La moneda de dos caras
Francesc E. Rubio [@] [www]

Me limitaré a copiar estos viejos folios:

Te garantizo que fue algo real aunque distinto a todo lo que me había ocurrido anteriormente, algo que... bueno tú mismo podrás juzgar.

Ocurrió durante el mes de agosto, pasé aquel día en la playa y poco antes de que comenzara a caer el sol recogí mis cosas y avancé lentamente entre las dunas en dirección al lugar donde pocas horas antes había dejado el vehículo. Recuerdo el penetrante olor del mar; el viento de levante, que a estas horas despertaba del letargo vespertino de la siesta, azotaba mi rostro con desdén, arrojando sobre él, pequeños granos de finísima arena.

Al remontar la última y más alta de todas las dunas, sentí la necesidad de volverme para contemplar aquel relajante y maravilloso espectáculo. Las gaviotas volaban muy bajas, dándome la espalda se elevaban ceremoniosamente empujadas por la brisa, al alcanzar una considerable altura, realizando un perfecto giro abandonaban tal postura y se precipitaban sobre las pequeñas olas, a poca distancia del agua quedaban suspendidas un instante y aleteando con gran energía avanzaban y avanzaban incansables hasta confundirse con el horizonte.

Volví mi rostro hacia el oeste, los rayos tenues de aquel sol, agotado de brillar con fuerza durante todo el día me deslumbraron; lo que tenía frente a mí, no se parecía a nada de lo que anteriormente había visto. Quedé paralizado por un instante, todo lo que podían contemplar mis ojos era arena, estaba frente a un inmenso desierto, pronto comenzaron a resentirse mis retinas a causa de aquel intenso color oro; atemorizado, confundido, retrocedí sobre mis anteriores pasos; al fin caí rendido.

Creo que estuve varias horas dormido, preso del cansancio. Cuando recuperé la noción de la realidad no pude por menos que estremecerme de pánico. Por otra parte era absurdo creer que aquello formaba parte de mi imaginación. Poco tiempo tuvo que transcurrir para comprobar sin lugar a dudas que era inexplicable, pero terriblemente cierto. La oscuridad se alzaba sigilosa intentando sorprenderme; comencé a sentir frío en mis manos, las froté repetidas veces y me las llevé a la boca intentando calentarlas con mi aliento. No había forma de orientarse pues el sol había partido sin dar tiempo a marcar su posición. Excavé un hoyo lo suficientemente grande como para poder introducirme en él.
Pensé que de esta forma podría mantener mi cuerpo más caliente durante el tiempo que transcurriera en ese lugar.

La luz del gélido amanecer confirmó que no era una pesadilla, aterido de frío, con los miembros casi paralizados, me incorporé de aquel agujero que por poco se transforma en mi tumba.
Pude descubrir el este, ya que el horizonte presentaba un color púrpura pálida, pronto aparecería el astro rey.

Era un consuelo pensar que pronto cesaría aquel terrible frío; recogí la bolsa que me acompañaba en aquel misterioso viaje y comencé a andar.
El rumbo sería el este, de esta forma tendría garantizada durante varias horas la dirección correcta, caminé y caminé incansable, sin detenerme apenas. Dentro de lo irreal de mi situación pronto aparecería algo que pudiera tener sentido, olvidé la sed debido al fuerte dolor que la falta de agua producía en mi garganta, los labios habían comenzado a resquebrajarse y mantenía los ojos entornados para poder ver, con la camisa improvisé un turbante para protegerme del sol.

Tardé bastante en darme cuenta de que no me encontraba solo, me hallaba rodeado de pequeños escarabajos que caminaban en todas direcciones.
Aparecían y desaparecían sobre la arena, pude ver que no todos escababan túneles. También habían escorpiones y una especie muy extraña de mariquitas gigantes.
Resultaba difícil distinguirlos ya que todos ellos tenían el mismo color ocre. Estaba claro que intentaban pasar desapercibidos.

Una imagen repulsiva que me hizo caer al suelo y casi vomitar pasó por mi imaginación: alguno de esos bichos serian mi alimento como no encontrase algo muy pronto.
Mucho rato había transcurrido pisando mi propia sombra, cuando divisé una forma confusa en el horizonte. Primero me pareció una pequeña colina, luego, según fui avanzando pude adivinar que se trataba de un pequeño caserío abandonado en el desierto. La distancia hacía que fuese imposible calcular el número de pisos de la construcción, pero estaba claro que era una vivienda construida por la mano del hombre.

