¡Y justo frente a sus siete hijos!
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Recién ayer a las tres y media de la madrugada enloqueció la vecina. Esperé a que el mecánico saliera de su escena glamorosa, del resorte con que agarraba popa, aunque jamás imaginó que lo estaría observando. Yo venía llegando por primera vez en mi vida y nunca antes se había descompuesto así. Pensé en llamar a los bomberos, cogité en los mercados, cavilé largamente entre un sí y un no. ¡Pero recién ayer, ella que me enseñó a jugar con los libros, a saltarme los paraderos donde espera la muerte, de pie ante sus siete hijos! ¿Era posible? La locura es cosa de temer. La hormiga lo sabe cuando se la lleva el viento, el fuego lo sabe cuando nadie viene, el niño lo sabe cuando llega el padre. Entonces recordé al lechero y su novia que nunca supo más que de su propia leche. En fin, recordé escenas tan lejanas que preferí colgar el teléfono. Las estrellas no tienen la culpa. Es la química, es la hormiga que se te mete al celebro. ¡Y justo al frente de sus siete hijos!

 

 

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