Te
garantizo que fue algo real aunque distinto a todo lo que me había ocurrido
anteriormente, algo que... bueno tú mismo podrás juzgar.
Ocurrió
durante el mes de agosto, pasé aquel día en la playa y poco antes de
que comenzara a caer el sol recogí mis cosas y avancé lentamente entre
las dunas en dirección al lugar donde pocas horas antes había dejado
el vehículo. Recuerdo el penetrante olor del mar; el viento de levante,
que a estas horas despertaba del letargo vespertino de la siesta, azotaba
mi rostro con desdén, arrojando sobre él, pequeños granos de finísima
arena.
Al
remontar la última y más alta de todas las dunas, sentí la necesidad
de volverme para contemplar aquel relajante y maravilloso espectáculo.
Las gaviotas volaban muy bajas, dándome la espalda se elevaban ceremoniosamente
empujadas por la brisa, al alcanzar una considerable altura, realizando
un perfecto giro abandonaban tal postura y se precipitaban sobre las
pequeñas olas, a poca distancia del agua quedaban suspendidas un instante
y aleteando con gran energía avanzaban y avanzaban incansables hasta
confundirse con el horizonte.
Volví
mi rostro hacia el oeste, los rayos tenues de aquel sol, agotado de
brillar con fuerza durante todo el día me deslumbraron; lo que tenía
frente a mí, no se parecía a nada de lo que anteriormente había visto.
Quedé paralizado por un instante, todo lo que podían contemplar mis
ojos era arena, estaba frente a un inmenso desierto, pronto comenzaron
a resentirse mis retinas a causa de aquel intenso color oro; atemorizado,
confundido, retrocedí sobre mis anteriores pasos; al fin caí rendido.
Creo
que estuve varias horas dormido, preso del cansancio. Cuando recuperé
la noción de la realidad no pude por menos que estremecerme de pánico.
Por otra parte era absurdo creer que aquello formaba parte de mi imaginación.
Poco tiempo tuvo que transcurrir para comprobar sin lugar a dudas que
era inexplicable, pero terriblemente cierto. La oscuridad se alzaba
sigilosa intentando sorprenderme; comencé a sentir frío en mis manos,
las froté repetidas veces y me las llevé a la boca intentando calentarlas
con mi aliento. No había forma de orientarse pues el sol había partido
sin dar tiempo a marcar su posición. Excavé un hoyo lo suficientemente
grande como para poder introducirme en él.
Pensé que de esta forma podría mantener mi cuerpo más caliente durante
el tiempo que transcurriera en ese lugar.
La
luz del gélido amanecer confirmó que no era una pesadilla, aterido de
frío, con los miembros casi paralizados, me incorporé de aquel agujero
que por poco se transforma en mi tumba.
Pude descubrir el este, ya que el horizonte presentaba un color púrpura
pálida, pronto aparecería el astro rey.
Era
un consuelo pensar que pronto cesaría aquel terrible frío; recogí la
bolsa que me acompañaba en aquel misterioso viaje y comencé a andar.
El rumbo sería el este, de esta forma tendría garantizada durante varias
horas la dirección correcta, caminé y caminé incansable, sin detenerme
apenas. Dentro de lo irreal de mi situación pronto aparecería algo que
pudiera tener sentido, olvidé la sed debido al fuerte dolor que la falta
de agua producía en mi garganta, los labios habían comenzado a resquebrajarse
y mantenía los ojos entornados para poder ver, con la camisa improvisé
un turbante para protegerme del sol.
Tardé
bastante en darme cuenta de que no me encontraba solo, me hallaba rodeado
de pequeños escarabajos que caminaban en todas direcciones.
Aparecían y desaparecían sobre la arena, pude ver que no todos escababan
túneles. También habían escorpiones y una especie muy extraña de mariquitas
gigantes.
Resultaba difícil distinguirlos ya que todos ellos tenían el mismo color
ocre. Estaba claro que intentaban pasar desapercibidos.
Una
imagen repulsiva que me hizo caer al suelo y casi vomitar pasó por mi
imaginación: alguno de esos bichos serian mi alimento como no encontrase
algo muy pronto.
Mucho rato había transcurrido pisando mi propia sombra, cuando divisé
una forma confusa en el horizonte. Primero me pareció una pequeña colina,
luego, según fui avanzando pude adivinar que se trataba de un pequeño
caserío abandonado en el desierto. La distancia hacía que fuese imposible
calcular el número de pisos de la construcción, pero estaba claro que
era una vivienda construida por la mano del hombre.
