¿LAS MALVINAS SON Y
SERÁN ARGENTINAS?
Malvinas o Falklands,
las islas de la discordia.
Autora: Martha Delfín Guillaumin
“Los hechos están ejecutados, la cuña
está puesta. Hispanoamérica es libre y,
si
sabemos dirigir bien el negocio, es inglesa”
Correspondencia de Canning con Lord Granville.[1]
El de 15 de junio de 1982, el mundo
amanecía con la noticia de que el conflicto armado entre Argentina y el Reino
Unido había concluido. Menos de tres meses habían bastado para que el sueño
acariciado por muchos argentinos de recuperar las islas Malvinas se
desvaneciera o más bien, sorpresivamente se convirtiera en una frustrante
realidad. La censura militar había controlado los comunicados de prensa y hasta
el día de la rendición, 14 de junio, las noticias propaladas en Argentina
señalaban que sus tropas se encontraban próximas a la victoria definitiva y las
de Gran Bretaña estaban a punto de retirarse de las islas. La indignación que
provocó esta farsa y el desprestigio de la Junta militar, de por sí ya bastante
cuestionada por sus violaciones a los derechos humanos y la bancarrota en la
que sumía al país, precipitó el fin de un gobierno dictatorial que se había
establecido con el golpe de Estado de 1976. Por su parte, el éxito de la guerra
reforzó la figura de “la dama de hierro”, Margaret Thatcher, quien repitió su
cargo de primera ministra en el gobierno inglés al ganar las elecciones de
principios de 1983. En este ensayo pretendo analizar brevemente la historia de
las relaciones entre ambas naciones tomando como hilo conductor los momentos de
conflicto bélico, ya que este último se sumó a una larga serie de episodios de
enfrentamiento.
El
vínculo argentino-inglés se remonta a la época colonial. Desde antes de la
fundación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, ya habían comenzado las
hostilidades por parte de la Gran Bretaña, que incluso había invadido el
territorio argentino. Para entender mejor esta afirmación será preciso dar una
semblanza general del poblamiento de estas islas ubicadas en un archipiélago
que emerge de la plataforma continental anexa a la Patagonia en el Océano
Atlántico Sur, frente a la costa argentina de la provincia de Santa Cruz, entre
los 51° y 53° de latitud austral y los 57°40’ y 61°30’ de longitud oeste a unos
550 kilómetros de la entrada al Estrecho de Magallanes. Es un conjunto de algo
más de 100 islas, ocupan una superficie de 11,718 kilómetros cuadrados de las
cuales destacan la de la Soledad y Gran Malvina entre las mayores. Desde 1520,
al parecer luego del descubrimiento realizado por Esteban Gómez, se tienen
noticias de estas ínsulas según lo demuestra las cartas de navegación
elaboradas por los españoles durante el siglo XVI. Los británicos las nombraron
Falkland Islands en honor del Lord inglés que financió la expedición del
capitán John Strong hacia 1690; Strong navegó por el estrecho de San Carlos al que nombró Falkland
Sound, luego el nombre fue aplicado por los ingleses a todo el archipiélago.
Las islas Malvinas, según refieren Rosana Pagani, Nora Souto y Fabio Wasserman,
se convirtieron en un objeto de discordia porque las naciones europeas como
Holanda o Inglaterra, que se disputaban la gloria de su descubrimiento,
reconocieron su situación estratégica como lugar de recalada para los barcos
que navegaban por los mares australes. En la década de 1760, tanto los
franceses como los ingleses se habían establecido en las islas, hecho ante el
cual la Corona española protestó llegando a un acuerdo con Francia en primera
instancia, esto es, esta nación aceptó la soberanía española sobre las islas
porque éstas habían sido descubiertas por españoles y, además, por reconocer la
vigencia del Tratado de Tordesillas de 1494; no obstante, los españoles
tuvieron que pagar una suma de dinero al gobierno francés. De cualquier forma,
como los marineros galos que habían estado en las islas provenían del puerto de
Saint Maló, se les empezó a llamar Maluinas que ya castellanizado quedó como
Malvinas. Los ingleses, sin embargo, se retiraron de Puerto Egmont hacia 1774;
éste había sido fundado por ellos en 1766, los españoles lo rebautizaron como
Puerto de la Cruzada. Posteriormente los españoles, ejerciendo su derecho de
soberanía sobre las islas, mantuvieron en ella una gubernatura y comandancia
marítima que se prolongó hasta recién iniciada la guerra de independencia. De
esta forma, entre 1767 y 1811 las islas contaron con 20 gobernadores que
dependían directamente de los gobernadores y, a partir de 1776, de los virreyes
del Río de la Plata. Luego de consumado el proceso de emancipación de la Corona
española, el conjunto insular pasó a formar parte de las Provincias Unidas del
Río de la Plata; así, en noviembre de 1820 se izó por primera vez la bandera
albiceleste en Puerto Soledad. En 1823 se inició el repoblamiento formal de la
isla Soledad con Luis Vernet, quien había sido enviado por el gobierno de
Buenos Aires. Hacia 1829, los mismos autores citados afirman que el general
Juan Lavalle diseñó un plan para ejercer la soberanía argentina sobre las islas
e instauró una Comandancia político-militar a cargo del propio Vernet, lo que
constituyó un inequívoco acto de jurisdicción sobre ese territorio y las islas
vecinas al Cabo de Hornos.
