El ejército novohispano surgido de las Reformas Borbónicas

 

Martha Delfín Guillaumin,

25 de enero de 2013

 

 

 

El presente trabajo se refiere a la creación del ejército en la Nueva España durante la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se aplicaron una serie de reformas políticas y administrativas llevadas a cabo por los Borbones en España. Dichas disposiciones, conocidas como Reformas borbónicas, transformaron o intentaron transformar muchas instituciones y costumbres, tanto en la Península Ibérica como en las posesiones americanas:

 

Los reyes de la casa de Austria-española habían levantado en dos siglos el laborioso edificio de las leyes recopiladas en el código de Indias: los soberanos de la familia de Borbón que ocuparon el trono español después de aquellos, guiados por más ilustrados principios, hicieron en ellas grandes alteraciones y mejoras, que recayeron sobre lo accesorio de la administración política y de hacienda, pero dejando siempre subsistente lo demás. (Alamán, tomo I, capítulo II, pp. 86-87)

 

Es imprescindible mencionar que en este período fueron expulsados los jesuitas de México, lo cual ocasionó numerosos levantamientos, disturbios y arrestos. Hubo necesidad, en consecuencia, de introducir un nuevo modo de estabilidad social (anteriormente a cargo de las órdenes religiosas), y en ello desempeñaría un papel relevante el ejército colonial.

 

Múltiples aspectos presentó el problema de la creación de un ejército en la Nueva España, aunque varios autores coinciden en destacar como más importantes: “la poca o ninguna inclinación que los habitantes de la colonia sentían por la carrera de las armas, y la falta de oficiales españoles que adiestraran la tropa debidamente”. (Velázquez, p. 234) Para la formación de las milicias también incidió negativamente la escasez presupuestaria.

 

Para comprender lo anterior es necesario mencionar, grosso modo, los antecedentes del sistema de defensa que tuvo la Nueva España en los primeros dos siglos de la época colonial.

 

A fines del siglo XVI se instituyó por mandato real el sistema de flotas y galeones para proteger los navíos españoles. Para ese entonces ya se tenían identificados y establecidos los puntos estratégicos del sistema de defensa: Puerto rico, Cartagena de Indias, La Habana. Posteriormente se incluiría a San Juan de Ulúa, a Campeche y a San Agustín de la Florida.

 

Diseño del uniforme de soldado del Batallón de

Milicias Blancas de La Habana[1]

 

 

Estos puntos estratégicos fueron fortificados por orden de Felipe II para proteger el tránsito y el comercio entre la colonia y la metrópoli. En el tiempo de este monarca los dominios españoles quedaron bien protegidos contra los ataques ingleses y franceses mediante este tipo de fortificaciones. Sin embargo, la eficacia de este sistema decaería al agudizarse el debilitamiento político de España. Fue en el siglo XVIII, cuando “los ataques a las posesiones coloniales son simultáneos a las guerras en Europa”, que Inglaterra se convirtió en un verdadero peligro, pues se había venido posicionando en América, no sólo en las llamadas Trece Colonias, sino en ciertas islas caribeñas y en las luego llamadas Honduras Británicas, hoy Belice, a lo que habría que sumar el contrabando que los marinos mercaderes ingleses efectuaban en las posesiones hispanoamericanas, lo cual resultaba perjudicial para gran parte del comercio español en las colonias. También Francia poseía ya algunas colonias en el Nuevo Continente, y ante estas circunstancias se decidió reforzar a las bases estratégicas para impedir cualquier invasión. Un factor positivo, y adverso a la vez, era el hecho de que en las zonas costeras hubiera selva, enfermedades tropicales, animales peligrosos, que dificultaban la entrada e incursión de fuerzas extrañas, pero, al mismo tiempo, estos factores diezmaban también a los soldados novohispanos.

