Hidalgo y Acatita de Baján,

 

una pausa desafortunada en la guerra de independencia

 

Autora: Dra. Martha Delfín Guillaumin
ISIT

13 de septiembre de 2011

 

 

 

 

 

 

            Cuando se habla de la independencia de México se suele mencionar a los héroes patrios, de hecho, se les representa con una corona de laurel o al lado de un lábaro tricolor con el escudo nacional, es decir, el águila y la serpiente. Pero, ¿quién determina el que a alguien se le considere un héroe nacional? Se trata de personas de carne y hueso que también tuvieron sus momentos de duda, de miedo, de incertidumbre. ¿Para qué nos es útil reflexionar sobre esto? Porque Acatita de Baján fue un lugar en donde se dieron dichas inquietudes entre los líderes insurgentes, una pausa que propició cambios en la forma de luchar posteriormente contra el ejército realista. Entre otras cosas, hubo resquemores, conflictos, pleitos, diferencias, cambios de órdenes. Esto quedó registrado en el proceso penal por el delito de infidencia al que fueron sujetos los cabecillas de la acción.

 

Luego del terrible episodio acaecido en el Puente de Calderón, cerca de Guadalajara, los caudillos insurgentes se dirigieron hacia el norte con la intención de entrar en los Estados Unidos. Entre otras cosas, durante la marcha, en la Hacienda de Pabellón, Aguascalientes, le fueron suprimidos sus poderes de mando al padre Miguel Hidalgo, en su lugar, quedó Ignacio Allende al cargo de las tropas insurgentes.

 

Según algunos autores, la razón de su marcha hacia el país del norte fue “para obtener recursos económicos y materiales y reorganizar el movimiento”[1], sin embargo, en otras fuentes como la de Guajardo Elizondo, éste menciona que los líderes insurgentes al ser interrogados “Admitieron que en caso de no encontrar la supuesta ayuda que buscaban, pretendían abandonar la lucha y permanecer en los Estados Unidos con el enorme botín que transportaban, producto de los robos y saqueos realizados en las ricas ciudades del centro del virreinato.”[2] Entre los dirigentes que fueron detenidos en ese mismo lugar y que también fue ejecutado por los jefes realistas, se hallaba Mariano Jiménez, un ingeniero de minas, que era uno de los encargados de construir cañones para el ejército insurgente, y, como cita Guajardo Elizondo, pensaba quedarse a vivir en los Estados Unidos junto con su familia ya “que contaba podría mantener en paz y sosiego en aquel país mediante los conocimientos físicos y matemáticos y de tres lenguas” que dominaba.[3] De cualquier forma, este autor comenta que:

 

Fuera de sus presuntos e insidiosos propósitos de fuga o emigración, que obviamente fracasaron, existe otro punto de particular interés en las mismas declaraciones y éste se refiere a la incomprensible certidumbre que tenían en recibir ayuda del gobierno de los Estados Unidos y de los recurrentes intentos realizados para lograr su objetivo.[4]

 

El viaje hacia el país del norte de la Nueva España ¿fue un intento de guarecerse, fortificarse y volver a la lucha insurgente?, ¿se trató de una fuga en ciernes? Sea de esto lo que fuere, un personaje que logró llegar hasta la ciudad de Washington para solicitar ayuda al gobierno de los Estados Unidos fue José Bernardo Gutiérrez de Lara, representante designado por los jefes militares insurgentes antes del desastre de Acatita de Baján para realizar la visita diplomática y solicitar ayuda. Él se entrevistó con los secretarios de Guerra y de Estado, William Eustis y James Monroe en diciembre de 1811:

Expuse mi comisión pero no surtió efecto alguno, así porque no iba yo legítimamente autorizado al intento, como porque entendí que aquella nación se interesaba en adquirir para sí parte de los terrenos que se ocuparan con su ayuda y auxilio. Asunto que ni debí ni quise comprometer a mi patria.[5]

Monroe le ofreció a Gutiérrez de Lara enviar al río Bravo un ejército numeroso que se haría cargo de cuidar los abastecimientos de armas y pertrechos que se destinaban para apoyar a los insurgentes que luchaban en el centro de la Nueva España. Como único pago de este favor, comenta Guajardo Elizondo, manifestaba el autor de la doctrina que lleva su apellido, “de que consideraran a la provincia de Texas como parte de la compra que Estados Unidos había pactado con Francia del territorio de La Luisiana” en 1803. Efectivamente, “América para los americanos”.