Posteriormente, en los
años 1831-1832, embarcaciones de origen estadounidense provocaron una serie de
incidentes ya que ignoraron las disposiciones del oficial argentino sobre el
derecho de pesca en esa zona. Se suponía que los barcos balleneros de
procedencia extranjera debía pagar un impuesto de 5 pesos por tonelada de
pesca. En esos años Vernet logró capturar tres goletas estadounidenses, el Harriet, el Breakwater y el Superior,
que se negaron a pagar esos impuestos. Luego Vernet arribó al Puerto de Buenos
Aires a bordo del Harriet junto con
el capitán Davidson, patrón de ese barco. Esto originó un conflicto diplomático:
el cónsul de los Estados Unidos en Buenos Aires, George V. Slocum, desconoció
las medidas adoptadas por Vernet con respecto a la embarcación confiscada y,
particularmente, la jurisdicción argentina sobre el territorio insular en
cuestión. Inclusive, mandó traer de Estados Unidos a la corbeta Lexington, comandada por el capitán
Silas Duncan. Este individuo pretendía juzgar a Luis Vernet por piratería en
los Estados Unidos; luego, el 28 de diciembre de 1831, Duncan junto con
Davidson arrasaron la colonia argentina en Puerto Soledad, ¿América para los
americanos? A parecer la Doctrina Monroe, de reciente formulación, fue olvidada
en ese entonces. Es evidente que Estados Unidos, tal y como lo señalan Gustavo
y Hélène Beyhaut, con respecto a la Doctrina Monroe: “Hasta fines de la guerra
de Secesión, preocupado por sus problemas interiores, (...) no dejó de ver en
este discurso más que una simple declaración de principios /el de no intervención, de no colonización y
el de aislacionismo, oponibles sólo a las potencias europeas/; es así como no
fue recordada ni aplicada, entre otros casos, durante las evidentes
intervenciones británicas en América Central en la década de 1830 (tendientes a
ampliar el territorio de Honduras británica), ni cuando Gran Bretaña ocupó en
1833 las islas Malvinas, ni cuando el bloqueo francés de México y Argentina en
1838 o las operaciones anglofrancesas en el Río de la Plata en 1845.” Esta
afirmación resulta más convincente si se recuerda el hecho acontecido en julio
de 1832 cuando el entonces gobernador de Buenos aires, Juan Manuel Ortiz de
Rosas, expulsó al cónsul estadounidense y a un ministro llamado Bayles, quien
había dicho que las Malvinas pertenecían a Gran Bretaña. El presidente Jackson,
según refiere Jorge Lanata, estuvo a punto de declarar la guerra “al insolente
gobierno de Buenos Aires.”
Al inicio del año 1833,
la goleta británica Clío al mando del
comandante inglés John James Oslow entró por el Puerto de la Cruzada y se
apoderó de las Malvinas expulsando a los habitantes de origen argentino. Los
ingleses ocuparon las islas y se quedaron con los bienes de los argentinos
extrañados. Enseguida dieron inicio los reclamos por parte de las autoridades
de Buenos Aires, en junio de ese mismo año, Manuel Moreno, representante argentino
en Londres presentó una protesta formal ante la Oficina de Asuntos Extranjeros
(Foreign Office). Estos reclamos
continuarían realizándose a los largo del siguiente siglo, por ejemplo, en
1946, Argentina presentó su primera reclamación para la devolución de las islas
Malvinas ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, organismo recién
fundado en el período de la posguerra. Luis Alberto Romero indica que en el año
de 1965 “las Naciones Unidas dispusieron que ambos países deberían negociar sus
diferencias, pero los británicos poco habían hecho para avanzar en el sentido
de los reclamos argentinos, coincidentes con las tendencias generales del mundo
hacia la descolonización.”
