Por la calle, frente a frente

Brito y Picatoste se encuentran y se saludan.

—Buenos días.

—¡Y tan buenos!

—Caray Picatoste, sí que está usted hoy de buen humor.

—¡Y tan bueno!

—¿Alguna buena noticia?

—Y tan buena!

—Bueno, ¿me la va usted a contar?

—Bueno está bien.

—¡Qué me dice!

—Lo que oye.

—¿Y cuándo lo ha recuperado?

—De golpe y porrazo... dos buenos otorrinos.

—¿Cómo lo han conseguido?

—Golpe trabajó sobre el yunke y Porrazo se dedicó en exclusiva al martillo.

—Me alegro mucho por Bueno.

—Es que es buenísimo.

—Sí Picatoste, también me alegra por usted. Son buenos amigos, ¿verdad?

—¡Y tan buenos!

—Ya lo había oído, se oye por todo el barrio.

—¿El qué? No he escuchado nunca nada.

—Lo que le he dicho, claro.

—Perdone Brito, pero por muy claro que lo haya dicho, no lo he oído.

—¿Tiene usted también algun problema con las trompas de Eustaquio?

—No, yo no pero mi mujer sí. Ellos ya no pueden tener más hijos.

—No sabía que estaban ustedes separados. Perdone usted mi error grave.

—Tranquilo, a veces, no oigo ni los agudos.

—Dicen que hay frecuencias que no oímos.

—Tampoco he escuchado nada.

—Hágaselo mirar...

—Bueno ya veremos. Le dejo que llega mi autobús. Y éste, no pasa con mucha frecuencia.

—Pues tendría que oirlo perfectamente.

—Que pase un buen día, señor Brito.

—Felicite a Bueno de mi parte.

—Se lo diré, señor Picatoste.