Aceleré
el paso todo lo que mis fuerzas permitieron, tal vez hubiese agua o
algún resto de comida en su interior,
corría enloquecido de alegría en dirección de aquellas ruinas, ahora
distinguía claramente que se trataba de una vieja casa de una sola planta
con un pequeño corral o algo parecido adosado a un lateral.
Me detuve jadeante frente a lo que debía ser la puerta tiempo atrás.
Por unos instantes no supe que hacer: ¿entrar? ¿inspeccionar antes el
entorno rodeando el caserío? ¿gritar en espera de que alguien respondiese
a mis voces? Solté la bolsa de mis manos y avancé hacia el umbral de
la puerta.
La
empujé con el pie y me introduje en el interior; examiné con atención
todo lo que allí había: el suelo de tierra, estaba cubierto en su totalidad
por papeles viejos, restos de periódicos y de embalajes, una mesa casi
destruida servía de soporte a algunas latas y un par de vasos; dos grandes
cajas de madera abiertas y vacías se hallaban en el rincón derecho justo
en la misma pared donde estaba la puerta. Sentí una sensación de extraña,
seguramente con la tensión y el nerviosismo no la había percibido antes,
pero estaba seguro de que olía a algo raro; en el rincón izquierdo frente
a mí y disimulado entre la arena estaban los restos de una hoguera,
las brasas aún estaban calientes.
Allí
había estado gente poco tiempo antes de mi llegada; decidí no pensar
en nada más y abatido por el cansancio me tumbé entre un montón de papeles
y dormí.
El
sueño que tuve fue espantoso; aquellos hombres me observaban como si
fuera un bicho raro, mientras comían y bebían, escuchaba sus groseras
carcajadas, sus rostros descompuestos por el efecto del alcohol y amparados
en la penumbra de la poca luz de la habitación resultaban de lo más
repugnante.
No
puedo recordar muchos detalles pero, cuando se marcharon, el más anciano
se aproximó hacia donde yo estaba y arrojándome una moneda dijo: ¡Esta
rupia, aunque parezca una moneda, no lo es, una de sus dos caras es
oro la otra, sin embargo, es la llave del destino. Tú has huido de pueblo
más salvaje que lo que contemplan tus ojos, y lo has hecho por propia
voluntad. Los rayos del amanecer harán brillar una de sus dos caras,
que confundirán a quien la contemple, sin embargo la otra cara surgirá
de las sombras y guiará al ciego en su difícil camino de poseer la verdad!
Esta
vez fue el hambre quien me despertó necesitaba comer algo, salí al exterior,
alguno de aquellos animales que recordaba haber visto debía de ser comestible,
si no, por lo menos digestible por mi estómago; En unos matorrales próximos
a la casa descubrí una de aquellas gigantescas mariquitas, era algo
mayor que el tamaño de una manzana, de color ocre oscuro con minúsculas
motas negras.
Lo
más desagradable fue su preparación debido a la falta de utensilios
de cocina, pero una vez asada la carne resultó francamente exquisita.
En una segunda expedición logré apaciguar la sed; unos bulbos con forma
de cebolla crecían próximos a las raíces de aquellas matas.
Su sabor era muy ácido pero estrujándolos se obtenía un jugo similar
al de la leche agria.
El
resto del día lo pasé sin hacer nada, en realidad había resuelto el
problema más grave, el de la supervivencia. Al anochecer se levantó
otra vez aquel aire que rugía con furia al chocar contra la casa, las
matas secas arañaban las paredes al pasar arrastradas por él y golpeaban
incansablemente sobre la cara este del edificio.
Desde
une de las ventanas observaba como revoloteaban formando espirales ascendentes
dentro de lo que alguna vez debió servir de corral a algunas cabras.
Decidí limpiar el interior ayudado por una ramas secas a modo de escoba,
al ir a recoger un montón de papeles quedé estático ante lo que apareció
debajo de ellos. Estaba la moneda del sueño; no había sido una pesadilla,
no tenía una explicación lógica, pero aquel sueño tuvo que ser real.
Pasé la noche dando vueltas a la dichosa moneda, sin duda lo que me
dijo el anciano tenía sentido y yo debía aclararlo. Justo cuando aparecían
los primeros reflejos del nuevo día descubrí el enigma.
Demasiado
tarde, pensé, hoy es ya imposible; de todas formas estaba feliz, tenía
el secreto y seguramente mi salvación. Cerré los ojos y me abandoné
en un profundo sueño.