Por otra parte, las
guerras europeas marcaron el perfil de esta relación de conflicto con Gran
Bretaña cuando todavía Argentina formaba parte de la Corona española. Según
refiere Jorge Lanata, en las postrimerías del siglo XVIII, luego de haberse
roto las relaciones de alianza entre Francia y España (establecidas durante la Guerra
de Sucesión Española), el gobierno inglés comenzó a considerar la posibilidad
de realizar una invasión “en arco” que tomara Buenos Aires, para de esta forma,
adentrarse hasta el Perú y Ecuador vía Chile. Hacia 1805 empezaron a circular
los rumores de una posible guerra entre España y la Gran Bretaña. Este fue el
preámbulo para las llamadas “Invasiones inglesas” de 1806 y 1807 al Puerto de
Buenos Aires. El episodio de la huida del virrey Sobremonte con el tesoro real
hacia Córdoba es hartamente conocido. Sobremonte y su familia se refugiaron en
Córdoba, la plata del rey fue confiscada en Luján y luego llevada a Inglaterra;
se trataba de cerca de 40 toneladas de pesos plata que fueron depositados en el
Banco de Inglaterra, en 1808, según refiere Lanata, fueron repartidos entre los
miembros del ejército invasor y sus principales dirigentes. Desde el 25 de
junio hasta el 12 de agosto de 1806 las fuerzas británicas ocuparon el Puerto
de Buenos Aires, si bien las órdenes confusas y poco tácticas de Sobremonte habían
propiciado la entrada invasora, la expulsión de los ingleses se logró con la
suma de talentos militares de Liniers, Pueyrredón y Álzaga y la presencia de
los pobladores porteños que se unieron a la lucha para expulsar al enemigo. En
junio de 1807, los colorados, como
popularmente fueron llamados los soldados ingleses, intentaron tomar nuevamente
el puerto bonaerense, sin embargo, esta vez fueron repelidos desde el principio
distinguiéndose en la defensa del sitio de nueva cuenta Liniers y Álzaga.
Durante
el siglo XIX, la relación entre Argentina y Gran Bretaña se distinguió por su
carácter comercial y diplomático. En lo comercial se puede mencionar los
empréstitos y las inversiones inglesas, léase inversiones no invasiones, y en
lo diplomático el juego de poder ejercido desde Londres para controlar las
relaciones políticas y económicas de Argentina y sus países vecinos. De esta
forma, en 1824 la Casa Baring Brothers concedió un empréstito a Argentina
autorizado por el ministro de gobierno Bernardino González Rivadavia. La deuda
que se contrajo con motivo de este empréstito fue muy grande porque se consideran los intereses que se
fueron acumulando, su cancelación se efectuó recién en 1903, pero en su momento
llegó a ser tan fuerte la presión ejercida por los banqueros ingleses al
gobierno argentino para liquidarla, que en 1842 el propio gobernador Juan
Manuel de Rosas, según refiere Lanata citando a su vez a Alejandro Olmos Gaona,
“ordenó a su ministro en Londres, el Dr. Manuel Moreno, que explorara la
posibilidad de entregar las Islas Malvinas a cambio de la cancelación de la
deuda, previo reconocimiento de la soberanía argentina sobre las islas.” Se
suponía que originalmente este empréstito iba a servir para costear la
construcción de un puerto y dos cárceles, y proveer a Buenos Aires de un
servicio de agua corriente; sin embargo, como lo manifiestan Raúl Scalabrini
Ortiz y José María Rosa, en los hechos el puerto sirvió para beneficiar a los
anglos ya que éste se construyó para facilitarle el acceso a los buques
ingleses, sacar las mercancías de exportación y las ganancias de los
comerciantes ingleses en el Río de la Plata. En cuanto a las inversiones
británicas relacionadas con la explotación minera en Argentina es conocido el
interés que éstas despertaron desde los primeros años de vida independiente;
durante el tiempo en que Rivadavia figuraba como ministro plenipotenciario de
las Provincias Unidas en Francia e Inglaterra, hacia 1824, es que se iniciaron
