Sin título
Annafara [@] [www]

Eran las tres de la tarde y nadie venía a recogerme, no me preguntaba por qué, miraba fijamente la puerta gris grande del colegio, toda majestuosa, por fuera tenía una aldaba que era un león, y yo le temía a la aldaba, pero era eso lo que menos importaba, por esa puerta no aparecía nadie, nadie la tocaba, el timbre no se pronunciaba, nadie ponía fin a mi espera y yo practicaba mi intolerancia, odiando con fuerza la espera y la soledad. Miraba mi uniforme de rayitas blancas y negras que conformaban un profundo y horroroso gris de pacotila. Tan feo, con sus desagradables botones. -Tengo una obsesión por el color-. No quiero recordar los eternos e insoportables grises de mi niñez. Gris claro. Gris Oscuro. Gris tierra. Gris matiz. Gris aguado. Gris ténue. Gris violetáceo. Gris. Odio a Gris.

Yo, sentada sobre el sillón rojo brillante, resbaloso, y  demasiado grande en definitiva, para mi diminuta figura fulgurante desde sus principios. Mis ojos perpetraban a los sonidos de los pasos lejanos de entes que caminaban sobre los pisos de madera del colegio. Qué soledad. Era delicioso e interminable aquel silencio, sobre todo porque se observaban los ecos de la inexistencia de los alumnos bulliciosos.

Pasaba el tiempo y yo acariciaba una naranja aterciopelada que no alcancé a comerme durante los recreos, simplemente porque temía su acidez, y le temía tanto que había decidido devolverme a  casa con ella, acariciándola; palpándola en su inmensidad de fruta proveniente de árbol con raiz, preguntándome acaso si su silencio sería uno prepotente y arrogante de naranja amarilla.
Ante la soledad y el hambre después de haberme negado a un plato de comida de colegio de monjas, empecé a pelar  la naranja con los deditos, cuanto me costaba entonces utilizarlos. -Motricidad- . Pero yo tenía templanza y la partí con calma.

Apareció entonces ella, con su figura tan colorida, asustándome, gritándome, persiguiéndome con su picote de pajarraco, diciendome cosas que una niña como yo no entendía, o quizás ese era el problema, que ella creía que yo no la entendía pero si la entendía, y me asustaba y quería llorar, y sané mi rabia comiéndome la naranja, mientras calculando la puntería le tiraba las semillas directo a la cabeza, con rabia y dolor.

Llegó Sor Ilusa, que podía ser cualquiera,  y la espantó, le dijo que se fuera, que me dejara tranquila y yo la miré como diciéndole: -¡ja!  ¡ves!; con mi deliciosa actitud de niña:
-lero lero-.
Ella se fue como perro regañado, pero volvió a los 5 minutos, cuando la monja se había descuidado... y esta vez se acercó más a mi. Me las quería cobrar ahora que no estaba la monja. Yo me paré sobre el sillón, para quedar más alta y que me viera que yo tenía más poder, al fin y al cabo yo era humano y ella no, ella era una especie rara. De la especie de las histéricas. La miré intensamente a los ojos y le rugí con un intenso grito interno.

Dió la vuelta con actitud irónica y cierta envidia de mi calidad humana tan fina y se fue la colorida Guacamaya tropical sin victimismos sobre su vida de enclaustrada y reclusa del más miserable y asqueroso colegio de monjas que puede haber existido jamás. -En la vida de la Guaca, y en la mia por supuesto-.

 

 

los eternos e insoportables grises | Pasaba el tiempo | como perro regañado

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