Sería
más de media tarde cuando desperté, había descansado lo suficiente y
la moneda seguía en mi poder.
A medida que pasaban las horas aumentaba mi nerviosismo, aquella noche
no comí nada; tenía preparado mi equipaje.
Caminé
antes de acostarme por las proximidades de la casa, me entretuve persiguiendo
a las mariquitas, les gritaba y corrían en zig-zag despavoridas, luego
comenzaban un pesado vuelo que terminaban estrellandose contra alguna
mata, quedaban paralizadas de terror ignorando de esta forma el peligro
que podía acecharles. Cansado de corretear me refugié en el interior,
aún pasé largo rato observando el baile que todos los atardeceres organizaban
las ramas secas en el corral contiguo que tan familiar me resultaba.
Apenas
si pude conciliar el sueño durante las horas restantes de la noche,
debía estar dispuesto antes del amanecer. Desperté sobresaltado temiendo
que ya hubiese amanecido, pero reinaba la más absoluta oscuridad.
Salí al exterior de la casa, y sentado junto a la pared que miraba al
Este esperé.
Pronto
el horizonte comenzó a palidecer, estaba muy nervioso, tanto que la
moneda temblaba entre los dedos de mi mano. Si los rayos del sol tenían
que incidir sobre una de las caras de la moneda y yo, debía permanecer
en la sombra, mi posición correcta sería de espaldas al sol.
¿Sería
correcto partir sentado? Francamente estaba desconcertado, me alcé y
mantuve la moneda a la altura de mi rostro, esperando ver en ella reflejado
el sol. Al primer reflejo, sentí un fuerte pinchazo en las sienes, pero
en el instante que logré mantener la moneda quieta un inmenso calor
ascendió por mi mano. Perdí el control de mi posición durante aquellos
instantes, era igual que mantener con la mano un hierro al rojo.
Notaba
como la sangre hervía en mi interior; caí al fin arrodillado sobre la
arena, el dolor de la mano y el brazo derecho era irresistible.
Recuerdo que fue entonces cuando escuché aquellas voces próximas; una
gran multitud de rostros extraños me contemplaban aterrorizados, primero
me pareció que intentaban ensañarse con mi persona, luego comprendí
que intentaban auxiliarme.
Poco
a poco fui reaccionando. Ya de pie agradecí a todos su atención y tuve
que insistir repetidas veces que no me sucedía nada, -debe de haber
sido un mareo- , les comenté, -he permanecido muchas horas al sol y
debo de haberme congestionado-.
Pocos
minutos y estaba solo de nuevo, me encontraba en lo alto de una duna
muy próximo a la carretera. Todo había sido una pesadilla, sin duda
el exceso de sol fue el culpable de mi desvarío; cogí la bolsa y avancé
en dirección al vehículo. Abrí la puerta trasera, introduje el equipaje
en su interior, la cerré y encendí un cigarrillo.
No
pensé nada, simplemente estaba feliz, me
encontraba perfectamente; entré en el coche y arranqué.
Aquella
semana no descansé bien ninguna noche; me despertaba helado de frío,
a veces era un viento huracanado el que provocaba en mi aquellos sobresaltos.
El domingo decidí volver a aquel lugar; estacioné mi vehículo en el
mismo sitio que lo había hecho la semana anterior y fui directo hacia
aquella duna, buscaba algo pero no sabía lo que era en realidad.
Posiblemente
alguna señal que convirtiese aquel extraño sueño en una no menos confusa
aventura. Y efectivamente, casi enterrada en la arena descubrí la moneda;
estuve a punto de tomarla pero me agaché junto a ella y la observé durante
un tiempo.
Al
fín comprendí el significado de las palabras de aquel anciano del desierto.
Podía utilizarla cuantas veces quisiera. Con gran delicadeza utilizando
la punta del zapato la hundí lo más hondo que pude y me marché.
Desde
aquel día hasta hoy han transcurrido cuatro meses, ya estoy preparado
para partir, por eso me decido a contarte la historia de la moneda de
dos caras. Espero que algún día lo cuentes a los demás.
Con
estas palabras finalizaba su narración mi compañero de habitación. Han
pasado dos años y sigo sin tener noticias de él, ayer estuve allí y
efectivamente existe esa moneda.
Tras
analizar detenidamente lo ocurrido he comprendido la verdad. He vendido
todo lo que tenía y lo que he conseguido por la venta lo he regalado
a mis amistades más intimas, mañana partiré yo también hacia la cara
oculta.