estos proyectos de compañías mineras británicas en territorio argentino, en
particular, la empresa Hullet. Jorge Lanata al referirse a este episodio,
comenta que Rivadavia se asoció con John
Hullet y “acordaron asociarse en la Río de la Plata Mining Association, con un
capital de un millón de libras. González Rivadavia fue designado presidente del
directorio.” Sin embargo, las condiciones en que se dio tal acuerdo no fueron
muy claras, tal como lo señala Tulio Halperin Donghi, durante el tiempo en que
Rivadavia fue electo presidente de la república en 1826, los gobiernos del
interior, salvo el caso del gobierno sanjuanino, no estuvieron conformes con la
presencia de esta empresa minera: “Mientras tanto, la redacción de una
constitución unitaria terminó de enajenar al congreso la buena voluntad de los
gobernantes del interior, ya comprometida por episodios como la aprobación del
tratado de comercio y amistad con Gran Bretaña, que imponía la libertad de
cultos aun en las provincias interiores, y por otros más turbios, vinculados
con las rivalidades entre compañías mineras organizadas en Londres con el
auspicio de Rivadavia y otras igualmente lanzadas al mercado bursátil de la
City con el de hombres influyentes del interior.” Posteriormente, durante el período rosista se
empezaron a dar las bases para el intercambio comercial con el extranjero, que
junto con los latifundios, los saladeros conformaban la base económica del
gobierno dictatorial de Rosas. En esa
época los comerciantes británicos tenían un fuerte vínculo con los nuevos ricos
argentinos, “una clase favorecida por la instalación de latifundios y el sesgo
exportador”. En la segunda mitad del siglo XIX se daría la entrada del
capitalismo financiero inglés en las inversiones en empresas como el
ferrocarril argentino, que como bien apunta Scalabrini Ortiz había comenzado
siendo una actividad económica con iniciativa e inversión argentina en 1854, la
llamada Sociedad del Camino – Ferrocarril al Oeste, pero para la década de 1880
se otorgaron concesiones a empresas británicas para la construcción de ferrocarriles
que a manera de embudo desembocaban en el Puerto de Buenos Aires; las
mercancías de exportación deberían ser sacadas por ese puerto en detrimento de
otros sitios como Mar del Plata que también contaba con un puerto de aguas
profundas. Sin embargo, como indica Scalabrini Ortiz, ese puerto quedó aislado
porque las empresas jamás le dieron acceso ferroviario teniendo que mandar los
cereales y las carnes de esta zona de la Pampa húmeda hacia Buenos Aires para
poderse embarcar al extranjero. En 1889, el Gobierno de Buenos Aires vendió
esta línea férrea a la Western Railways, una empresa inglesa. Con esto se
garantizó el dominio británico sobre las concesiones de las líneas férreas
argentinas. En la década de 1880, informa Lanata, Argentina enviaba a Europa,
en particular a la Gran Bretaña, cueros, lana, sebo, maíz, lino y carne de
cordero congelada. Y, a su vez, recibía de Inglaterra, hierro, acero,
materiales para ferrocarriles y trilladoras, entre otros productos. Las
compañías británicas y estadounidenses se instalaron en Argentina y
desplazaron, a su vez a las empresas frigoríficas de capital argentino como La
Congeladora Argentina y el Frigorífico Argentino. Entre las extranjeras
destacan The River Plate Fresh Meat Company, que fue el primer frigorífico
inglés en Argentina fundado en 1882, y The National Packing Company, un
complejo de Chicago formado por Swift, Armour y Morris. Un último ejemplo de
este tipo de affaires nos lo
proporcionan las compañías británicas deslindadoras de tierras que se establecieron
en el último tercio del siglo XIX en territorio argentino; entre éstas figuran
la Argentine Central Land Co., Las Cabezas Estancia Company y Estancias and
Properties. Esta situación privilegiada de los intereses británicos en
Argentina se prolongaría ya avanzado el siglo XX, precisamente en 1933 con el