Aceleré el paso todo lo que mis fuerzas permitieron, tal vez hubiese agua o algún resto de comida en su interior, corría enloquecido de alegría en dirección de aquellas ruinas, ahora distinguía claramente que se trataba de una vieja casa de una sola planta con un pequeño corral o algo parecido adosado a un lateral.
Me detuve jadeante frente a lo que debía ser la puerta tiempo atrás. Por unos instantes no supe que hacer: ¿entrar? ¿inspeccionar antes el entorno rodeando el caserío? ¿gritar en espera de que alguien respondiese a mis voces? Solté la bolsa de mis manos y avancé hacia el umbral de la puerta.

La empujé con el pie y me introduje en el interior; examiné con atención todo lo que allí había: el suelo de tierra, estaba cubierto en su totalidad por papeles viejos, restos de periódicos y de embalajes, una mesa casi destruida servía de soporte a algunas latas y un par de vasos; dos grandes cajas de madera abiertas y vacías se hallaban en el rincón derecho justo en la misma pared donde estaba la puerta. Sentí una sensación de extraña, seguramente con la tensión y el nerviosismo no la había percibido antes, pero estaba seguro de que olía a algo raro; en el rincón izquierdo frente a mí y disimulado entre la arena estaban los restos de una hoguera, las brasas aún estaban calientes.

Allí había estado gente poco tiempo antes de mi llegada; decidí no pensar en nada más y abatido por el cansancio me tumbé entre un montón de papeles y dormí.

El sueño que tuve fue espantoso; aquellos hombres me observaban como si fuera un bicho raro, mientras comían y bebían, escuchaba sus groseras carcajadas, sus rostros descompuestos por el efecto del alcohol y amparados en la penumbra de la poca luz de la habitación resultaban de lo más repugnante.

No puedo recordar muchos detalles pero, cuando se marcharon, el más anciano se aproximó hacia donde yo estaba y arrojándome una moneda dijo: ¡Esta rupia, aunque parezca una moneda, no lo es, una de sus dos caras es oro la otra, sin embargo, es la llave del destino. Tú has huido de pueblo más salvaje que lo que contemplan tus ojos, y lo has hecho por propia voluntad. Los rayos del amanecer harán brillar una de sus dos caras, que confundirán a quien la contemple, sin embargo la otra cara surgirá de las sombras y guiará al ciego en su difícil camino de poseer la verdad!

Esta vez fue el hambre quien me despertó necesitaba comer algo, salí al exterior, alguno de aquellos animales que recordaba haber visto debía de ser comestible, si no, por lo menos digestible por mi estómago; En unos matorrales próximos a la casa descubrí una de aquellas gigantescas mariquitas, era algo mayor que el tamaño de una manzana, de color ocre oscuro con minúsculas motas negras.

Lo más desagradable fue su preparación debido a la falta de utensilios de cocina, pero una vez asada la carne resultó francamente exquisita.
En una segunda expedición logré apaciguar la sed; unos bulbos con forma de cebolla crecían próximos a las raíces de aquellas matas.
Su sabor era muy ácido pero estrujándolos se obtenía un jugo similar al de la leche agria.

El resto del día lo pasé sin hacer nada, en realidad había resuelto el problema más grave, el de la supervivencia. Al anochecer se levantó otra vez aquel aire que rugía con furia al chocar contra la casa, las matas secas arañaban las paredes al pasar arrastradas por él y golpeaban incansablemente sobre la cara este del edificio.

Desde une de las ventanas observaba como revoloteaban formando espirales ascendentes dentro de lo que alguna vez debió servir de corral a algunas cabras.
Decidí limpiar el interior ayudado por una ramas secas a modo de escoba, al ir a recoger un montón de papeles quedé estático ante lo que apareció debajo de ellos. Estaba la moneda del sueño; no había sido una pesadilla, no tenía una explicación lógica, pero aquel sueño tuvo que ser real. Pasé la noche dando vueltas a la dichosa moneda, sin duda lo que me dijo el anciano tenía sentido y yo debía aclararlo. Justo cuando aparecían los primeros reflejos del nuevo día descubrí el enigma.

Demasiado tarde, pensé, hoy es ya imposible; de todas formas estaba feliz, tenía el secreto y seguramente mi salvación. Cerré los ojos y me abandoné en un profundo sueño.

