HABÍA
MUCHAS EXCURSIONES A LA HORA DE SIESTA. UNA, POR EJEMPLO, ERA IR AL GALLINERO,
DONDE SE PODÍA HALLAR OSTRAS DE HENO CON PERLAS DELICIOSAS; OTRA, ENCARAMARSE
EN LA VALLA Y MORDER LAS MANZANAS VERDES DE LA VECINA; O SI NO BAJAR AL
ESTERO A PESCAR RENACUAJOS PARA CULTIVARLOS EN LA POSA DE LA LLAVE DEBAJO
DEL PARRÓN.
PERO LOS MAYORES DECÍAN:
—NO, LOS NIÑOS DEBEN IRSE A DORMIR LA SIESTA. MIREN QUE EL SOL AMA LOS
SESOS TIERNOS.
AL SÓTANO ME IBA YO.
A la hora sola de la siesta estival solía yo ir al sótano que estaba en
penumbra por arte de la luz que venía del exterior dando botes de laberinto.
Ciega, una puerta parchaba la pared del fondo. Mucho más silencioso se
ponía el lugar al verla uno apenas.
Mis hermanos, convencidos como estaban de su vagancia, dibujaban sobre
ella con tiza blanca temblorosos androides de ojos de lechuza.
No sé si hay un segundo de vida para cada cosa inerte o ellas tienen otro
tiempo de secretas horas, pero el hecho es que no hice más que jalar la
manilla esa vez para que la puerta se abriera y yo diera en la calle donde
viejas de trajes negros correteaban a los niños que no querían irse a
dormir la siesta.
Después comencé a caminar y mis ojos eran golondrinas por el cielo del
barrio. Unas a otras las casas se apoyaban y dejaban caer vendas de cal
y barro en la vereda.
Crucé el jardín y vi a través de los visillos a mi madre que flotaba en
la cama con el flotador de sus pechos y a mi padre que miraba en un libro
a tres mosqueteros.
Tenía que ir a la iglesia pues era la hora de gloria de los vitrales.
Empujé la pesada puerta de San Vicente de Paul, pero entré en la penumbra
silenciosa del sótano.
II
PUDO HABER SIDO UNA FLAUTA, SIN EMBARGO FUE UNA FLECHA. LA IDEA SE ME
VINO CUANDO YO ESTABA SOLO, SENTADO A LA SOMBRA DE UN NARANJO. SUPONGO
QUE TIENE QUE HABER SIDO ARROJADA A MI MENTE DESDE ALGUNA PARTE. QUÉ IMPORTA.
IGUAL NO MÁS MIS MANOS SE PUSIERON A TRABAJAR PARA SACÁRMELA DE LA CABEZA.
PERO BIEN PUDO HABER SIDO UNA FLAUTA. EN ESE CASO MIS MANOS HABRÍAN CORTADO
UN TALLO DE CICUTA E INGENIADO ALGUNA COSA PARA HACERLE AGUJERITOS A LO
LARGO Y DESPERTADO A LOS MÍOS CON SU SONIDO MÁGICO. SIN EMBARGO FUE UNA
FLECHA,
QUE FUE MÁS ALLÁ DEL AIRE.
No siempre me iba al sótano a pasar la siesta; también me quedaba a la
sombra de los naranjos del patio como la vez que imaginé la flecha pura
y perfecta cuya punta comencé a forjar plegando un trozo de hojalata.
No otra cosa fui yo esa tarde, y no otro debió de haber sido el fervor
de mis antepasados puelches cuando tuve lista la flecha y el arco, sólo
que la saeta me la imaginaba volandera inofensiva en el aire.
Sin embargo, rapaz que era ella, se encaramó en mis brazos, embrujó mis
músculos que se tensaron como la cuerda y buscó, ansiosa, apuntando, hasta
detenerse frente a un árbol que parecía venido de otro sitio.
No recuerdo los detalles, pero el árbol aún
se dobla
retrocede
tambalea
y cae
agarrado a la flecha
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