famoso Tratado Roca – Runciman, que restringía la participación en el negocio
de los frigoríficos de inversionistas nacionales a un 15%; por su parte Gran
Bretaña se aseguraba de que las libras esterlinas generadas por la venta de
carnes argentinas se destinarían al pago de la deuda. El vicepresidente Julio
A. Roca, hijo del vencedor de la campaña del desierto contra los indios rebeldes, realizó este acuerdo que se
daba en el marco de una crisis internacional: la debacle económica de 1930 y la
competencia con los Estados Unidos habían hecho que la Gran Bretaña diera
preferencia a sus antiguas colonias para las importaciones y eso significaba
que Australia mandaría carne como parte de sus exportaciones, es decir, se
beneficiaba a los miembros del Commonwealth en detrimento de Argentina que
vería reducida sus exportaciones de carne congelada hasta en un tercio. En sus
intentos por mantener las cuotas argentinas de carne, señala Luis Alberto
Romero, es que se realizó el referido Tratado Roca – Runciman. Al igual que
otros personajes como Rivadavia, Mitre o su propio padre, Julio A. Roca formó
parte de la elite que sirvió para la penetración y dominio de los intereses
extranjeros en el país. Ilustrativo de este fenómeno resulta la declaración
atribuida al entonces vicepresidente Roca: “Si bien Argentina es independiente
desde el punto de vista político, desde un ángulo económico pertenece al
Commonwealth.”
La
Guerra del Paraguay (1865-1870) puede ser el mejor ejemplo para entender las
relaciones diplomáticas entre la Gran Bretaña y Argentina en la segunda mitad
del siglo XIX. El conflicto bélico, también conocido como la Guerra de la
Triple Alianza o de la Triple Infamia (Brasil, Argentina y Uruguay), ocasionó
que Paraguay, un pequeño país capitalista sudamericano que prosperaba con su
industria local y sus astilleros representando una molestia a los intereses
británicos, se convirtiera en un país mutilado geográficamente, con una pérdida
poblacional por la guerra estimada en un millón de varones muertos, y el
desmantelamiento de su industria. Halperin Donghi menciona que “el heroísmo
paraguayo asombró al mundo: a través de cinco años de guerra el país perdió
casi toda su población adulta masculina.” Este florecimiento económico autónomo
alcanzado por un país latinoamericano en el siglo XIX no se volvería a repetir.
Lanata, siguiendo al historiador José María Rosa, manifiesta que el interés del
ministro británico Edward Thornton por terminar con la renuencia paraguaya a
aceptar sus empréstitos, el cierre de sus ríos a los barcos con bandera
inglesa, la indiferencia por los tejidos ingleses y su ignorancia del poderío
inglés, no significaba para los ingleses llegar a producir un enfrentamiento de
esa naturaleza: “Si Thornton empujó a la guerra, no quisieron los ingleses que
ésta llegase al extremo de la hecatombe. Una expedición bélica que destruyese
las fortificaciones de Humaitá, los Altos Hornos de Ibicuy, la fundición de
Asunción, estableciese un gobierno democrático y abriese Paraguay a las
mercaderías de Manchester y al capitalismo británico, bastaba a su propósito”.
De cualquier forma, Argentina solicitó a Inglaterra un par de empréstitos para
poder financiar esta guerra; fue nuevamente la Casa Baring la que en 1866
realizó el préstamo de 550,000 libras con un interés del 6 por ciento”; luego,
en 1868 un nuevo empréstito por 1,950,000 libras esterlinas al 7.25 por ciento
de interés se sumaría al anterior. Este mismo autor, citando a The Times, informa que esta guerra
habría costado “a la Argentina cerca de seis mil libras y doce hombres por
día.” La guerra concluyó y su principal promotor argentino, Bartolomé Mitre
salió beneficiado con la fundación del periódico La Nación, del que fue
propietario, hecho que, según se comenta vox
populi, fue posible gracias a la aportación económica del gobierno inglés.
