Te escribo
esta carta, aunque ya he perdido
la cuenta de todas las que te he escrito. Y no me contestas a ninguna
de ellas.
Hoy estoy
triste. He recordado alguna de mis batallas, de mis conquistas para
mi Francia. Ahora, estoy viejo, y ya nadie obedece mis órdenes.
Si hoy estoy muy melancólico y he comenzado a recordar cuando
nos conocimos en Marsella. Si, aún te recuerdo. Con tu meriñaque
movido grácilmente por tu cintura. Te así de la mano,
y comenzamos a bailar el vals. Luego, en los jardines azorados por el
calor nos besamos por primera vez. Tu lunar se cayó. Intenté
buscarlo por la tierra del jardín, con tan mala suerte de que
estabas detrás de mí, y al incorporarme, sin querer, cayó
tu peluca al estanque. Después fuimos nosotros, y... seguramente
ya no te acuerdas de aquella primera vez, de cuando caímos en
el estanque. Nuestras ropas se calaron. Nos quedamos mirando durante
unos segundos en la penumbra que nos envolvía. El calor de la
noche marsellesa invitaba a refrescarse. Contemplaba como mi gorra de
mariscal navegaba en las aguas y embarrancaba con los nenúfares.
Me cogiste de la barbilla y me besaste. Nos abrazamos, después
cayó mi casaca sobre los rosales. Tu meriñaque terminó
colgando de los cipreses recortados con mil extrañas formas.
Mi nerviosismo me delataba en el momento en que me dispuse a quitarte
el corpiño. Tus pechos menudos se agitaron después de
soltar la presión de la prenda. Tu espalda desnuda se apoyó
sobre la pequeña rampa inclinada del estanque. Mis labios recorrían
tu cuello. Estábamos excitados.
Cerraste
los ojos. Te mordiste los labios. Tus brazos rodeaban mi cuello, tus
piernas las mías. Nuestras lenguas se entrelazaban. De mi frente
caían gotas de sudor a pesar del relente fresco del agua del
estanque. Jadeábamos entre las ranas
que presenciaban el acto como únicos testigos. De fondo la música
de la orquesta llegaba a nuestros oídos, pero estábamos
ausentes del mundo...
Te estremeciste,
gritaste cuando llegaste al orgasmo y en ese momento la orquesta paró
en la ejecución de las piezas de no sé qué joven
compositor. Te extrañaste. Pero proseguimos cuando la orquesta
tocó otra pieza. Me senté en el bordillo, tú
encima, mi Josefina. Volviste a abrazarte a mí, más
fuerte, para sentir mi pene enteramente en tu interior, y te movías,
te movías poco a poco porque sentías que te llenaría
de mi fluido caliente. Te mordía tus pechos húmedos, tu
pezón erguido… Sentiste otra vez una sacudida mientras me cogías
de mi melena. Y quedamos durante un buen rato en la misma postura besándonos…
Y sigues
sin escribirme. No sé qué harás con esta carta,aunque
no sé cuántas cartas van ya sin que me contestes. Ya nadie
obedece mis órdenes, y me han dicho que estás muerta desde
hace algunos siglos.
Napoleón