Su
ancha camisa de sarga a rayas grises y de largas mangas le daba el aspecto
de un extranjero en aquel lugar. Siempre a la misma hora, día tras día,
justo cuando el lomo de los montes enrojece, Adrián acudía puntual a
aquella cima y esperaba en cuclillas el paso de aquel tren.
Largo y majestuoso como una gran lombriz, aparecía y desaparecía allí
abajo, entre los altos árboles. Rugía dos o tres veces con la misma
fuerza que de costumbre y el eco, se encargaba de transformarlo en concierto
de mil aullidos estremecedores. Más tarde cruzaba frente a él, entre
nubes de vapor blanco y humo negro
arrastrándose muy despacio y poco a poco penetraba en el túnel de aquélla
montaña.
Sólo cuando se ocultaba por completo, Adrián se ponía en pie y regresaba.
Sobre el lado este del cerro, cuatro paredes formadas por viejos troncos
y unos pocos muebles, eran su hogar.
¿A qué viene tanto detalle, te preguntarás? Lógico. ¿Qué nos podría
importar a tí y a mí que Adrián viviese de esta forma?
Es de suponer, que no tendría la menor importancia, si Adrián fuese
un pastor o un campesino del lugar, pero la realidad era muy diferente
de lo que a primera vista aparentaba. El, se había criado entre cemento,
rodeado por inmensas moles, fruto de cualquier ciudad. Muchacho de buena
familia, diremos... que de buena posición, finalizó con éxito la especialidad
de geología.
Amante de su profesión aprovechaba los días festivos para realizar todas
las excursiones, que en plan científico, le permitían el contacto con
la naturaleza. De ésta forma, podía palpar realmente todas sus teorías.
La última, en la que trataba de demostrar que aquélla zona se había
formado de manera distinta al entorno, fue la más sorprendente para
él.
El tipo de rocas, su calidad y dureza, le llevaron hace dos años, durante
una expedición casual por la zona, a identificarla como de muy extraña.
Tomó gran cantidad de muestras, que luego, en el laboratorio de la universidad,
donde impartía clases, examinó y analizó con arduo interés.
Eran distintas a todo tipo de mineral antes estudiado, resultaba imposible
clasificarlas dentro de algún grupo ya conocido.
Pero, cual sería su sorpresa, al averiguar poco tiempo después, que
incluso las plantas del lugar también resultaban inclasificables. Tanto
los vegetales como los minerales, estaban compuestos por las mismas
substancias químicas, en igual proporción y enlazadas siguiendo idénticas
secuencias.
Guardó con gran sigilo su descubrimiento y fue entonces cuando decidió
abandonar su trabajo durante un tiempo, tal vez un año, con la idea
de poder esclarecer aquel misterio.
Tengo que decirte, que desde que abandonó el trabajo, han pasado ya
más de tres años. Y... estaba convencido, de que muy pronto tal y como
han ido evolucionando las cosas, iban ha suceder algo inverosímil para
todos nosotros. En el momento que le fue concedida la excedencia laboral,
Adrián preparó las cosas. Su equipaje resultó ser de lo más sencillo:
latas de conserva, algún medicamento, su pequeño maletín de análisis
de campaña y alguna herramienta de trabajo, cuerdas etc.
Anet, su mejor amiga, fue la encargada de dejarle en la
aldea. Luego caminando unos once kilómetros montaña a dentro, resurgiría
ante él, otra vez, su obsesivo y misterioso paraje.
Pasaré de detalles insulsos y de poco interés para ambos, tales, como
su instalación en aquélla cabaña abandonada y los primeros meses dedicados
a una sencilla observación del lugar. En cambio me detendré en contarte
lo acontecido a partir de los últimos días: Más de dos horas llevaba
intentando localizar la vía del tren, cuando sin haberlo logrado, escuchó
como ascendía lentamente en dirección al túnel.
Esto le sirvió para que pudiera orientarse, e intentó, avanzando entre
la maleza, aproximarse a él. Llegó a estar muy cerca pero el tren hizo
sonar su maldito silbato. La gran cuenca formada por el paraje se encargó
con su eco de desconcertarle por completo. Había estado a escasos metros
y sin embargo le había resultado imposible observarlo de cerca.
Creo, que este día, fue el comienzo de su gran delirio. Dedicó en vano,
días y días, a levantar un plano de aquel lugar, pero pronto llegó a
pensar que aquello resultaba imposible. Dada la ubicación de todos los
elementos que formaban el paisaje, era inútil poder situarlos sobre
un solo plano. Se podía llegar a la siguiente conclusión: el paisaje
estaba formado por cuatro superficies distintas.