Volviendo a los hechos
ocurridos entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, en que Argentina trató
de reconquistar las islas Malvinas, son varios los aspectos que llaman la
atención, en particular, el pretexto a veces utilizado de que el conflicto se
desencadenó en marzo de ese mismo año como respuesta al hostigamiento recibido
por ciudadanos argentinos en las islas Georgias del Sur en las que se encontraban
recolectando chatarra de las instalaciones balleneras abandonadas, las
autoridades británicas los acusaban de haber izado una bandera argentina y de
llevar soldados y armas de fuego en vez de operarios para recolectar el
escombro. Otro punto a tratar sería el hecho de que los miembros de la Junta
militar estaban imbuidos, según Luis Alberto Romero, de una corriente de
opinión belicista como lo demuestran los hechos de 1978 en que Chile y
Argentina por poco llegan a un enfrentamiento armado por la posesión de tres
islotes en el canal del Beagle. El recuerdo de la frase “Argentina potencia”
acuñada en las primeras décadas del siglo XX servía de incentivo para fomentar
el sentimiento nacionalista de los militares. Pensaban recuperar las islas
Malvinas y asegurar la vuelta de ese esplendor formando parte nuevamente del
“concierto de las naciones civilizadas” como se decía en el siglo XIX, en este
caso, del primer mundo. La noticia del desembarco de las Fuerzas Armadas
argentinas, en su mayoría conformadas por soldados bisoños que se encontraban
haciendo su servicio militar, efectuado el 2 de abril de 1982 y la inmediata
ocupación de las Malvinas desencadenó en Argentina una reacción de júbilo
popular que aparentemente hizo olvidar las anteriores protestas ciudadanas,
manifestaciones del descontento provocado por la recesión económica por la que
atravesaba el país, como la movilización callejera lanzada por la CGT el 30 de
marzo de ese mismo año. Suponían los militares, en especial el general Leopoldo
Fortunato Galtieri, presidente de facto
de la nación y comandante en jefe del ejército argentino, que el gobierno
estadounidense apoyaría esta medida y que la Gran Bretaña se conformaría con la
devolución de las islas a cambio probablemente de una indemnización. La reacción
del gobierno inglés, en particular de la primera ministra Margaret Thatcher,
fue violenta e inmediata. Se organizó una fuerza naval que fuera en auxilio de
los habitantes ingleses de la isla, a los que despectivamente en la misma
Inglaterra se les denominaba como los kelpers
(“los que comen algas”). El Senado de los Estados Unidos, informa Romero,
“votó sanciones económicas a la Argentina y ofreció a Gran Bretaña apoyo
logístico.” Era evidente que el gobierno de Reagan pasaba por alto el Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca que tan bien habrían aprovechado los
estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial y el bloqueo a Cuba
utilizando a sus vecinos latinoamericanos.
Tras 74 días de ocupación argentina y 33 de combate efectivo, la guerra
concluyó y la noticia se dio a conocer primero en el extranjero y luego en la propia Argentina. Por ejemplo, el 16 de
junio de 1982, dos días después de haberse confirmado la derrota de las Fuerzas
Armadas argentinas, el diario mendocino Los
Andes informaba este acontecimiento, en la primera página aparecía el
titular: “Las tropas argentinas se retirarán de las Malvinas”. En el mismo
diario se incluía el discurso pronunciado por Galtieri quien entre otras cosas
afirmaba que: “Rescataremos la República, reconstruiremos sus instituciones,
restableceremos la democracia sobre bases inconmovibles de equidad y respeto, y
encenderemos como antorchas los valores más altos de nuestra argentinidad.” La
guerra había costado a Argentina, según las cifras manejadas por la CNN, un
total de 635 muertos y 1,068 heridos; por su parte, Luis Alberto Romero señala
que fueron más de 700 los muertos o desaparecidos y casi 1,300 heridos.
La guerra dio la
oportunidad de repensar el país que se quería tener y el tipo de gobierno que
necesitaba; sin embargo, los estragos que la última dictadura ocasionó a la
economía, a la cultura política y a la vida cotidiana se sumaron posteriormente
a las consecuencias del gobierno menemista que falsamente creó la idea de una
mejora en las condiciones de vida de los argentinos. La crisis económica
ocasionada por los manejos corruptos de este último gobierno, la privatización
de las empresas de la nación como las compañías de teléfono, los trenes, el
petróleo o la electricidad realizada de manera dudosa, el enriquecimiento
ilícito de los funcionarios y empresarios beneficiados de su régimen, la
pauperización del pueblo argentino, han provocado que el mundo nuevamente pose
su mirada sobre Argentina, la que en estos momentos deja entrever un atisbo de
recuperación socioeconómica y moral con la labor del nuevo presidente Kirchner. Luis
Alberto Romero concluye su Breve historia
contemporánea de Argentina con la siguiente reflexión: “La democracia había
aparecido, luego de la guerra de las Malvinas, como la panacea de todos los
males, y a la vez la utopía movilizadora de la sociedad, capaz de integrar en
un solo haz las tradiciones liberal, republicana y hasta socialista. Quebrada
hacia 1987, la ilusión deja paso a una realidad menos dramática que la de los
pasados procesos militares, pero ciertamente poco propicia para generar
entusiasmos colectivos... Poco alienta en el presente a una respuesta
optimista, salvo quizá la posibilidad de uno de esos bruscos cambios de
escenario, tan comunes en nuestra historia reciente. Salvo, también, la
confianza de que la sociedad que hoy está ausente del debate público
reencuentre la voz, la convicción y los intérpretes que ha perdido, y con ellos
la posibilidad de pensar en un país diferente.”
