Cuando
Ana Rita recibió la orden para exhumar el cadáver de la
fosa 4704, una sonrisa de perversidad parecía recorrerla de extremo
a extremo y no la abandonó durante el tiempo que duró la
excavación.
Ni la humedad del camposanto, ni el tabaco que humeaba en la boca del
comisario, ni el hedor a putrefacción que las paladas de tierra
levantaron como vaho siniestro, le hicieron desistir de su
propósito.
Permaneció imperturbable cuando desclavaron el féretro y
rodaron su enmohecida tapa. Se arrodilló junto al despojo, y casi
con ternura arregló los cabellos de la calavera. Luego hurgó
en su bolso, sacó un espejo con marco de plata bruñida y
lo colocó torpemente frente a las cuencas vacías, mientras
soltaba una sonora carcajada que se fue golpeando todas las lápidas
del cementerio.
Todavía convulsionando de risa, preguntó con suave voz de
niña:
- Espejito, espejito, ¿
cuál de las dos es mas linda ?
|