Putos tacones
Annarafa [@] [www]

Salir de la casa mirando el suelo, pie derecho, pie izquierdo, adelante. pie derecho, pie izquierdo, adelante. Con un paso fino, pie izquierdo, tacones rojo escarlata retro con un acabado brillante pero desembetunado, pie derecho, adelante. Las medias cafés se definen con seguridad, pie derecho, me detengo, miro a la izquierda y no vienen carros. Continuo adelante, no obstante, son cafés de lana espesa. Poco me gustan los líquidos.
Paso apretado, paso lento, pie derecho, adelante, el tacón es lo suficientemente grueso como para no permitir que me caiga, pie izquierdo adelante, tengo que ir muy concentrada mirando el suelo y los posibles obstáculos. Es un error imperdonable que una mujer se tropiece con tacones, el colmo de la vulgaridad. Algo que yo no me puedo permitir. Pie izquierdo, adelante, me detengo en frente del tren, se detiene el tren en frente mío y me miro sobre el, en el vidrio que es espejo por fuera y me alegro de estar ahí quieta. Me amo y me odio sobre el tren. Me subo lentamente encasillando la punta redonda de los tacones sobre las escaleritas, observo la silla vacía y me acomodo, las piernas no saben que hacer, están demasiado altas y odiaría pasar una sobre la otra, detesto los clichés femeninos y la pierna que se pone encima sufre de varices con el tiempo, es su karma por cortar la circulación de la compañera.

Me paro en la puerta y espero a que se abra. Y cuando me bajo no tengo que preocuparme por mirar el suelo, no suelen haber huecos en los andenes de las estaciones, por lo que me queda el suficiente espacio en la mente como para mirar los letreros del lugar al que me dirijo,
mis tacones caben perfectamente en las escaleras eléctricas, y se acerca el calvario al quedarme estupefacta esperando el metro que debo tomar, -espero no estar equivocada de linea, pienso para mis adentros, el beneficio de la duda supongo, aunque estoy segura que voy por el camino correcto.

Hay mucha gente alrededor, me molesta la gente. no soporto la sociedad.

Observe, no muy detenidamente un par de enemigos que tenia a ambos lados, a la izquierda un enemigo negro que me miraba de arriba a abajo sin vergüenza, y a la derecha un enemigo con audífonos en la cabezota y con una chaqueta de cuero que le llegaba solo hasta la cintura, muy bien abotonada. No los mire mas para abajo, los dos tenían un factor común y era que me llegaban mas abajo del hombro, teniendo en cuenta que con tacones media yo 1.80 metros. -jirafa total- .

Se llego la hora de treparse y éramos demasiados, la ubicación en el metro no me favorecía para nada y el enemigo negro tenia ahora la misma distancia en referencia a mi, el parecía sentir preferencia por el ángulo izquierdo, en tanto que el enemigo de la derecha que empezó a mostrarme sus misiles desvergonzadamente, no quiso volver a tomar posesión sobre su espacio territorial inicial con referencia a mi, sino que se poso completamente de frente. Pude observarle entonces las facciones de una manera detallada en unos cuantos fragmentos de segundo. Tenia una nariz respingada y gruesa, una boca grandisimamente asquerosa, unos ojos que se concentraban en hacerme sentir descaradamente una puerca mujer, y una respiración agitadamente ruidosa que me llegaba hasta los oídos después de subir por mi pecho.
-quizás estoy paranoica, pense, lo mire de reojo por la ventanilla del metro y ahí estaba su cara, a diez centímetros de mi pecho.

Me enfurecí y me dije: - es hora del contraataque; me voltee, dándole la espalda al individuo, rellenando los diez centímetros que habían entre el y yo, con mi atropellador morral. Es un poco suicida andar de tacones y con morral, pero soy estúpidamente consciente de que hay que estar preparados para todo, en tiempos de guerra.

Yo sudaba y mi sudor olía a gloria.

Llegue a la primera cita, me salí por cualquier lado en la estación del metro y preguntando descubrí que para llegar al destino previsto le tenia que dar la vuelta a la manzana, pero no estaba mal, necesitaba airearme un poco. Pie izquierdo, pie derecho, adelante. Malgastar deliciosamente y sin prisa los 10 minutos que me quedaban para llegar a las 11 de la mañana en punto. Me acercaba, a la vez que mis enemigos callejeros me lanzaban amorosos piropos, al parecer estos son completamente distintos de los enemigos de metro.