 

En 1762, durante la Guerra de los Siete Años, los ingleses invadieron y tomaron La Habana, Granada -en la actual Nicaragua-, y Manila lo que provocó que Carlos III, el monarca Borbón español, ordenara una total reestructuración de la política militar, procurando hacer más poderosas las fortificaciones de sus colonias. Este sistema de defensa y la ingeniería militar española fueron bastante eficaces para enfrentar los ataques enemigos, y así conservar las posesiones coloniales. De cualquier forma, los ingleses cometieron fuertes abusos y saqueos, particularmente en Manila, durante el tiempo que ocuparon las plazas mencionadas.

 

1

Diseño de un granadero y un soldado del Regimiento del Rey Fijo de Manila con casaca, chupa y calzón azules, cuello y bocamangas rojas y polainas blancas, se cubre con un morrión el granadero y tricornio el soldado, 1786[2]

 

Invasión inglesa a Manila[3]

 

En otro orden de cosas, hay que mencionar que existía el sistema de “situados”, que eran los envíos de fondos que se colectaban en las colonias más poderosas y autosuficientes, como la Nueva España, y que no sufrían tanto el peligro de la invasión, que servían para la construcción y mantenimiento de las fortalezas. La Nueva España enviaba situados a las colonias más desprotegidas o que pasaban por dificultades para mantener sus fortificaciones, situación que a la larga provocó la dependencia económica de estas últimas y el descontento por las exacciones onerosas en la primera. Esto derivó en la formación de “cierta conciencia nacional [cuando] se empezó a pensar en la carga que resultaba de la dependencia de la metrópoli”. (Velázquez, p. 29)

 

Según informa Lucas Alamán, pasaron más de dos siglos:

 

sin que hubiese en Nueva España más tropas permanentes que la escolta de alabarderos del virrey, y algo más adelante las dos compañías de palacio: formáronse luego el cuerpo del comercio de México y los de algunos gremios, y en las provincias milicias con poca disciplina, a las que se agregaban las fuerzas que se solían levantar en determinadas ocasiones; pero en el reinado de los monarcas de la casa de Borbón, además de haber mandado algunos regimientos de España, se fueron formando los cuerpos veteranos y las milicias provinciales, esto último no sin resistencia, que algunas veces terminó en motines, que se sosegaron fácilmente.” (Alamán, tomo I, cap. II, pp. 79-80)

 

En 1773, el virrey de Revillagigedo fue el primero que intentó reorganizar el funcionamiento de las defensas imperiales que dependían económicamente de Nueva España. “De él es el Reglamento para la guarnición de La Habana, Castillos y Fuertes de su Jurisdicción, Santiago de Cuba, San Agustín de la Florida y su anexo San Marcos de Apalache [aprobado por el rey], así como el Reglamento para la Guarnición de la Provincia de Yucatán, Castillos y Fuertes de su Jurisdicción”. (Velázquez, p. 92) Pero no fue sino hasta el gobierno de Joaquín de Monserrat y Cruillas, marqués de Cruillas, de 1760 a 1766, cuando se marca la línea que representó el cambio de actitud “paternalista y misericordiosa” de los reyes austriacos a la autocrática y absolutista de los reyes de Borbón. Vale la pena mencionar que Cruillas era militar de claro juicio y pudo prever los peligros de la militarización en la colonia, ya que permitir que la gente, sobre todo los indígenas o las castas, utilizaran armas podría resultar contraproducente en el caso de una revuelta.

 

Diseño de uniforme de las fuerzas de Caballería que guarnecen la línea de frontera de las nueve Provincias Internas de Nueva España. & Soldado de Cuera

Ilustra el 'Plan demostrativo que manifiesta el estado en que se hallan las provincias internas del Reyno de Nueva España, del en que están y deven estar las tropas que guarnecen la línea de frontera, así veteranas de cavallería e infantería como de milicias con expresión de las reformas que conviene hacer en ellas para el mejor desempeño del real servicio en beneficio del Estado y sin gravamen del erario' (fols. 5-6), [s.f.], presentado por Ramón Murillo a Godoy (San Ildefonso, 26, agosto, 1804)[4]

