Se llegaba lentamente la hora
de la noche y estaba ensimismada escuchando el violento bailoteo del
granizo que cambiaba de ritmo continuamente, los truenos me exaltaban
un ácido sabor a naranja en la garganta. sed, y una desazón
no muy lejana dentro de las paredes de mi habitáculo sexual,
que no solo estaba apto para recibir visitas frutales sino que ademas
las clamaba.
No había pétalos
de rosas en mi cama, solo brillantes espinas
sudorosas en mi cerebro que intuía cerca, a uno de los miembros
mas consagrados del mundo vegetal, el pepino masculino, con su olor
harto penetrante y embriagador.
El oleaje tormentoso que sentía en mi cabeza y que pasaba eléctricamente
como los truenos nocturnos a través de la suya, me recorría
por dentro, y tocaba brutal, cada una de mis erectas células,
que se sentían eyacular en las micro dimensiones del mundo intangible.
Un paraíso del que me
hice dueña desde la noche en que el, sanguinariamente, me desnudo
hasta dejarme solo un par de pezones puntudos para cubrirme el resto
de vergüenza sudorosa que bajaba por la piel naranja aterciopelada.
Yo solo sonreía, sin rastros de victimismo. Sonreía de
satisfacción al verle el sentimiento abrupto cuando me miraba
fijamente el ombligo y presentía su morbo al verme desprovista
de vellosidades:
-Yo soy una mujer desértica
por fuera y selvática por dentro. -le dije, a lo que el respondió
enfáticamente con una mirada de desprecio e indignación
pero yo sentía su larga risa en mi oído y estoy segura
de que el sentía la mía.
Poso sus dedos sigilosamente
alrededor de mi ingle, con cuidado de no ir a tocarme por equivocación,
me moví, envuelta en eterna y acuosa parsimonia gatee desnuda
alrededor de la cama, moviendo la lengua sin descaro por cualquier lugar
que supiera a uvas ibéricas. Su cuerpo.
Me tomo por el cuello, me miro
a los ojos sin animo de perdonarme la desobediencia y me dijo: -quédate
quieta salvaje! ya veras como se domesticar a las mujerzuelas como tu.
Tomo posesión feudal sobre mi cuello que agarro con una sola
mano, dispuesta a cuatro patas, gemí infinitamente y sentí
como mi amante amorosamente soltaba sus lagrimas blanco mortecino, sobre
el averno que tenia sitio varios centímetros
arriba del final de mis piernas de animal incontrolable... Me desate,
grite y por veintitrés segundos consecutivos fui suya.
Ayúdame, mi alma maldita
se desangra al igual que la tuya.
Annarpia Ursula
Salvaje.