No estoy interesada en hacer ningún paralelo.

El edificio de la calle Sagasta me miraba sonriente y yo lo miraba sonriente a el, pero desconfíe seriamente de los cartelitos en que ponía los nombres de los inquilinos de oficina inoficiosos... el letrerito mas pretensioso era el nombre del lugar al cual yo me dirigía, preferí subir las escaleras teniendo en cuenta que no me gustan los ascensores extremadamente viejos, de esos que tienen rejas...al llegar al segundo piso me pose frente a la puerta, me trague el chicle, respire profundamente, mire a los lados, percibí el timbre, lo acaricié fuertemente y lo deje en paz con desprecio. Sentí el deseo de dejar mi dedo allí por horas, como para evitar el tiempo.

Alguien se acerco a la puerta y cuando la abrió, yo vi que la oscuridad 

en la que me encontraba se apagó con una densa e insoportable luz.

Salió una mujer. - Me sonreí - y hable lo necesario. Me entrevisto otra mujer alta, delgada y de pelo corto que hablaba español con un acento extremadamente raro. 

- Tu pelo esta muy amarillo, me dijo, el mercado español o por lo menos el trabajo diario requiere que tengas el pelo un poco mas oscuro.

(- eso ya lo intuía yo. Pense para mis adentros).

Pero y?

Hasta luego, que este muy bien, mil gracias, muy amable. Quizás hasta nunca, no lo se muy bien.

Me monte de nuevo al metro, pero mi cerebro ya no estaba muy concentrado en los pies, sin embargo los miraba de vez en cuando con una cierta perspicacia que a mi me parecía absurda.

No habían enemigos altamente peligrosos, solo algunos simplones citadinos, la cita a la que me dirigía ahora, era una cita casi inventada por mi. Por mi. Por mi. - Por mi ego -.

Legué a un edificio llamado Plaza España 8, entre airosa y odiosa, con fuerza en los tacones. Izquierdo. Derecho, adelante. Izquierdo. derecho, adelante.

Casi sentía como se peleaban entre si por darme seguridad, sin embargo ellos no sabían que mi prepotencia se escondía tras el miedo. Subí un ascensor moderno, llegue al sexto piso, camine firme por pasillos enredados. Entre por esa puerta violentamente y antes de yo decir nada, escuche: - hello! y me quede perpleja y me odie por un instante a mi misma y al hello. De ahí solo me escuche decir: hola, vine hace como un mes, me dijeron que regresara y aquí estoy.

El hombre me miro sin mirarme, nunca a los ojos, nunca a la cara...

Este era un anti-enemigo, en cambio la mujer que lo acompañaba daba muestras firmes de su desinterés hacia mi, cada vez que me miraba los ojos. Dije varias palabras con una seguridad ridícula y sentí como ellos que debían ser quienes tenían el poder, tomaban decisiones con inseguridad. Hasta nunca. Pero sentía yo un poder extraño, como el poder de hacer temblar la voz de alguien, como el poder de hacer que el hombre se sintiera a salvo cuando sonó su teléfono y se escabullo en el para huir de mi. De ahí le toco a la mujer darme explicaciones y aconsejarme que seria mejor en mi caso, tan amablemente, que me sorprendió la manera en la que me trato la primera vez, de ahí que yo decidiera vengarme y regresar. Ella pago su deuda con un poco de sensatez, que yo agradecí a las leyes de la tierra, cualesquiera que sean estas.

Salí de la oficina con un aire de tranquilidad, me acerque al ascensor, me senté en el suelo, acomode el morral enfrente mío, saque una bolsa gris de material plástico y un suéter de lana rojo con una A impresa en frente, me quite el abrigo y metí mi particular cerebro por el roto que tenia el diámetro correspondiente, saque los brazos contenta.

Guarde mi portafolio en el morral, metí el abrigo siguiendolo como el mejor de los escoltas, me desamarré la correa de cada Via Spiga de 170 dolares-retro-escarlatas, saque el contenido de la bolsa negra y metí los tacones.

Me puse los tenis...

 

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