Lo más curioso del caso es que jamás me había planteado que alguna vez pudiera llegar a salvar el mundo. Todo fue una serie de hechos que se encadenaron y dieron como resultado lo que voy a relatar. Cuando entre en el servicio lo hice por necesidad, nunca quise ser un héroe. Mis aspiraciones militares nunca pasaron de defender a la patria desde un despacho. Nunca he tenido el amor por las armas de otros militares. Cuando poco a poco me fueron asignando funciones de mayor responsabilidad tampoco pensé que llegaría a puestos de tanta importancia pero jamás me detuve a pensar en ello, siempre creyendo que en realidad nunca iba a pasar nada. Es muy facil no pensar en la realidad cuando uno está encerrado en un despacho, lejos de los campos de batalla. Así que cuando recibí aquella llamada en que se me ordenaba apretar el botón no lo pensé. Lo hice. Me ordenaban apretar el botón rojo, ese botón que significaba la guerra, el botón que desencadenaría el disparo de 2000 cabezas nucleares. Y lo apreté. No lo pensé y lo apreté. Supongo que todos los test de personalidad que me habían hecho habían dado como resultado que sería capaz de hacerlo, y lo hice. Claro que entre todos esos tests de personalidad a nadie se le ocurrió hacerme uno de la vista, así que en lugar de apretar el botón rojo apreté el verde, ese que significa petición de paz con el enemigo. Y es que jamás me hicieron un test de daltonismo.