El oro y sus características.  Cuidados y consejos

 

 

El oro (del latín, aurum) es utilizado por el ser humano desde hace miles de años y ha sido siempre un elemento importante en todas las civilizaciones. Utilizado como material ornamental por su belleza y como medida de valor, incluso hoy en día los países rigen su economía en gran parte dependiendo de las reservas de oro de que disponen. El oro es, aún hoy, un indicador económico.

Es un mineral que se encuentra en la naturaleza.  En su estado natural, se le denomina oro puro, oro fino u oro de 24 quilates.  El oro de 24 quilates es sumamente maleable y se mezcla con otros metales para poder aumentar su dureza y, sobre todo, su durabilidad.

El oro es un metal que no se oxida, lo que permite que sea muy duradero, que no pierda su brillo y que su color sea permanente.  Es muy inactivo: no le afecta el aire, ni el calor, ni la humedad, ni la mayoría de los disolventes.  Es soluble únicamente en agua de cloro, agua regia o una mezcla de agua y cianuro de potasio.

 

El oro tiene un punto de fusión de 1.064° C y un punto de ebullición de 2.970° C .

Destacaremos que el oro es el metal más dúctil que se encuentra en la naturaleza: con un martillo simple y un yunque podemos llegar a reducir su espesor a 0´000013 centímetros y, con una cantidad de unos 30 gramos de oro, podríamos fabricar un hilo de aproximadamente cien kilómetros de largo.

En España, la fabricación de joyas se realiza, normalmente, en oro de 18 quilates; en otros países europeos y en EE. UU., es frecuente la utilización de oro de 14 quilates e incluso variedades inferiores.

El oro de 24 quilates posee una pureza de 999 milésimas de oro.  El oro de 18 quilates posee una pureza de 750 milésimas de oro (en adelante, 750 mm).  Eso quiere decir que se le aplica  una mezcla de un 33% de otros metales.

Resumiendo: el oro de 18 quilates o 750 mm. es una aleación que consta de 750 partes de oro de 24 quilates (oro puro) y 250 partes de otros metales, en nuestro caso, 166,50 partes de plata pura -también denominada de 24 quilates- y 83,50 partes de cobre fino.

La aleación normal constaría de una composición de un 22% de plata fina y un 11% de cobre fino, dotándolo de ese color tan característico del oro de 18 quilates o 750 mm. Estas medidas pueden variar entre ellas, conservando siempre el 33% de mezcla.

Si queremos obtener oro con una tonalidad más rojiza, variedad denominada oro rojo, únicamente tendríamos que aumentar la proporción de cobre fino y reducir la proporción de plata fina.  La medida más adecuada es de un 22% de cobre fino y un 11% de plata.  Si se requiere una tonalidad aún más rojiza, se puede llegar a emplear únicamente cobre fino; la proporción del 33% se compondrá exclusivamente de cobre fino.

Si la aleación se compone a partes iguales de plata fina y cobre -16’50% y 16’50%-, obtendremos la variedad de nominada oro color paja, que se distingue por apreciarse una elevada tonalidad amarilla.

Oro blanco.  Una variedad singular

El oro blanco no se encuentra como tal en la naturaleza, es una invención del hombre para sustituir a otro metal noble, el platino.  Esta sustitución es debida a dos factores: el primero, el alto valor económico del platino, muy superior al del oro; el segundo, su dureza: el platino es muy poco maleable y dúctil en comparación con el oro, lo que encarece sumamente su elaboración.

En la preparación de la aleación del oro blanco, se utiliza otro metal noble llamado paladio.

El paladio es mucho más dúctil y maleable que el platino y, a su vez, bastante más económico que éste y ligeramente más caro que el oro. El resultado es el mismo: obtendremos oro de 18 quilates o 750 mm, pero de color blanco.

La aleación de oro blanco de 18 quilates o 750 mm consta de 750 partes de oro de 24 quilates (oro puro), 160 partes de paladio y 90 partes de plata pura o de 24 quilates.

Además, el oro blanco es el metal idóneo para las joyas con diamantes; su color es ideal para resaltar la belleza de éstos.

Cualquier joya de oro blanco necesita de un acabado de rodio. Esto es debido a que, como el platino, el oro blanco con el uso tiende a perder su brillo como consecuencia de su uso.  El baño de rodio, además de ser un conservante, dota de un brillo muy peculiar al oro blanco.

Cuidados y consejos para conservar sus joyas de oro: 

No existe ninguna formula magistral para devolver a una joya el acabado que tiene antes de salir una joyería.  Si su joya se encuentra en un estado muy deteriorado –rallada, por ejemplo- y  lo que queremos es restituir ese acabado inicial, nuestra recomendación  es que acuda al orfebre para que devuelva a la joya su esplendor inicial. 

Después de más de veinticinco años de actividad como orfebres y haber escuchado todo tipo de alquimias y quintas esencias para conservar una joya de oro –propuestas que, obviamente, hemos descartado- pasaremos a explicar unos pequeños y sencillos consejos que le ayudaran a conservar las joyas de oro en un buen estado.

Lavar periódicamente las joyas con agua y jabón líquido (podemos utilizar cualquier lavavajillas que tengamos en la cocina); con un cepillo de dientes de cerdas suaves, el que utilizan los niños es perfecto, frotaremos entre las piedras y las partes donde más sucia se encuentre la joya.  Debemos aclarar con abundante agua para eliminar los restos de jabón que hayan podido quedarse en la joya. Después, con una gamuza suave (en caso de no disponer de una, serviría papel absorbente que no suelte pelusa), secaremos los restos de agua de la joya.

Si nuestras joyas se encuentran muy sucias, en un cazo pondremos agua a calentar, con unas gotas de lejía y jabón líquido. Justo antes de que comience a hervir, retiraremos el cazo de la fuente de calor e introduciremos las joyas en su interior, esperando a que el líquido que hemos preparado se enfríe lo suficiente como para poder manipular las joyas sin quemarnos.  Procederemos del mismo modo que se explica en el párrafo anterior: con un cepillo de cerdas suaves, frotaremos hasta eliminar la suciedad adherida a nuestras joyas.  Una vez que el líquido preparado se haya enfriado, podremos aclarar las joyas con agua abundante y procederemos al secado de las mismas.

MUY IMPORTANTE: esta operación, aparentemente sencilla, es muy delicada: debemos tener en cuenta que nunca podremos introducir joyas con perlas, corales, turquesas, etc., en el agua caliente, ni tampoco enfriar las joyas con agua fría; un enfriado incorrecto podría dañar las piedras preciosas irreversiblemente.

Para dotar del máximo brillo y belleza a su joya, ésta tiene que ser cuidada periódicamente por el orfebre: si es una joya de oro blanco, con una cadencia de tiempo anual; si es de oro, al menos cada dos años.  El orfebre, a su vez, determinará si es preciso que un engastador asegure el engarzado de sus piedras.  Con esta operación, se garantizará un perfecto estado y el mantenimiento y seguridad de sus joyas.

 

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