Soy gitano.
Llevo en la sangre aceite, alcohol, gasolina y musica... el pelo azabache
y lacio hasta la mitad de la espalda, los ojos saltones negro humo;
cuando me subo la camisa se me puede ver lo inflado que tengo el estómago
por culpa de una explosión emocional que espero termine pronto.
El día en que acuchille a una mujer.
-Malditas arpias fecundas de deidades putrefactas-.
Mi madre
suele decir que camino como mi difunto padre.
(Pero cualquiera estaría de acuerdo con que camina como Pedro
Navaja). No tuve la suerte, de conocerlo, a mi padre, por supuesto.
Le llamaban el diablo según me ha contado Rosalba; Se enamoró
de él, por su forma de bailar... según ella y otros, cuando
se montaba en una tarima y se movía en circulos sobre sus botas,
desprendía un insoportable fuego incandescente que quemaba a
los espectadores 5 metros a la redonda, dicen además que sucedían
cosas extrañas a su alrededor, las mujeres no paraban de llorar
y quedaban en embarazo por pura casualidad. Era extraordinario. Desgraciadamente
yo solo vine con un 0,1% de lo que fue el.
Me encontraba
en aquel bar, había acabado de salir de la escuela de baile,
donde me enseñan como armonizar los gritos; me pregunto si existirá
el jadeo corpóreo.
De vuelta a la escuela me tope con una hembra de espeluznante calibre,
era en definitiva un animal raro, al que no habia visto nunca jamás.
El hecho de no conocer las características de este animal, me
asustaba, me dejaba sin armas. (más que el cuchillo que siempre
llevo en los pantalones.)
Pase por su lado y la miré fijamente a los ojos.
Ella no se dejó apabullar por mis ojos de pantera, así
que la olvidé por un momento mientras la recorría de arriba
a abajo. Sus formas me dejaban como pálido, pero... no eran sus
formas, ¡no!. Era algo más. Era su serenidad y su salvajismo
el que yo no soportaba. (y mi cuchillo esperaba, impaciente la hora
de su actuacion.)
Entre
a la escuela, rapidamente me cambié la camiseta blanca, me abotoné
la camisa brillante azul sedosa y me devolví a aquella esquina
en donde estaba ella, tan blanca, tan limpia, tan nube. Con un vestido
rojo hasta los tobillos, un delantal de lino, unas sandalias blanco
de zinc por donde se le veían los dedos de los pies tan, pero
tan templados, de esos que dan ganas de chuparlos hasta el fondo...
y mi pene ya no podía mas, y mi cuchillo tampoco.
Estoy
seguro que yo no le gustaría a una mujer como esa, cuanto daría
por una noche, una sola aunque fuera para cortarle la vulva con este
cuchillo suplicante que siento tener pegado al estomago.
Me detuve frente a ella. La miré de nuevo. Ella me miró
a mi. Yo la mire a ella. Ella no soltaba una palabra. Y le dije: -¡sé
de donde eres! a lo que ella respondió:
-¿ah si? ¿de donde?
-pues rusa,
-no soy rusa.
-polaca,
-no soy polaca.
-sueca,
-no soy sueca, pero tengo cara de holandesa ¿verdad?
y yo le respondí, ah...¡entonces eres holandesa! a lo que
ella me respondió:
-¡no! tu has dicho que sabes de donde soy, asi que sino lo sabes,
pues lo siento, tendrás que
adivinar.
Ella sabia que yo nunca lo iba a adivinar- la mujerzuela, sin duda venía
de otro planeta.
-¿que haces, eres actriz?
-no, no soy actriz, no soy nadie y no hago nada.
Pero esta mujer me insultaba en la cara, con mas descaro cada vez, así
que me decidí. Saque el cuchillo y le dije:
-tienes un lindo collar de cuentas de colores al rededor del cuello,
¿ quieres que te lo corte?
y ella me respondió con su altanería habitual, a la que
yo ya me estaba acostumbrando:
-pues si te parece, ¡córtalo! por mi no hay problema, aunque
pensandolo bien, saldrán todas las pelotitas rodando por la calle
y ¡no! es mejor que no lo hagas.
Nunca había conocido una mujer con unas raices tan gruesas, tan
plantadas, fibrosas y mortecinas.
Yo me desangraba con el solo hecho de verle la cara y empezé
a bailar flamenco en la mitad de la calle, para que ella viera mis cualidades
y se entregara a mi. Para que calculara como rodaba mi pasión.
Pero ella seguí impávida, con ojos marrones mirándome,
yo me sentía en la gloria, con una fortaleza que mi cuchillo,
no podía penetrar.
LLegó su novio y se fueron de la mano, miéntras se entregaban
besos humedos y sonoros por el camino.
Y yo,
los miraba a lo lejos, y yo, lloraba sobre mi camisa azul sedosa y sobre
mi cuchillo inválido, el maldito cobarde solo me servirá
algún día para cortarme las venas.
Antes
de llegar a la esquina, no podía ver mas, tenía los vidrios
de las gafas de versace empañadas por culpa de las lágrimas
que me rodaban por el vestido rojo y el delantal de lino hasta los dedos
de los pies.