 Su gobierno empezó casi a fines de 1760, justo en momentos que las hostilidades entre españoles e ingleses se producían con mayor intensidad. Así, concentró su atención en poner en adecuadas condiciones de defensa a la Nueva España, preparándola para ayudar y socorrer a las demás posesiones que dependían económicamente de ella, y creando un ejército para rechazar las posibles invasiones inglesas. Pero los primeros movimientos de los jefes militares al inspeccionar las milicias del país provocaron una inmediata oposición y resistencia entre la gente. Los alcaldes mayores dejaban pasar el tiempo y no atendían las órdenes del virrey. Muchos oficiales milicianos (casi todos comerciantes viejos), encargados de entenderse con la tropa, rehuyeron la obligación con el pretexto de enfermedades para pedir su retiro. Otros que también podían ingresar al ejército inventaban variados argumentos para eludir esa obligación. No había suficiente dinero para reorganizar las milicias y su estado era lamentable:

 

…Porque siendo el fin de su establecimiento [las Milicias de Pardos] la paz y seguridad de estas provincias, para su consecución y logro, se necesita que las milicias tengan las evoluciones y ejercicios militares, prevenidos por Reales Ordenanzas, la disciplina correspondiente y las armas necesarias para invadir siempre que la necesidad lo demande.

 

Pero como en las jurisdicciones de este Reyno no se ejecutan estas funciones, ni hay revistas, ni ejercicios militares, ni los alistados tienen las armas propias para el indicado efecto: resulta que quedan de soldados en el nombre. (Archivo General de la Nación, en adelante AGN, Ramo Indiferente de Guerra, Vol. 252 B, octubre de 1772, “Consulta de la Real Audiencia de Guadalajara que acompaña con cuatro testimonios, sobre el modo en que están formadas aquellas milicias, y necesidad de ponerlas en arreglo”)

 

Por su parte, José Antonio de Areche, fiscal de la tesorería real y creador del Plan de Milicia Americana de 1774, expresaba sus quejas ante los abusos de los alcaldes mayores y un marcado desprecio hacia las castas: “describía a Nueva España como un desierto virtual habitado por población inútil.” (Archer, p. 34)

 

Entre otras dificultades, Cruillas se enfrentó a problemas como la falta de recursos humanos y monetarios, caballos, uniformes y armas. En la Nueva España escaseaban las armas para repartir a los milicianos y las pocas existentes, en su gran mayoría, estaban en malas condiciones:

 

Por lo que hace a municiones y pólvora, nunca la ha habido ni hay aquí ni en todas las jurisdicciones, ni asambleas, ni ejercicios, como informé a V.E. en carta de 9 de octubre pasado.” (AGN, Ramo Indiferente de Guerra, Vol. 252 B, año de 1772, “Certificación relativa a los autos formados sobre el establecimiento de milicias del Reino de la Nueva Galicia”)

 

Se les llamaba compañías milicianas de españoles para diferenciarlas de las de pardos, mulatos o mestizos. Pero por falta de padrones y listas no se puede asegurar con certeza que en verdad fuesen españoles propiamente, puesto que es lógicamente conjeturable que había en ellas mestizos y que los españoles eran de origen criollo y no peninsular. De esta manera, el surgimiento del ejército vino a reforzar la descomposición del rígido sistema de castas al incorporarlas a sus filas:

 

Y que para completar las compañías no se necesitaba que fuesen voluntarios, ni tampoco debían quintarse, por ser práctica establecida en la América que el pardo o negro libre ha de ser miliciano, teniendo disposición para ello en la consideración de que se le liberta de pagar tributo. (AGN, Ramo Indiferente de Guerra, Vol. 252 B, año de 1772, “Certificación relativa de los autos…”)

 