Volviendo al tema que nos ocupa, Molina Arceo sostiene que:

De acuerdo con el relato de uno de los insurgentes, durante su huida hacia el norte los soldados trataban de hacer un poco más llevadera la terrible marcha por el desierto, cantando y declamando, aunque en el fondo sentían el dolor del fracaso militar y de la partida. En el recorrido hacia Estados Unidos, divisaron un cometa, cuya aparición fue interpretada como un mal presagio.[6]

Efectivamente, fue una mala señal para los insurgentes. Al encontrarse en el Espinazo del Diablo con muy pocas provisiones y bastante desalentados, recibieron al mensajero José María Uranga quien les hizo saber que en Acatita de Baján, a 44 kilómetros al sur de Monclova, se encontraba Ignacio Elizondo con ciento cincuenta hombres  para sumarse a la causa.

El ejército insurgente que se dirigía hacia los Estados Unidos estaba formado por no más de tres mil hombres. Otra parte de la insurgencia se había quedado en Saltillo bajo el mando de Ignacio López Rayón, “quien logró escapar al cerco de los realistas y continuar, durante los siguientes años, la lucha en el centro del virreinato.”[7] Los insurrectos se dirigían hacia el norte con: 24 cañones; 14 coches donde viajaban los jefes, eclesiásticos y mujeres; poco más de 300 mulas cargadas con un botín de 22 toneladas en barras de plata, reales y tejos de oro; y decenas de carretas en que transportaban baúles, equipajes, cajas de pólvora y pertrechos; la lentitud, la torpeza y la desorganización con que avanzaban, hubieran sido –como lo fueron en Baján- fácil presa para cualquier cuerpo armado que lo enfrentara.[8]

A las nueve de la mañana del día 21 de marzo de 1811, los insurgentes llegaron a Acatita de Baján. Había una línea de personas que los esperaban con gesto amistoso, sin embargo, atrás de la loma se encontraban Ignacio Elizondo con sus huestes, quienes aprehendían y ataban a los prisioneros. El hijo de Ignacio Allende, Indalecio, fue abatido por las descargas en contra del carruaje en el que se transportaba con su padre, que no se había querido rendir.

Al parecer, fueron hechas prisioneras más de mil personas. Los principales jefes insurgentes fueron tomados prisioneros junto con su enorme botín. Algunos fueron enviados a Monclova, pero otros, como Hidalgo y Allende, fueron encaminados a una terrible travesía, según menciona Molina Arceo, hasta Chihuahua en donde serían fusilados:

Al amanecer del 22 de marzo de 1811, la caravana de prisioneros en la que iban los principales caudillos insurgentes – atados con las manos a la espalda, los pies uno con el otro y montados “a mujeriegas” sobre mulas salió de Acatita de Baján rumbo a Monclova, a donde entraron a las seis de la tarde del mismo día.[9]

Vale la pena incluir el parte de guerra de los realistas de la captura de los insurgentes donde se establece que fue un combate y no una emboscada:

Desde el día de ayer estaba el capitán retirado don Ignacio Elizondo en las Norias del Baján con 400 hombres veteranos milicianos y vecinos esperando al enemigo: a las 10 del día le ha visto y atacó con feliz éxito desde los primeros encuentros; a las 11 le reforcé con 225 al mando del capitán retirado don Pedro Nolasco Carrasco; a las 5 de la tarde le mandé nuevo refuerzo de 200, bajo el mando del teniente coronel don Manuel Salcedo; y ahora que son las 10 de la noche acabo de saber que los insurgentes Enemigos de Dios, del Rey, y de la Patria han sido completamente destruidos, apresados el cura Hidalgo los nombrados Generales Jiménez, Allende, Abasolo, Iriarte, Santa María y muchos otros que se titulan coroneles y brigadieres; dos frailes, y cuatro clérigos: se les han quitado 27 cañones, equipajes, pertrechos de guerra y de 5 a 8 atajos de plata acuñada y en barras.

