Una mañana se descubrió un hecho curioso. Encontraron a un hombre muerto en su apartamento, yacía sobre miles y miles de letras que estaban esparcidas por toda la estancia. Murió de muerte natural, de vejez, de cansancio; por lo que, a primera vista, este suceso no tenía nada de especial. Lo que sí resultaba curioso eran esas montañas de letras que aparecían en cualquier rincón de la casa, incluso en el lavabo. Letras que parecían haber sido despegadas de periódicos, o de otros documentos impresos, sí despegadas, eso sí con mucha maña y paciencia. Era un hecho inverosímil, el que allí se estaba presenciando, pero cientos de hojas en blanco apiladas a un lado de lo que un día debió de ser el salón daban credibilidad a esa hipótesis de que las letras habían sido concienzudamente despegadas. Pero no había desorden, al contrario había un orden rigurosamente establecido, las "a" en un primer montón, las "b" en otro... y así con el resto del abecedario, formándose a su vez diferentes subgrupos por tamaños, tipos de letras, colores... Tardaron en dar con la respuesta a tan extraña manía, la solución se hallaba al final del pasillo en el despacho, o quizás era el taller. En el centro una mesa presidía la habitación y sobre ella unas gafas, con una lucecita, parecidas a las que usan los joyeros (aunque estas parecían de fabricación casera), unos guantes de goma, unas pinzas, alcohol, algodón, un bote de cola, un pequeño pincel, algo parecido a papel secante y también un par de hojas sobre las que el difunto había empezado a tejer, pegando una a una las letras, el siguiente relato: "Siempre quise escribir, dejar un legado, algo por lo que los demás me recordaran... Y quise que fiera lo más original posible. A falta de ideas, de imaginación, de algo que contar, tuve que buscar la forma de llevar a cabo mi ilusión y de que mi obra resultase interesante a los demás. Así que se me ocurrió dejar a un lado lo que iba a contar y que lo original iba a ser la manera de realizarla: despegando las letras de otras novelas, diarios, etc. Para pegarlas a mi antojo en mi propia novela Eso me llevó tiempo, mucho tiempo Tiempo para aprender la técnica adecuada para despegar las letras, tiempo para perfeccionar esa técnica y, sobretodo, tiempo para recoger la cantidad de letras necesarias Y.. ahora que creo que ya tengo material suficiente, noto que se me escapa la vida, se para el reloj.. pero estoy contento, sí muy contenta.. ahora además de una forma de dar cuerpo a mi novela tengo una historia realmente increíble que contar: la de mis viajes por países exóticos dónde aprendí las técnicas que he empleado, la de las curiosas y sabias gentes que conocí en cada una de las ciudades que visité, y la de todos estos años coleccionando las letras con las que mi pequeño legado a la humanidad iba a tomar forma Lastima que se me acaba el tiempo, y esto más que a un cuento se parezca a un testamento" Al
final de la hoja y cómo rúbrica un par de lágrimas
manchaban el papel. Esas hojas se encuentran hoy expuestas, junto a una pequeña muestra de su extensa colección de letras despegadas y sus herramientas, en el museo local de su pequeña ciudad natal. No por su valor literario, sino por su valor artesanal y cómo homenaje al trabajo, paciencia y perseverancia demostrada por un hombre que dedicó toda su vida a la labor de hacer realidad su sueño. Un sueño que, aunque no tomó la forma que el había planeado durante todos esos años mientras con sus gafas, sus pinzas y el resto de utensilios despegaba todo tipo de letras de cualquier sitio pero que le sirvió para no pasar desapercibido en esta sociedad anónima.
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