Con respecto a la Guerra
de las Malvinas y sus consecuencias a corto y mediano plazo, surge la
interrogante: ¿Qué opina la gente de estos sucesos? En Internet existen páginas
diseñadas por personas argentinas que reivindican la soberanía sobre las
Malvinas, inclusive se encuentran poemas acerca de este sentir o que expresan
el pesar por los seres queridos perdidos en esa guerra, como el que a
continuación se transcribe, titulado “¡Pequeñas Islas!”, escrito por Stella M.
Macazuse:
Malvinas, pequeñas islas,
que
en mi alma siempre están.
Lucharon
nuestros soldados,
para
ver la Bandera flamear.
Islas
rodeadas de historia,
nunca
las voy a olvidar.
Amigos
están en tus suelos,
sobre
las costas del mar.
Y
sus almas se quedaron...
Y
en silencio clamarán...
Pequeñas
islas Malvinas
¡Nadie las puede olvidar!
Asimismo, se encuentran
los testimonios de los excombatientes, los veteranos de las Malvinas, como el
de Horacio Ghittoni, perteneciente al Grupo de Artillería 3: “Gracias a Dios en nuestra unidad no tuvimos problemas de racionamiento.
Mis experiencias de combate fueron casi todas iguales: aguantar y aguantar un
terrible bombardeo constante del enemigo, pero siempre tuve el apoyo de los
integrantes del GA 3, ya que como estaba en una posición distinta a la del
Grupo, por mi rol de combate, periódicamente me visitaban alentándome y
trayéndome correspondencia. Por todo ello, el día de la rendición lloré tanto,
ya que el esfuerzo de todos los argentinos que estuvimos en las Islas fue el
humanamente posible y no pudimos contra un enemigo superior en técnica y armas,
pero no espiritualmente.”
A manera de reflexión final, aunque diferente
en las formas en que se efectuaron estos acuerdos, vale la pena comparar el
caso mexicano o el caso guatemalteco con el argentino. México perdió más de la
mitad de su territorio luego de la guerra contra los Estados Unidos de
Norteamérica, pero hubo un tratado en 1848 que incluía supuestamente una
indemnización por parte de los Estados Unidos y el reconocimiento de México de
la pérdida de este territorio y, asimismo, unos años más tarde, en 1853, se
realizó la venta de La Mesilla. Ambos
acuerdos, aunque se dieron en condiciones de desigualdad e injusticia,
formalizaron la pérdida de ese territorio. De igual manera aconteció con el
gobierno de Guatemala cuando le cedió formalmente Chiapas y el Soconusco a
México, también hubo un tratado celebrado en 1883 para “terminar amistosamente
las dificultades existentes entre ambas Repúblicas”. En al artículo II de este
tratado se anota que México “aprecia debidamente la conducta de Guatemala y
reconoce que son tan dignos como honrosos los fines que le han inspirado la
anterior renuncia, declarando que en igualdad de circunstancias, México hubiera
pactado igual desistimiento. Guatemala, por su parte, satisfecha con este
reconocimiento y esta declaración solemne, no exigirá indemnización de ningún
género con motivo de la estipulación precedente.” En ambos casos, es probable
que el sentimiento de despojo no haya desaparecido hasta la fecha entre los
habitantes de México o Guatemala por los referidos casos citados, pero la
ocasión del reclamo se ha perdido porque se aceptó negociar en esas
condiciones. Pero Argentina sigue sin solucionar ese asunto de ejercicio de su
soberanía sobre ese territorio insular
porque desde la invasión inglesa de 1833 a las Malvinas no se ha
efectuado ningún acuerdo formal entre ambas naciones, a menos que se considere
la reanudación de relaciones diplomáticas entre Argentina y Gran Bretaña que se
dio en la década de 1990 durante el gobierno menemista. Sobre este particular,
señala Romero que: “Igualmente audaz fue el cambio introducido /por el
ex-presidente Menem/ en las relaciones con Gran Bretaña, interrumpidas por la
guerra, que se reanudaron renunciando la Argentina a todo reclamo sobre las
islas Malvinas, sin obtener a cambio más que una presencia militar más intensa
de los británicos y una mayor explotación de los recursos del área.”