[…] Doy a Ud. con la mayor prontitud esta importante noticia, tan interesante al servicio de Dios, del Rey, y buen celo de Ud. reservando el detallarla cuando tenga para ello los datos correspondientes no omitiendo recomendar desde luego el sobresaliente mérito de Elizondo: cuantos más le han acompañado y patriotismo de estos fieles vasallos del Rey, que cuando han sido bien conducidos se han llenado de una gloria inmortal. Dios guarde a Usted.

Monclova 21 de marzo de 1811.
Simón de Herrera.
Comandante Gral. Brigadier
Dn. Nemesio Salcedo
[10]

 

El padre Hidalgo fue excomulgado y condenado por la Inquisición, posteriormente fue entregado a la justicia real para ser sentenciado a muerte en la ciudad de Chihuahua:

 

El 30 de julio de 1811 murió ejecutado tras cuatro largas, interminables descargas. «Nos clavó aquellos hermosos ojos que tenía», recordaba un oficial llamado Pedro Armendáriz, que comandaba el pelotón. Contra su última voluntad, su cabeza fue cortada y exhibida para escarmiento del pueblo, junto con las de tres de sus más cercanos compañeros de armas (Allende, Aldama y Jiménez), en jaulas colocadas en los cuatro costados de la alhóndiga de Granaditas de Guanajuato. Allí permanecieron por diez años, hasta la consumación de la independencia.[11]

 

Efectivamente, Luis Villoro refiere que sus “cabezas, encerradas en jaulas, cuelgan en las esquinas de la alhóndiga de Granaditas de Guanajuato, donde a nombre del pueblo habían obtenido su primera victoria.”[12]  Actualmente sus restos se hallan en el monumento de El Ángel de la Independencia. En 1953, en el bicentenario del nacimiento del padre Hidalgo, su cráneo fue expuesto al público como parte del homenaje. ¿Reliquia?, ¿símbolo patrio? Quién sabe, pero es alguien que ha conseguido ser parte de nuestro panteón de héroes nacionales y de nuestro imaginario colectivo.

 

Deseo concluir con las palabras dedicadas por Vicente Riva Palacio a este magno personaje:

 

Hidalgo es héroe porque comprendió que su empresa se realizaría, pero que él no vería nunca la tierra de promisión.

Hidalgo será siempre en nuestra historia una de las más hermosas figuras, y a medida que el tiempo nos vaya separando más y más de él, se irá destacando más luminosa sobre el cielo de nuestra patria, y para nosotros llegará un día en que su nombre sea una religión.[13]

 

Muchas gracias,

 

 

 


 

[1] Sandra Molina Arceo, Charlas de café con Ignacio Allende, México, Grijalbo, 2009. http://bicentenario.com.mx/?p=8760 (9-IX-’11)

[2] Eduardo Guajardo Elizondo, “Baján 1811. Las razones de los héroes”, pp. 128-129, en AAVV, Provincias Internas, Coahuila, Centro Cultural Vito Alessio Robles, año III, Núm. 10, verano 2003,   pp. 125-147.

[3] Eduardo Guajardo Elizondo, “Baján 1811. Las razones de los héroes”, p. 130, en AAVV, Provincias Internas, Coahuila, Centro Cultural Vito Alessio Robles, año III, Núm. 10, verano 2003, pp. 125-147.

[4] pp. 131-132.

[5] p. 146.

[6] Sandra Molina Arceo, op. cit.

[7] Eduardo Guajardo Elizondo, op. cit., p. 139.

[8] Ibid.

[9] Sandra Molina Arceo, op. cit.

[11] Enrique Krauze, Siglo de caudillos. Biografía política de México (1810-1910), México, Tusquets Editores, 1994, p. 63.

[12] Luis Villoro, “La revolución de independencia”, p.508, en Historia General de México, Versión 2000, México, COLMEX, 2006, pp. 489-523.

[13] Vicente Riva Palacio, Manuel Payno, El libro rojo, México, Conaculta, 1989, pp. 313-314.

 

 

Volver a la página principal de ETNOHISTORIA