No obstante, se observaba, como se mencionó anteriormente, una indiferencia bastante marcada hacia los intereses de la monarquía, así como manifestaciones de desagrado de pertenecer al ejército por parte de muchos individuos. Se dieron frecuentes casos de deserción y de ventas de armas, uniformes y caballos. Cuando se intentaba alistar a la gente para que prestara sus servicios en los cuerpos de milicias, era común que los hombres se negaran a incorporarse, alegando que no podían abandonar sus milpas ya que esto les permitía ganar el dinero para pagar el tributo. Por ende, era necesario liberarlos del tributo para poderles exigir el fiel cumplimiento de sus deberes militares. Si no pagaban dicho tributo “ya sabían que tenían que escoger entre habérselas con el alcalde o huirse de sus tierras”. (Velázquez, p. 49) En este período, a veces, los mercaderes servían como oficiales para las compañías de infantería y los hacendados para la caballería. Asimismo, como ya se indicó, existía entre los alcaldes mayores una notoria indiferencia hacia el servicio militar; en ocasiones se negaban a mandar a los enviados del virrey la relación de las fuerzas milicianas de su jurisdicción y omitían señalar a los que podían ser nombrados como oficiales.

 

Pese a estas dificultades, una de las medidas que sirvió para atraer individuos a las milicias fue la implantación del fuero militar y la exención de tributos:

 

Una de las influencias más  perturbadoras introducida en la sociedad de la Nueva España por las reformas de Carlos III fueron los privilegios de la armada reorganizada y expandida. Entre éstos el más importante fue el fuero privilegiado, el cual conllevaba el derecho a ejercer o disfrutar una jurisdicción independiente del fuero real ordinario, esto es, la jurisdicción real u ordinaria. Tales fueros privilegiados o jurisdicciones fueron la expresión jurídica de una sociedad en la que el estado fue considerado no como una comunidad de ciudadanos disfrutando iguales derechos y responsabilidades, sino como una estructura constituida de clases y corporaciones, cada cual con una única y peculiar función que desempeñar. (Mc Alister, p. 5)

 

Por su parte, Lynch afirma que al crearse en México un ejército colonial, formado principalmente por criollos y mestizos, para estimular el alistamiento, se admitió a sus miembros en el fuero militar, “una privilegiada condición que extendía a los criollos los derechos e inmunidades que ya gozaban los militares españoles, especialmente la protección de la ley militar con el consiguiente detrimento de la jurisdicción civil.” (Lynch, p. 19) Halperin Donghi, a su vez, escribe que para los oficiales de este ejército “las reformas se preocupan de asegurar una situación social expectable, mediante fueros especiales y una buena ubicación en la jerarquía de precedencias que conserva algo más que un sentido ceremonial.” (Halperin Donghi, p. 56)

 

Naturalmente, estos privilegios provocaron contradicciones con las autoridades civiles, las cuales llegaron a manifestarse en su contra:

 

Los privilegios concedidos a los Milicianos son la exempción (sic) de no pagar tributo, los que se alistaren gozan del fuero y preeminencias que se declaran en la orden general expedida por dicho excelentísimo señor marqués de Cruillas a representación del excelentísimo señor don Juan de Villalba, comandante general de las armas. (AGN, Ramo Indiferente de Guerra, Vol. 252 B, año de 1772, “Certificación relativa de los autos…”)

 

… y efectivamente gravosos sin utilidad [milicianos pardos], se les exime de la contribución del real tributo y de la jurisdicción ordinaria y que ésta sin necesidad queda abandonada con la excempción (sic) de los milicianos, aun para sus testamentos, inventarios y partición de sus bienes, y con los irrespectos (sic) que a cada paso se experimentan, de que hay repetidas quejas en esta Real Audiencia. (AGN, Ramo Indiferente de Guerra, Vol. 252 B, año de 1772, “Consulta de la Real Audiencia de Guadalajara que acompaña con cuatro testimonios…”)

 

Con oficio del año pasado de 92 remití a su antecesor de vuestra merced don Isidro Romana, lista de los individuos del extinguido Batallón de Pardos de esta capital que, conforme a lo determinado por el excelentísimo Señor Virrey Conde de Revillagigedo, quedaron con el goce del fuero militar y exempcion (sic) de tributos para que dispusiera no se les cobrara este Real Derecho (AGN, Ramo Indiferente Virreinal, Expediente 17, Tributos, Caja 1977, Contaduría General de Retazas, 8 de junio de 1793).