Sería más de media tarde cuando desperté, había descansado lo suficiente y la moneda seguía en mi poder.
A medida que pasaban las horas aumentaba mi nerviosismo, aquella noche no comí nada; tenía preparado mi equipaje.

Caminé antes de acostarme por las proximidades de la casa, me entretuve persiguiendo a las mariquitas, les gritaba y corrían en zig-zag despavoridas, luego comenzaban un pesado vuelo que terminaban estrellandose contra alguna mata, quedaban paralizadas de terror ignorando de esta forma el peligro que podía acecharles. Cansado de corretear me refugié en el interior, aún pasé largo rato observando el baile que todos los atardeceres organizaban las ramas secas en el corral contiguo que tan familiar me resultaba.

Apenas si pude conciliar el sueño durante las horas restantes de la noche, debía estar dispuesto antes del amanecer. Desperté sobresaltado temiendo que ya hubiese amanecido, pero reinaba la más absoluta oscuridad.
Salí al exterior de la casa, y sentado junto a la pared que miraba al Este esperé.

Pronto el horizonte comenzó a palidecer, estaba muy nervioso, tanto que la moneda temblaba entre los dedos de mi mano. Si los rayos del sol tenían que incidir sobre una de las caras de la moneda y yo, debía permanecer en la sombra, mi posición correcta sería de espaldas al sol.

¿Sería correcto partir sentado? Francamente estaba desconcertado, me alcé y mantuve la moneda a la altura de mi rostro, esperando ver en ella reflejado el sol. Al primer reflejo, sentí un fuerte pinchazo en las sienes, pero en el instante que logré mantener la moneda quieta un inmenso calor ascendió por mi mano. Perdí el control de mi posición durante aquellos instantes, era igual que mantener con la mano un hierro al rojo.

Notaba como la sangre hervía en mi interior; caí al fin arrodillado sobre la arena, el dolor de la mano y el brazo derecho era irresistible.
Recuerdo que fue entonces cuando escuché aquellas voces próximas; una gran multitud de rostros extraños me contemplaban aterrorizados, primero me pareció que intentaban ensañarse con mi persona, luego comprendí que intentaban auxiliarme.

Poco a poco fui reaccionando. Ya de pie agradecí a todos su atención y tuve que insistir repetidas veces que no me sucedía nada, -debe de haber sido un mareo- , les comenté, -he permanecido muchas horas al sol y debo de haberme congestionado-.

Pocos minutos y estaba solo de nuevo, me encontraba en lo alto de una duna muy próximo a la carretera. Todo había sido una pesadilla, sin duda el exceso de sol fue el culpable de mi desvarío; cogí la bolsa y avancé en dirección al vehículo. Abrí la puerta trasera, introduje el equipaje en su interior, la cerré y encendí un cigarrillo.

No pensé nada, simplemente estaba feliz, me encontraba perfectamente; entré en el coche y arranqué.

Aquella semana no descansé bien ninguna noche; me despertaba helado de frío, a veces era un viento huracanado el que provocaba en mi aquellos sobresaltos.
El domingo decidí volver a aquel lugar; estacioné mi vehículo en el mismo sitio que lo había hecho la semana anterior y fui directo hacia aquella duna, buscaba algo pero no sabía lo que era en realidad.

Posiblemente alguna señal que convirtiese aquel extraño sueño en una no menos confusa aventura. Y efectivamente, casi enterrada en la arena descubrí la moneda; estuve a punto de tomarla pero me agaché junto a ella y la observé durante un tiempo.

Al fín comprendí el significado de las palabras de aquel anciano del desierto. Podía utilizarla cuantas veces quisiera. Con gran delicadeza utilizando la punta del zapato la hundí lo más hondo que pude y me marché.

Desde aquel día hasta hoy han transcurrido cuatro meses, ya estoy preparado para partir, por eso me decido a contarte la historia de la moneda de dos caras. Espero que algún día lo cuentes a los demás.

Con estas palabras finalizaba su narración mi compañero de habitación. Han pasado dos años y sigo sin tener noticias de él, ayer estuve allí y efectivamente existe esa moneda.

Tras analizar detenidamente lo ocurrido he comprendido la verdad. He vendido todo lo que tenía y lo que he conseguido por la venta lo he regalado a mis amistades más intimas, mañana partiré yo también hacia la cara oculta.

 

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