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domingo, febrero 07, 2010 :::
 

Fuente: El Comercio digital
Fecha:7-2-10



El paraíso escondido de Luarca

José Rivera, creador del espacio y uno de los fundadores de Panrico, impulsa una fundación para preservarlo
Más de 500 especies vegetales de todo el mundo, fuentes y esculturas decoran el jardín de la Fonte Baixa



«Esto es el paraíso terrenal». Es una afirmación rotunda, pero esas palabras no expresan el orgullo o la satisfacción que se esperarían de quien se sabe creador de un espacio que tiene una belleza casi inigualable. Lo dice, sencillamente, porque los jardines de la Fonte Baixa constituyen su edén particular. Sin embargo, José Rivera, uno de los fundadores de la empresa Panrico, no cierra las puertas de su finca de El Chano, en Luarca, a los que, como él, aman la naturaleza y disfrutan de las maravillas que ofrece. De hecho, cientos de personas visitan cada año un enclave que, en su opinión, «cuando sea mayor, podrá competir con el Botánico de Gijón» porque «lo único que le falta es que pase el tiempo y lo mime».

Tan sólo hace 20 años que Rivera encaminó sus inquietudes a crear «algo novedoso» y que se tradujo en la plantación de las más de 500 especies de todos los continentes que están cuidadosamente distribuidas a lo largo de las 12 hectáreas que abarca el jardín. Pero estas cifras son estimativas, porque «ni sé cuál es el número de plantas ni sé lo que me han costado», comenta Rivera, que no puede evitar las comparaciones entre su profesión y su devoción: «Un jardín requiere lo mismo que una empresa: mimo».
Tal vez por lo que el jardín tiene de sí mismo, asegura que «no permitiré que esto se abandone». Por eso, el empresario proyecta constituir una fundación que asegure que «el día de mañana siga vivo y sea un atractivo para Asturias y para España».

De momento, los llamados 'jardines de Panrico' -en los que trabajan cinco personas- ya son uno de los emblemas de Luarca y, por extensión, del Occidente de Asturias. Y es que su visita sorprende y maravilla por la conjunción de naturaleza y arte que se descubre a cada paso, de mano del guarda, José Manuel Alba. Él es quien acompaña a los visitantes a lo largo de un recorrido gratuito de cinco kilómetros y de unas tres horas de duración.

En ese tiempo, siguiendo senderos (que respetan los antiguos pasos del ganado existentes en las fincas originales) como los llamados del campanario (en el que se encuentra un antigua construcción comprada al Arzobispado para su rehabilitación), de las camelias o de los abedules, el visitante no sólo disfruta de la majestuosidad de árboles y plantas como secuoyas, magnolios, castaños o los escultóricos leilandys. También del diseño de fuentes, esculturas, cenadores y antigüedades que están diseminadas por el jardín.

Además, el enclave cuenta con varios miradores cuyas vistas abarcan todo el litoral luarqués. Tal vez por esto, Rivera destaca que «este jardín tiene unas características únicas y un paisaje prestado maravilloso que es el mar, que enmarca el horizonte y cuyo color azul resalta los verdes y los ocres».

Un año en fotografías
Su ubicación sobre un acantilado del Cantábrico también hace que «tenga más mérito» la conservación de los cientos de variedades que componen el jardín, subraya su creador. Y es que, a pesar de que «esta tierra reúne todos los requisitos» para la floración de las más diversas especies vegetales, las duras condiciones climatológicas de la costa ponían en riesgo la supervivencia de especies procedentes del Trópico, como los helechos arbóreos, o de la cuenca mediterránea, como los olivos, o de países tan lejanos como Japón. Es el caso del árbol de los escudos (Ginkgo biloba), una especie que «resistió la explosión atómica en Hiroshima y que cuenta con numerosas aplicaciones médicas», relata Alba.

Y es que casi cada una de las plantas de los jardines de la Fonte Baixa esconde una historia. Por eso, el guía ilustra la visita con relatos sobre el misticismo de los tejos, la milenaria existencia de algarrobos o helechos arbóreos (de los que se conservan fósile de millones de años de antigüedad) o el empleo de las hojas de la gunera, que alcanzan un metro cuadrado, para construir los tejados de las fabelas brasileñas.

En todo caso, Alba anota que lo que más llama la atención a los visitantes es «la cantidad y variedad» de especies como las camelias (que atrae a numerosos colectivos aficionados a su cultivo), las azaleas o las hortensias, que «son muy llamativas cuando están en flor, porque hay casi cuatro kilómetros en línea», anota el guarda.

Con todo, José Rivera señala que «más del 90%» de las plantas son autóctonas y su transformación a lo largo de las cuatro estaciones se apreciará en las 350 fotografías que se incluirán en un libro sobre el jardín que se publicará en el mes de marzo. El título aún no está decidido, pero «seguro que hará referencia a la búsqueda del paraíso».






::: Noticia generada a las 2:07 PM




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