 

Con el fin del conflicto bélico y la Paz de París firmada entre Inglaterra, Francia y España el 10 de febrero de 1763, las comunicaciones con España se restablecieron. Sin embargo, el marqués de Cruillas, según comenta Velázquez:

 

informó al rey de todas las providencias que había tomado para poner en estado de defensa al reino y además puso a la consideración del monarca una serie de medidas que había de tomar en tiempo de paz para estar preparado para la guerra. Uno de los aspectos en que más insistió Cruillas en su informe al rey fue el del armamento. El virrey consideraba que se necesitaba que de España vinieran considerables cantidades de armas y pertrechos: de 15,000 a 20,000 fusiles, carabinas y bayonetas y otros tantos pares de pistolas y espadas. Para las compañías de granaderos de infantería, cabos y sargentos, el virrey pedía 4,000 sables […] Cruillas estaba convencido de que sin buen armamento y sin suficientes conocimientos para usarlo, los soldados no podían hacer la guerra eficazmente. Esta cuestión del armamento fue básica en la formación del ejército colonial. La Corona española soslayó la cuestión quizá por razones económicas y sólo puso empeño en obligar a los vasallos a familiarizarse con la rutina miliciana.” (Velázquez, pp. 51-52)

 

Para apreciar la magnitud del peligro de una invasión inglesa valga mencionar que por el Tratado de París, Inglaterra obtuvo de España la Bahía de Panzacola (Pensacola) y el fuerte de San Agustín de la Florida. Esto frenó el avance inglés sobre las posesiones españolas y aparentemente el peligro desapareció; sin embargo, Cruillas procuró que el esfuerzo en la formación de las milicias no se perdiera una vez concluida la guerra.

 

El Teniente de Rey de la Plaza de Veracruz don Miguel del Corral, su edad 62 años, cinco meses, su país Tarrazona, su calidad noble, su salud buena, su estado casado: sus servicios y circunstancias los que expresa […] Ejércitos donde ha servido. En los de Aragón, Cataluña, Guipúzcoa, Andalucía, Extremadura y Nueva España. Campañas y acciones de Guerra en que se ha hallado. […] Estuvo encargado de la Dirección de Cádiz interinamente y en el año de 1764 se embarcó para este Reino con la expedición que S.M. puso al cuidado del excelentísimo señor don Juan de Villalba, y desde su arribo estuvo empleado con seis ingenieros que vinieron a su orden en levantar planos y practicar otros reconocimientos a Barlovento y Sotavento de las costas de la ciudad de Veracruz. Llevó el detalle de la construcción del Real Fuerte de San Carlos de Perote. Ha tenido varias comisiones reservadas de los excelentísimos señores virreyes como en el año de 1775, en que pasó a los puertos de San Blas, Matanchel y Chacala en la Costa del Sur[5]

 

Es la época en la que Juan de Villalba y Angulo, comandante general e inspector general del Ejército de Nueva España, y el visitador José de Gálvez provocaron fuertes disturbios; el primero por sus abusos (sistema de leva) y el segundo por ser un autócrata. Para Cruillas el resultado de la estancia de estas dos personas en la Nueva España, se tradujo en que el reino empezara a entrar en turbulencias y sublevaciones, que determinaron el odio del pueblo hacia los soldados. “El intento de la Corona de crear una relación de trabajo eficaz [Cruillas-Villalba] terminó en un pleito mezquino y en un estancamiento total que retardó la creación del sistema militar.” (Archer, p. 26) La actitud de estos dos personajes inspiró, inclusive, parte de la sátira titulada El testamento de la ciudad de Puebla:

 

Ítem, dejo mejorado

de mis bienes en el tercio

a Villalba, gran señor,

que tan rígido y severo,

cual africana cabeza,

con los hijos de este reino

tan padrastro se ha mostrado,

a vista de mis lamentos,

que con caricias y halagos

de amigables tratamientos,

me los rige, me los mide,

contándolos por momentos,

sellándolos como esclavos,

y mirándolos tan tierno,

que como buen padrastro

no quiere verlos dispersos.

