Plagio
Marsupilami (Ignacio de Castro) [@] [www]

Siempre he sabido que en el mundo de la música hay distintos niveles de copia. Las variaciones, por ejemplo, son uno de ellos: un autor toma una melodía y realiza con ella diferentes modificaciones. Los ejemplos son múltiples, pero casi siempre que un autor realiza un homenaje bienintencionado a otro, suele nombrarlo en el título de la obra. Casi siempre.

Pero tampoco es excesivamente raro que no lo haga, y ello no significa que quiera plagiarlo. También hay muchos ejemplos de ello.

Por último, existe el plagio puro y duro, claro que sí. De esto quiero hablaros, y de algo que me ocurrió ayer. Veréis, oyendo "Leningrado", de Shostakovitch (escribo sin ninguna documentación a mano, así que no sé si ésa es la transcripción correcta del apellido de don Dimitri), siempre me pareció que su crescendo es un homenaje al de "La retirata Noturna de Madrid", de Luiqui Boquerinni. Bueno, Shostakovitch es posterior a Boquerinni, pero eso no significa que lo haya plagiado. Más bien, es mi ignorancia la que ocultaba el homenaje: probablemente en el subtítulo de la obra, o en algún escrito importante, Shostakovitch plasmó su intención de releer a Boquerinni.

Esta era mi situación hasta ayer. Pero ayer oí por la radio una obra llamada "Tambores chinos", de Fritz Kandinsky (nada que ver con el pintor abstracto). ¿Adivináis lo que ocurrió?. El crescendo de "Tambores chinos" es igual al de "La retirata" y al de "Leningrado"... y eso es demasiado.

Mi conocimiento de la obra de Kandinsky era (y todavía lo es) muy escaso, pero lo que había oído me había gustado y hay cosas que si no se hacen al primer impulso, ya no se hacen, así que rápidamente, tomé una decisión. Estaba en pijama y zapatillas, a pesar de ser las 5 de la tarde, y una tormenta primaveral regaba el camino, pero mi decisión era firme, lo cual (y el hecho de poder utilizar mi precioso paraguas que al abrirse muestra las constelaciones estelares, todo hay que decirlo) hizo que sin dudar fuera a encontrarme con mi destino: bajé a comprarme los "Tambores chinos". Probablemente, iba a encontrar el sentido de mi vida: descubrir qué diablos pasa con el tan manido crescendo para que tanto se repita.

Afortunadamente, tengo un verdadero amigo en mi proveedor habitual de cedés. El hecho de que me gaste una fortuna en piezas que él jamás vendería a nadie, supongo que influye para que me sonría cada vez que me ve entrar en la tienda, e incluso en ocasiones, me invite a un café mientras ambos nos deleitamos con las preciosas piernas de la nueva dependienta mientras la comparamos con la de la semana anterior, pero a lo importante: en su trastienda siempre encontramos lo que quiero... y varias cosas más que no me había enterado que las quería hasta que él me las muestra. Creo que me pone alguna pócima en el café (¿o serán las piernas de la dependienta?).

Ya veis: calado hasta los huesos (verdaderamente, llovía, y mi precioso paraguas es precioso, pero...), entré en la tienda y le espeté a la cara: "¿A que no tienes lo que quiero?". Él sonrió, se dirigió a la máquina de café, me miró con su sempiterna sonrisa y nos pusimos a hablar... lo tenía, claro que lo tenía. Encontramos los "Tambores chinos" en la trastienda, debajo del segundo montón, al lado de unos cubos de plástico de los que los niños usan en la playa y semioculto por un saco de tres kilos de arroz (verdaderamente, el método de archivo de mi amigo es peculiar).

Volví a casa emocionado, y casi pongo el cedé en el equipo de música sin quitarle el celofán protector, tal era mi estado de ansiedad. Las primeras notas surgieron, y decidí prolongar mi placer oyendo el primer movimiento. El segundo, el crescendo, sonó por fin... ahí estaba... ¡plagio, plagio, es idéntico!.

Boquerinni hizo una obra de cámara, Shostakovitch la orquestó, y el tal Kandinsky la hizo en menor y dio más importancia a la percusión, pero ahí estaba la misma tonadilla repetitiva... ¡plagio!.

Claro, las cosas hay que contrastarlas, ¿no?... así que llamé a una amigota, viuda de un insigne pianista aragonés y que sabe de música un montón, para comentarle lo que había descubierto. Tras la conversación con ella, en efecto supe que había plagio... pero no donde yo creía al principio.

Una sola frase de ella me reveló la verdad: "Ignacio, conozco perfectamente las tres obras, y no se parecen en nada".

Escuché los tres crescendos, uno tras otro, y ella tenía razón: no se parecen ni por asomo. ¿Cómo podía yo haber estado seguro de la semejanza entre "La retirata" y "Leningrado", cómo podía haber identificado ambas con "Los tambores"?

Plagio. En efecto, hay plagio, pero no donde yo creía, sino en mí. Mi cerebro ha plagiado una característica de todos los cerebros de esta epidemia del planeta a la que llamamos ser humano: la capacidad de cometer errores.

(Dedicado a Carrapo: él me dio a conocer la existencia de una obra italiana anterior a "Romeo y Julieta" con el mismo argumento y que William Shakespeare conocía. Me quedo con la obra inglesa.)

 

 

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