El
día 2 de abril por disposición de la Ley 25.370, se celebra el “Día del
Veterano y de los Caídos en la guerra en
Malvinas”, y tiene carácter de feriado nacional, de hecho en los almanaques así
aparece señalado. ¿Ha terminado este asunto? Entonces tendrán que cambiarse los
libros de historia que señalan la presencia inglesa en las Malvinas como un
despojo desde 1833 y quitarle a la gente argentina la convicción de que “las
Malvinas son y serán argentinas”. Ya no es sólo la lucha contra el imperialismo
británico o el reconocimiento de una injusticia, la frase se ha convertido en
una de las reivindicaciones más arraigadas que forman parte de la identidad del
pueblo argentino, el uso político que se hace de esto es otra cosa.
Bibliografía:
Beyhaut, Gustavo y Hélène Beyhaut, América Latina. De la independencia a la
segunda guerra mundial, Col. Historia Universal siglo XXI, volumen 23, tomo
III, México, Siglo XXI Editores, 1985.
Halperin Donghi, Tulio, Historia contemporánea de América Latina,
España, Alianza Editorial, 1980.
Lanata, Jorge, Argentinos. Desde Pedro de Mendoza hasta la Argentina del Centenario,
Argentina, Ediciones B Argentina, S.A., 2002.
O’Gorman, Historia de las divisiones territoriales de México, Colección
“Sepan cuántos...”, número 45, México, Editorial Porrúa, 1985.
Pagani, Rosana, Nora Souto, Fabio Wasserman,
“El ascenso de Rosas al poder y el surgimiento de la Confederación
(1827–1835)”, en Nueva Historia
Argentina: Revolución, República, Confederación (1806-1852), dirección de
tomo: Noemí Goldman, España, Editorial Sudamericana, 1998, tomo 3, pp. 283-321.
Rodríguez Mottino, Horacio, La artillería argentina en Malvinas,
Buenos Aires, Editorial Clío, 1984, (consulta realizada en su versión
electrónica el 23 de marzo de 2004). La dirección electrónica es
http://members.fortunecity.com/aokaze/principal_f.htm.
Se extrajo el testimonio del exsoldado Horacio Ghittoni.
Romero, Luis Alberto, Breve historia contemporánea de Argentina,
México, FCE, 1998.
Sitios de
Internet utilizados:
http://www.historiadelpais.com.ar/malvinas4.htm,
(consulta realizada el 14 de Abril de 2004).
http://www.losandes.com.ar/2001/0810/tapashistoricas.htm,
“Concluye la guerra de Malvinas”, portada del 16 de junio de 1982, número de
edición 33,475 (consulta realizada el 29 de marzo de 2004).
http://www.mcye.gov.ar/efeme/2deabril/pequenias.html,
“¡Pequeñas Islas!”, (consulta realizada el 14 de Abril de 2004).
http://www.mcye.gov.ar/efeme/2deabril/ley.html,
“Ley 25.370” (consulta realizada el 14 de abril de 2004).
http://www.oni.escuelas.edu.ar/olimpi99/interolimpicos/las3caras/,
“Reseña histórica de las Malvinas”, sitio diseñado por alumnos y docentes de la
Escuela Media No. 32 del partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires,
(consulta realizada el 29 de marzo de 2004).
http://cnnenespanol.com/especial/2002/malvinas/,
(consulta realizada el 23 de marzo de 2004). [1] Citado por Jorge Lanata en Argentinos. Desde Pedro de Mendoza hasta la Argentina del Centenario, Argentina, Ediciones B Argentina, S.A., 2002, p. 202. |