Ítem, a mi Gálvez dejo,

supremo depositario

de todo mi sufrimiento,

pues como a tu hechura que es,

mis facultades le entrego,

y juzgo pues que tan tuyo

se hace dueño de todo esto

con donativos de gracia,

con préstamos, suponiendo

que él ya de gracia no pide,

aunque es gracioso su empleo,

él caerá en gracia con vos,

y en desgracia con nosotros (Miranda, pp. 182-183)

 

A través de la sátira anónima, podían los criollos expresar todos los motivos de disgusto y resentimiento en contra de los españoles por los agravios que éstos cometían en su contra. (Miranda, pp. 180-181)

 

Finalmente, nos informa Velázquez que en uno de sus escritos previene Cruillas de los peligros a que podría quedar sujeta la colonia de la Nueva España por efecto de la militarización:

 

… medite V.E. si las cosas están ahora en tan crítico estado, si la plebe desarmada, desunida se halla ya insolentada y va acabando de perder el temor y el respeto, ¿cuál será la suerte de este Reino cuando a esta misma plebe[6] de que se han de componer las Tropas Milicianas se le ponga el fusil en la mano y se le enseñe el modo de hacerse más temible? (Velázquez, p. 84)

 

Aun sin proponérselo, el ejército creado en la Nueva España fue el instrumento guerrero que se enfrentó en último término a su metrópoli: “Los criollos no sólo adquirieron un nuevo fuero, sino también un sentido de la identidad militar y confianza, nacidos del conocimiento de que la defensa del país estaba en sus manos […] Como la defensa imperial fue poco a poco confiada a la milicia criolla, España modeló un arma que finalmente sería utilizada contra ella.” (Lynch, pp. 19-20)

 

Ítem, por última clausula

de acuerdo, señor, te acuerdo,

que ha sido de las lealtades

el blanco todo este reino,

y tus humildes vasallos

han defendido tu reino,

han guardado tus ciudades

con justos arreglamentos (sic),

que en todas las invasiones

han mostrado sus afectos.

Si este recuerdo, señor,

es tan cierto y verdadero,

¿para qué nos has enviado

un número tan sin cuento

de mariscales, soldados,

capitanes, granaderos,

sargentos, cabos, dragones,

de distintos regimientos?

¿Son por ventura, señor,

inútiles tus hijuelos,

negados a la milicia

y a los que es arreglamento (sic)?,

¿o no tienes confianza?,

¿o dudas guarden tus fueros?,

que no serán hijos tuyos

si sospechas de sus hechos.

 

El testamento de la ciudad de Puebla

Siglo XVIII (Miranda, p. 183)
 

 

Bibliografía

 

Alamán, Lucas, Historia de Méjico, tomo I, México, Editorial Jus, 1942.

 

Archer, Christon I., El ejército en el México borbónico, 1760-1810, México, FCE, 1983.

 

Halperin Donghi, Tulio, Historia contemporánea de América Latina, España, Alianza Editorial, 1980.

 

Hernández López, José Leonardo, “El papel del afromestizo en la conformación de la milicia novohispana a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Del sistema de castas a la movilidad social a través de la Compañía de Pardos y Mulatos”, tesis inédita de licenciatura en Etnohistoria, México, ENAH-INAH, enero de 2009.

 

Lynch, John, Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826, España, Editorial Ariel, 1983.

 

Mc Alister, Lyle, The “fuero militar” in New Spain (1764-1800), Gainesville, University of Florida Press, 1957.

 

Miranda, José, Las ideas y las instituciones políticas mexicanas, 1521-1820, Tomo I, México, UNAM-IIJ, 1978.

 

Velázquez, María del Carmen, El estado de guerra en Nueva España (1760-1808), México, COLMEX, 1950.
 

 

Archivos consultados

 

Volumen 252 B del Ramo Indiferente de Guerra, año de 1772, del Archivo General de la Nación, México.

