tipo profano nombrado netotiliztli (probablemente bailado en hileras).
Los
bailes eran acompañados por música y cantos. Los instrumentos musicales
mencionados por Motolinía fueron particularmente los atabales (teponaztli y
veuetl), caracoles, trompetas, flautas y huesezuelos como silbatos. Asombró al
autor que los danzantes fueran tan sincronizados en sus movimientos y que el
baile, la música y el canto formaran un conjunto armonioso. Particular importancia tenían aquellos bailes dedicados a
sus dioses en que se rememoraban batallas ganadas a sus enemigos.
La
vestimenta, los adornos de plumas y flores, y la pintura utilizados por los
músicos y danzantes también fue motivo de asombro para este cronista
franciscano. Llamaron su atención los personajes disfrazados que hacían
mojigangas, y el que se aprovechara la ocasión para hacer ostentación de las
divisas y señales de los que habían sido valientes hombres en las guerras.
Motolinía
utiliza un término de las islas caribeñas, la voz areito que servía para nombrar los bailes de los indígenas de la
Nueva España, personas que el cronista decía que bailaban con mucho primor y
gentileza.
Por
último, me gustaría comentar que en los actuales bailes de los pueblos
indígenas de México se puede apreciar mucho de lo que hasta aquí he intentado
narrar, particularmente, las danzas que son ceremoniales, vinculadas con algún
aspecto importante como la cacería o la pesca que todavía se lleva a cabo como
actividad económica en ese colectivo. Un ejemplo sobre música, baile ritual y
caza de animales sería la famosa Danza
del Venado de los indígenas yaquis yoreme
de Sonora, en la cual se puede apreciar la belleza del movimiento que recuerda
el vínculo con lo sagrado de la naturaleza. Los yaquis utilizan una cabeza de
venado en esa danza ceremonial en la que el animal representado es sacrificado
al ser cazado. Otro ejemplo importante sería que entre los p’urhépecha, uno de
los pueblos originarios de Michoacán, se encuentra una Danza del Pescado que nos recuerda el vínculo económico y cultural con
la actividad pesquera, en especial la obtención del pez blanco. Una danza que
sirve para tener presente que la voz Michoacán, de origen náhuatl, tiene que
ver con esta actividad de la pesca porque significa “lugar de los dueños del
pescado”. (Argueta, 2008: 27) Obviamente no son sólo los animales que se comen
los que servían o sirven para ser representados en las danzas mexicanas,
también hay que considerar a las mariposas por mencionar otro bello ejemplo[4]. La
etnodanza, es decir, el baile que representa las manifestaciones artísticas y
culturales de un pueblo, nos sirve para ver cuáles costumbres forman parte de
la vida cotidiana de un colectivo, lo que es parte de nuestra riqueza patrimonial
tangible e intangible.
Danza
del pescado, cultura p’urhépecha, bordado de Tzintzuntzan, Michoacán[5]
Bibliografía
Argueta
Villamar, Arturo, Los
Saberes P’urhépecha. Los animales y el diálogo con la naturaleza, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo,
Universidad Intercultural Indígena de Michoacán, Universidad Nacional Autónoma
de México, Gobierno del Estado de Michoacán, Casa Juan Pablos, Programa de
Naciones Unidas para el Medio Ambiente, México, 2008.
Covarrubias, Sebastián de, Tesoro de la lengua castellana o española, Barcelona, S.A. Horta,
I.E., 1943.
Hale, J. R., La
Europa del Renacimiento (1480-1520), Col. Historia de Europa, México, Siglo
XXI Ed., 1983.
Motolinía, Toribio, El libro perdido, dirección de Edmundo O’Gorman, México, CNCA, 1989
(ELP).
Romano, Ruggiero, Alberto Tenenti, Los fundamentos del mundo moderno (edad
media tardía, reforma, renacimiento), Col. Historia Universal, México,
Siglo XXI Ed., 1989.
Sáinz de Robles, Federico C., El teatro español, historia y antología, Madrid, M. Aguilar Ed.,
1942.
Sachs, Curt, Historia
Universal de la danza, Buenos Aires, Ed. Centurión, s/f.
[1] Lo mismo que ocurría en las islas del
Caribe donde los caciques resguardaban y transmitían el conocimiento de los
areitos, nombre taíno arahuaco de los bailes.
[2] Federico C. Sáinz de Robles en su El teatro español, historia y antología,
T. I, 1942: 1062, menciona una Danza de la Muerte española de autor anónimo,
encontrada en un códice de El Escorial. Se trataba de una danza general en la que
entraban todos los estados de gentes.
[3] In
xochitl, in cuicartl, para los
pueblos indígenas, la flor y el canto eran cosas preciosas; lo mismo que la
danza y la música formaban parte de su cosmovisión. El cuicatlali significa
“compositor de canto, de música” y cuicatlazqui, “cantor que inicia el canto,
que da el tono” (Siméon, 1984: 136).
[4]
En la Relación de Michoacán, de 1541, viene una alusión muy interesante a una
“danza o el baile de la mariposa; parakata:
mariposa; uarani: bailar”. Se
menciona a las mariposas y a las serpientes en este bello escrito:
“El día
después de la fiesta , llegábanse todas las mujeres del pueblo cerca del fuego
que estaba allí, y tostaban maíz y hacían cacalote, y lo comían allí todas
emborrachándose y tomaban aquel maíz tostado y echábanlo en miel, y entraban
luego unos que bailaban el baile llamado Parácat-uaraqua
y bailaban el dicho baile en el patio que estaba cerca de las tablas, o en la
casa de los papás y el sacerdote de esta diosa bailaba allí ceñido una culebra
hechiza con una mariposa de papel”, citada por Arturo Argueta Villamar, Los Saberes P’urhépecha. Los animales y el
diálogo con la naturaleza, Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo, Universidad Intercultural Indígena de Michoacán, Universidad Nacional
Autónoma de México, Gobierno del Estado de Michoacán, Casa Juan Pablos,
Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, México, 2008, p.
76. [5] Hermoso bordado adquirido en Tzintzuntzan a señoras p’urhépechas por la autora de este artículo. |