Jayme Armstrong

  

    La influencia diabólica de lo que se llama "fast food" o comida basura llena el mundo, esparcidas por el paisaje las sucursales de McDonalds, BurgerKing e innumerables sitios más que venden hamburguesas u otras comidas incomestibles e indigestibles hacen pensar que el único consuelo sea el pensar que Estados Unidos padece esta lacra no diez, si no cien veces más de lo que ocurre en todos los lugares del mundo que he visitado por lo menos.

    Se podría suponer que no existe una autentica cocina "americana" si no es comida de esta clase. Hasta cierto punto seria la verdad. Dicen que un 60% de la población norteamericana come comida rápida a diario. Menos mal que hay personas que han viajado fuera de EE.UU. y han podido comer un mole negro oaxaqueno seguido por un trago de mezcal artesanal con su debida sal con chile y gusano, o unos champiñones a la plancha en el bar "Sol y Sombra" en Madrid o un pollo asado con piri piri portugués o una tortilla de ajos tiernos por donde sea…y vuelven a casa con el sabor todavía en la mente y en la boca e intentan recrear el sabor, fracasando inevitablemente, pero cada vez mas cerca de acertar aunque sólo sea a medias.

Nací en una familia donde la comida era una irritación, si hubieran podido haber pasado del rollo de cocinar y comer, pues mejor. Yo, al otro extremo, era la voz en contra de la comida preparada, contra el queso que no era queso ( cheese food) y la falta de esmero y amor en su preparación. Menos mal que existen maestros y maestras por todas partes que comparten su arte con los que saben saborear. Puede ser la mujer que estaba sentada en el zócalo en la capital de Oaxaca- quien me dio su receta para mole negro- cuales de los chiles secos (entre tantísimos) y en que cantidad usaba ella, yo apuntando todo en un sobre, o la amiga mía que perfeccionó una receta con peras escalfadas ( la cual comparto aqui.) tras cientos de intentos de madrugada, despues de acostar a sus niños.

        La verdad es que algunos sabores me llevan al terreno de los recuerdos—como los madalenas de Marcel Proust. No pretendo ser experta en asuntos de cocina. He cocinado en dos restaurantes, tuve un negocio de servicio de comidas a domicilio, he dado clases de cocina en una escuela de cocina. Hay quien prefiere preparar comida de lujo, de invitados, visualmente impresionantes con estructura para que sus comensales queden deslumbrados por sus creaciones. Yo, en cambio, quiero preparar comida que sabe de sus ingredientes honestos, de estar en su sazón. Igualmente, la evolución de una comida regional o nacional tiene raíces en su historia. Platos sin reconocimientos de su procedencia no me interesan, aunque pueden ser exquisitos. Preferiría pasar una tarde con una nona italiana aprendiendo hacer tortellini que con Joel Robuchon.

 

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