Hola, ¿cómo estás? ¿mejor?. Espero que sí, vi que me buscabas con desesperación, y quise adrede que no me hallaras. No era bueno para ti verme, ni siquiera oírme. Te habré parecido un ángel malo y tal vez tengas razón, no te culpo por haberme echado a un lado cuando vine ayer y haciéndote la tonta me empujaste. ¿Crees que no me di cuenta?, no soy tonto, pero sé esperar a que te calmes. Ahora que sabes que he vuelto, me has prestado tu boca, tus manos, tu cuerpo, bien sabes que no escribes tú, sino yo. Por eso no temas leer lo que va apareciendo, ni temas estos momentos que a ojos tuyos asoman la pregunta si es que estás loca, o a punto o en medio de esa carretera tortuosa de la mente. ¡Cálmate!, no te resistas a que mis palabras viajen a través de estas manos tuyas, que por el momento me pertenecen. Hace un rato, antes de decidirme a venir del todo. Te he visto taciturna, mirando la nada. Tus libros se habían vaceado de letras, ellas eran simplemente jeroglíficos. Me reí cuando te vi descifrando mentalmente la pared del tiempo, en vez de querer comprenderlas, dabas vueltas entre aquellas piezas de rompecabezas. Cogías una por una, te cubrías con cada signo y luego te levantabas dejando que se desparramaran lentamente, a veces, bruscamente. Te digo una cosa: no me dio pena sino cólera, tu actitud de lo más absurda, pero comprendí que luchabas, aunque de un modo bastante curioso. Nunca he visto en otros seres que me ha tocado custodiar semejantes reacciones. Ellos eran más fáciles, más predecibles, más cotidianos en sus actividades, religiosamente hacían lo mismo, caían del mismo modo y se levantaban casi igual. Era como no estar con ellos. Cumplía mi trabajo porque se me asignaba. Pero tú, me desconciertas. A veces creo que es por la época en sí. Me he acostumbrado a tus caprichos extravagantes y tus soluciones impredecibles. Me entretengo mucho cuando caes en esos extremos de paroxismo, eres un espécimen que me hace sonreir, otras llorar. En varias ocasiones he tomado cuerpos prestados y me he acercado a ti, y he descubierto que siempre sin saber cómo, me identificas, lo veo en tu mirada, en la sonrisa y en la tranquilidad que aparece en tu rostro. En una ocasión, con mucho trabajo ocupé el cuerpo de un pajarillo. Aquél día que había nevado tanto y te quedaste en casa mirando con ojos de tiempo la nieve caer. Me posé en esa rama débil que quedaba cubierta por el techo de plástico de la casa vecina. Pensé que no me verías, pero me equivoqué. Tus ojos me miraron con estúpida pregunta. Leí lo que pensabas, te decías: "¿por qué estás sólo?, hace un buen rato que tus compañeros buscaron refugio, poco antes que el tiempo se complicara." Sonreí al ver que con tu mirada me dabas calor y volé hacia adentro del cuarto. Allí suspiraste, claro que te vi hacerlo, así como también tomar entre tus dedos un lapicero y garabatear: "El pajarillo se ha refugiado." Gracias por dejarme escribir. Necesitaba hacerlo. Ahora te dejo por el momento, duerme pronto, mañana hay mucho que hacer. Tu ángel
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