“Yo
soy mi casa
casa redonda tenía de redonda soledad
el aire que la invadía era redonda armonía
de irrespirable ansiedad”
Guadalupe Amor
Oír
el sonido de la llave, al abrir la cerradura de la puerta principal, me
pone en la conciencia lo encerrada que está la casa, toda
en penumbra. No hay más sombras, que la formada en el umbral
por mi silueta, ella lucha contra los rayos del sol, que quieren
violar la oscuridad del lugar.
Dejo que la puerta se abra a su totalidad. Seguramente, si
pudiera, la casa misma gritaría que la abrieran, que destrozaran
sus paredes con mazos poderosos, que quitaran sus ventanas, y dejaran
grandes huecos de respiración, que volvieran
sus inquilinos, esos que en sus entrañas veía como hijos
no paridos.
El olor a encerrado llega.
La pared más cercana está muchos metros adelante,
y hasta allá van mis ojos a mirarlo todo.
Hay jarrones y sillas y sillones y demás cosas cubiertas, alguien
tuvo el tiempo de ponerse a tapar los objetos.
La casa está sin sonido, en un silencio de quien ha estado tanto
tiempo callado, que parece no recordar la forma de las palabras.
Cada cuadro, con su imagen muy pegada, me observa.
Me envuelve esa intimidad que puede existir entre dos seres desconocidos,
que se quedan solos en una habitacion.
He venido a vender la propiedad, pero no sé valuarla, puede valer
miles a quien la dejó, o unas cuantas monedas a quien la quiere
habitar.
Al cambiar de dueño cambiara su interior, el alma de la casa morirá
y obligaran que nazca una nueva. La casa parece saberlo, porque
la percibo triste.
Los sentimientos de esa casa son como los de cualquier persona, tuvo voces,
risas, llantos, olores, y esencias de la única familia que la habitó.
Todo cambia con los años, y sin ser ingratitud los hijos se van,
es la naturaleza de la continuidad.
La casa no notó su soledad hasta que se vio visitada.
El tiempo, cuando no hay nada que esperar parece detenerse, pero ante
la cercanía de un advenimiento se llega todo.
Llegan los compradores, todo se altera,
se pasean por todos lados, quitan cubiertas, mueven todo. La casa gime
desesperada, tiene al mar en cercanía, sus lagrimas se forman de
él. Las pisadas parecen acuchillarla, todo sangra, se desmorona,
tiembla, en estertores agónicos se estremece.
¡Grita!
Todos corremos. Hay confusión
A unos metros de mis pies la casa cae desfallecida, auto inmolada, muere.
Algunos dicen que cayó por vieja, solo yo comprendo que se negó
a cambiar.
Antes que perder su alma, prefirió perder su vida.
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