Pezones puntiagudos
Annarafa [@] [www]

 

Se llegaba lentamente la hora de la noche y estaba ensimismada escuchando el violento bailoteo del granizo que cambiaba de ritmo continuamente, los truenos me exaltaban un ácido sabor a naranja en la garganta. sed, y una desazón no muy lejana dentro de las paredes de mi habitáculo sexual, que no solo estaba apto para recibir visitas frutales sino que ademas las clamaba.

No había pétalos de rosas en mi cama, solo brillantes espinas sudorosas en mi cerebro que intuía cerca, a uno de los miembros mas consagrados del mundo vegetal, el pepino masculino, con su olor harto penetrante y embriagador.
El oleaje tormentoso que sentía en mi cabeza y que pasaba eléctricamente como los truenos nocturnos a través de la suya,  me recorría por dentro, y tocaba brutal, cada una de mis erectas células, que se sentían eyacular en las micro dimensiones del mundo intangible.

Un paraíso del que me hice dueña desde la noche en que el, sanguinariamente, me desnudo hasta dejarme solo un par de pezones puntudos para cubrirme el resto de vergüenza sudorosa que bajaba por la piel naranja aterciopelada. Yo solo sonreía, sin rastros de victimismo. Sonreía de satisfacción al verle el sentimiento abrupto cuando me miraba fijamente el ombligo y presentía su morbo al verme desprovista de vellosidades:

-Yo soy una mujer desértica por fuera y selvática por dentro. -le dije, a lo que el respondió enfáticamente con una mirada de desprecio e indignación pero yo sentía su larga risa en mi oído y estoy segura de que el sentía la mía.

Poso sus dedos sigilosamente alrededor de mi ingle, con cuidado de no ir a tocarme por equivocación, me moví, envuelta en eterna y acuosa parsimonia gatee desnuda alrededor de la cama, moviendo la lengua sin descaro por cualquier lugar que supiera a uvas ibéricas. Su cuerpo.

Me tomo por el cuello, me miro  a los ojos sin animo de perdonarme la desobediencia y me dijo: -quédate quieta salvaje! ya veras como se domesticar a las mujerzuelas como tu.
Tomo posesión feudal sobre mi cuello que agarro con una sola mano, dispuesta a cuatro patas, gemí infinitamente y sentí como mi amante amorosamente soltaba sus lagrimas blanco mortecino, sobre el averno que tenia sitio varios centímetros arriba del final de mis piernas de animal incontrolable... Me desate, grite y por veintitrés segundos consecutivos fui suya.

Ayúdame, mi alma maldita se desangra al igual que la tuya.
 

Annarpia Ursula Salvaje.

 

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