 

Ramo Indiferente Virreinal, Expediente 17, Tributos, Caja 1977, Contaduría General de Retazas, año de 1793, Archivo General de la Nación, México.

 

Archivo General de Simancas (AGS). Secretaría de Guerra Legajos, 06900, 155. En un expediente “Filipinas. Año 1786. Noticias de la tropa veterana, para arreglar sus vestuarios…”

 http://www.mcu.es/ccbae/es/consulta/registro.cmd?id=183405 (Consultado el 23 de enero de 2013).

 

http://bvpb.mcu.es/es/catalogo_imagenes/grupo.cmd?interno=S&posicion=19&path=28290&forma=&presentacion=pagina (Consultado el 23 de enero de 2013)

 

ES.47161.AGS/1.19.16.9.14//SGU,LEG,7270,6. Ejército de Nueva España, 1790. AGS/SECRETARIA_GUERRA, 7270, EXP.6, SGU, LEG, 7270,6. Hojas de Servicios y antigüedad de los Regimientos de Nueva España. C-6; Fol. 1-16, Archivo General de Simancas,

http://pares.mcu.es/ParesBusquedas//servlets/Control_servlet (Consultado el 24 de enero de 2013).

 

Diseño del uniforme de soldado del Batallón de Milicias Blancas de La Habana ES.41091.AGI/26.28//MP-UNIFORMES,26, 1763-12-21,

http://pares.mcu.es/ParesBusquedas/servlets/Control_servlet?accion=3&txt_id_desc_ud=25681&fromagenda=N (Consultado el 25 de enero de 2013).

 

Diseño de uniforme de las fuerzas de Caballería que guarnecen la línea de frontera de las nueve Provincias Internas de Nueva España. & Soldado de Cuera, ES.41091.AGI/26.28//MP-UNIFORMES,81,1804-08-26,

http://pares.mcu.es/ParesBusquedas/servlets/ImageServlet?accion=41&txt_id_imagen=1&txt_rotar=0&txt_contraste=0&txt_zoom=10&appOrigen=&cabecera=N (Consultado el 25 de enero de 2013). 


 

[1] ES.41091.AGI/26.28//MP-UNIFORMES,26, 1763-12-21,

http://pares.mcu.es/ParesBusquedas/servlets/Control_servlet?accion=3&txt_id_desc_ud=25681&fromagenda=N (Consultado el 25 de enero de 2013).

 

[2] AGS. Secretaría de Guerra Legajos, 06900, 155. En un expediente “Filipinas. Año 1786. Noticias de la tropa veterana, para arreglar sus vestuarios…”

http://www.mcu.es/ccbae/es/consulta/registro.cmd?id=183405 (Consultado el 23 de enero de 2013).

[5] ES.47161.AGS/1.19.16.9.14//SGU,LEG,7270,6. Ejército de Nueva España, 1790. AGS/SECRETARIA_GUERRA, 7270, EXP.6, SGU, LEG, 7270,6. Hojas de Servicios y antigüedad de los Regimientos de Nueva España. C-6; Fol. 1-16, Archivo General de Simancas, http://pares.mcu.es/ParesBusquedas//servlets/Control_servlet (Consultado el 24 de enero de 2013). Se pasó la ortografía al español actual.

[6] José Leonardo Hernández López en su escrito “El papel del afromestizo en la conformación de la milicia novohispana a finales del siglo XVIII y principios del XIX. comenta que el virrey Juan Vicente de Güemes Padilla Horcasitas y Aguayo, segundo conde de  Revillagigedo, organizó las fuerzas militares en las fronteras de la Nueva España contra todas las incursiones de indios salvajes. También “acabó con los batallones de pardos de México y Puebla en 1793 por creer que eran inútiles y causaban muchas pérdidas a la Real Hacienda, dejando establecidas sólo las que protegerían las costas del Pacífico por ser este punto zona de especial importancia estratégica frente a los ataques ingleses y como base de operaciones de expansión por la Alta California.”, p. 154.  

 

 

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