En
una esquina a las cinco de la tarde
esperaba con el sol de las corridas a su
prometida.
Se retrasaba y fumaba y fumaba hasta que la ceniza
le llegaba hasta las rodillas.
Prosiguió la espera y no se llenó de gloria
sino que se enterró de colillas, cerillas y demás.
Pasó una semana y la hermosa colina de restos
la utilizaron unos obreros de la construcción
de base para una viga.
Su novia llegó a la cita
pero corrió desconsolada en brazos de su amante
ya que su novio no la esperaba allí como prueba de amor.
Aquí no terminó la cosa
en su casa nadie lo echó de menos,
ni siquiera sus deudores que eran de la opinión
de que así no les demandaría más dinero.
Pasaron los siglos
y lo hallaron petrificado unos arqueólogos.
Ahora está en el interior
de una urna de un vetusto museo de ciencia
con el ramo de rosas en una mano,
un cartel señala sus características:
"Jardinero muerto mientras recolectaba flores."