Nació
como todos los chistes, por generación espontánea
en medio de una conversación. Sin embargo, este chiste veía más allá y quiso
ser cuento...
Así, antes que nada tenía que cambiar su inicio para que no sonara a ahitienesquestaún. En el principio quedó el verbo. Ahora debía crecer, redondearse, ser más ancho y profundo. Se empezó a meter de todo, ideas, metáforas, adjetivos, sustantivos, cláusulas, vueltas de tuerca y comas y puntos y rayas. No obstante, cómo les sucede con frecuencia a los cuentos, éste no supo dónde parar y en sus entrañas procreó personajes a granel, quienes luego luego se trajeron sus historias, sus anécdotas y, cómo veían que aquél resistía, fueron a llamar a sus árboles genealógicos. Ya encarrerado, la prosa y el verso, la ética, la moral y la filosofía formaron su cuerpo, al que llamaba corpus, porque se creía mucho. Pero a pesar de todo no pudo deshacerse de su origen primigenio, por eso la Biblia tiene su chiste.
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