Historia de un suicidio frutal
Annafara [@] [www]

 

Llegaba habitualmente cansada del trabajo. Le dolían los dedos de amasar pan todo el día, traía  las compras en una bolsa de papel craft de reciclar que estaba de moda ese invierno del año mil novecientos noventa y nueve; por aquello de mantener el equilibrio de la naturaleza, pero en realidad nadie sabía en que consistía ese equilibrio.  Ella no era la escepción. Violó la entrada de su casa, se le enredaron los pies, por poco cae y al Recuperar el equilibrio, volteó y le pegó una patada mortal a la puerta. Se asustó al encontrarse a solas consigo misma dentro de un campo magnético que hacía que se le parara el pelo castaño oscuro, parecía que iba a volar y se concentró en que se le quedaran los pies pegados al suelo. Autoestablecida en tierra, avanzó hacia adelante; mirando fijamente las ranuras que delimitaban las baldosas negras de la cocina. Se detuvo. Metió la cabeza vulgarmente dentro de la bolsa, y casi se le explota la nariz cuando olió el sopor ardiente de las diez naranjas amarillo cadmio que se venían peleando porque tenían hambre y querían comerse las unas a las otras.

Se sentía a obscuras aun sabiendo las luces encendidas, la depresión olía mortecina y por la puerta del baño se veía a un fantasma peinandose un largo cabello de fresa con mechones de cobre puro enredados entre la palidez que le llegaba hasta los pies.
-largate vos de aqui y respetame la casa! -le dijo Luna de Tomate a su invitado, muy agresivamente; y el o quizás era ella, no respondió. Desapareció ipso facto.
Luna de tomate se sentía peor. Si tan siquiera le hubiera hablado del más allá y de fantasias espectrales y de la muerte con sabor a asquerosa piña.
Naranjas furibundas ya destilaban un jugo ácido que humedecía  y perfumaba las cortinas de esta casa de madera construida sobre un árbol de aguacates. Solo bastaba que Luna de Tomate, asomara sus fatigadas manos por la ventana que estaba situada, justo al lado de la puerta, y podía alcanzar un verde aguacate mantequilloso. Y asi lo hizo. Porque amaba los mundos inexistentes del paraiso frutal. Se sumergió entonces en el infinito movimiento de esos seres que solo nacen para dar frutos que alimentan toneladas de animales salvajes. Encendió un par de velas y se puso a recordar la intrepidez de la infancia, mientras decidía que meterse en la boca, se recordaba tolerante hasta el día en que la vida comenzó a funcionar de una manera insoportable, se decidió por la naranja , le engendró un pellizco a la cáscara y entonces vió por primera vez que las naranjas eran humanas.-Tenían piel-.

las primaveras de la niñez ya no eran las mismas, las luces del árbol de navidad por alguna razón ya no brillaban igual, las bolas no eran tan rojas como los incanzables tomates, Y definitivamente nunca olió a pino, porque los árboles navideños estaban repletos de mentiras.

Su nombre real era Angela Cardona, pero como no le gustaba por ser demasiado celestial, se lo cambió y nadie se lo reprochó, solo un limón soberbio que fue vecino de su corazón por corto tiempo. En general todos creían que su nuevo nombre era digno de admiración. Se tiró en la cama y respiró profundo, el tiempo del suicidio se había llegado, no era hora de esconderse. Las campanas de la iglesia habían parado de sonar, y sin embargo dentro de sus oidos se sentía un eterno e insoportable pito que se diversificaba atonalmente en el espíritu.

Miró al cuchillo, pero el cuchillo no era su cómplice, la soga en cambio se movía inquieta; pero era vulgar maltratar un cuello tan fino con una miserable cuerda. Por último miró un tenedor de snacks. lo paladeó con la vista. miró hacia otro lugar con ganas de olvidarse de su absurda idea concebida en momentos de lujuria. No pudo evitar mirarlo de nuevo. Posó sus ojos sobre el y lo admiró por más de un minuto. Parecía tan indefenso el inmundo tenedor, no se podría matar ni una mosca con él, sin sentir remordimientos más tarde, -o tal vez si? . para que existía enconces  la salsa tártara? Someterlo a nadar. Dejar que le diera un espasmo. Metérselo con furia a la boca...
Y de ahí... tragárselo magistralmente.

Se decidió de una vez por todas, enterró el tenedor de snacks en un aguacate desnudo, estripandole la vida, lo remojó en salsa tártara y todos rodaron en busca del exilio planetario. Después de un rato su exófago estaba convertido en un mar blanco con cilantros que le rasgaban el alma a medida que se deslizaban sin piedad por su sistema digestivo hasta llegar al estómago. Se sentía débil y empezaba a agonizar, sus ojos no paraban de llorar lágrimas con olor y sabor a café; Pero no se moría, le faltaba la respiracion, se arrastró hasta el inodoro para vomitar el tenedor que finalmente salió enredado entre escupitajos.

A la mañana siguiente llegó Sol de plata, y la encontró muerta. Nadie sabe que pensó para si mismo y el adentro de sus fuegos recónditos.

 

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