La más alejada, la componía una extensa cordillera de montes, de la
cual, por su parte izquierda se adivinaba por donde hacía la entrada
en el valle, el tren. Luego a la derecha, sobre el valle por el que
discurría la vía y, que formaba un frondoso bosque, se encontraba la
montaña más alta en la que se encontraba el túnel. Por último, frente
al paisaje descrito, se encontraba la cabaña sobre la escarpada ladera
de otro monte.
El problema surgía al descender al bosque, resultaba imposible ver el
túnel o la cabaña. Situación que demostró, que aquello era un absurdo.
¿Desde cuándo resultaba posible, que desde un punto llamado x, en línea
recta, se pudiese observar otro punto llamado y, pero que fuera imposible
hacerlo de y, al punto x.?
Meses le llevó poder asumir aquélla extraña filosofía, en la cuál, el
espacio de los volúmenes, de aquel paraje, no cumplía ninguna ley. Casi
durante un año, estuvo recogiendo muestras, clasificándolas según las
diferentes alturas en donde se encontraban. Tomó todos los apuntes que,
consideró interesantes para un posterior estudio.
Una vez al mes, iba a la aldea próxima a por alimentos. La gente del
lugar, unas pocas familias, le acogían con agrado y le proporcionaban
todo lo que le hacía falta. Eran gente sencilla, pastores y agricultores
de supervivencia, sin más estudios, que la cultura que la propia experiencia
de la naturaleza les había proporcionado. Les comentó que era científico
y que estaba allí estudiando las rocas. Por supuesto que intentó averiguar
si algún nativo del lugar había observado algo extraño.
Nadie vio nunca nada fuera de lo normal. Pero, a su pregunta: ¿donde
va el tren? le contestaron con otra: ¿qué tren? Ninguna de las personas
de la aldea conocía la existencia de un ferrocarril a menos de doscientos
kilómetros. Ahora disponía de dos enigmas: la existencia del absurdo
paraje y el inexplicable desconocimiento por parte de todo el mundo.
Esto le llevó a intentar que sus razonamientos fueran lo más lógicos
posibles dentro del absurdo.
Estaba seguro de que fijándose, hasta en los detalles más insignificantes,
podría descubrir algo nuevo, algo que le diera una pista, sino para
aclararlo del todo, sí para encontrar la forma de hacerlo. La realidad
fue muy distinta, la constante observación le llevó a un descubrimiento
que lo alteró por completo.
Aquel tren entraba en un túnel que no tenía salida. Sólo podía ser cierto
si aquel túnel fuera infinito en el tiempo ya que de esta forma el espacio
sería cero. Aquellos días fueron decisivos en el posterior comportamiento
de Adrián. Pasaba días enteros recorriendo el lugar, escondido, intentando
sorprender algo que él mismo desconocía, algo, que pocos meses después,
lo haría ser su propia presa.
El grado de tortura interior se agudizaba cada día más. Apenas si dedicaba
algún tiempo para comer, y esto le iba debilitando poco a poco. Su único
interés, residía en poder contemplar de cerca el paso de aquel fantástico
tren. Lo intentó de diferentes modos, pero al no poder localizar las
vías, sólo le era posible su visión desde la cabaña, punto bastante
alejado, como para permitirle observar con minuciosidad los mínimos
detalles de su estructura.
La locomotora, le recordaba la mítica "Southern Belle" que realizaba
el trayecto de Londres a Brighton en el año 1940 aproximadamente, claro
a esta distancia le resultaba imposible estar seguro de nada. Adrián
desde muy pequeño fue un apasionado coleccionista de pequeñas maquetas
de tren. Conocía con el mínimo detalle las características de cualquier
tipo de máquina, longitudes, potencia, tipo de motor, etc.
Casi estoy convencido de que su afición por la geología le vino a fuerza
de intentar realizar las maquetas con tal perfección, que incluso utilizaba
el tipo de tierra y piedras más parecidas a la realidad. No se conformaba
con cualquier cosa, siempre decía: "La semejanza más perfecta, es la
misma realidad". Ahora, el destino lo estaba poniendo a prueba.
Realizó cálculos minuciosos de todas las distancias, e hizo, incluso,
comparaciones de la hora solar, desde distintos puntos. No tenía duda
al respecto, aquel paraje era real, salvo, que por alguna circunstancia
en la que no caía, se reflejaba claramente, un salto en el tiempo. El
lo llamaba: "Diferentes estratos de lugar y de tiempo".
Hace tres días, el estado de ánimo de Adrián se ha elevado como la espuma.
Anda como loco preparando todas sus cosas, creo no estar equivocado
al pensar, que ha descubierto la forma de poder alcanzar el tren. Sin
duda una de las últimas noches, debió de dar con la forma de llegar
hasta la vía. Ahora estoy seguro de mis sospechas, él, ha descubierto
la solución de todo este misterio y ha decidido a tomar el tren.
Esta tarde le observé con más atención que las anteriores: esperó la
hora, en que la locomotora hacía su aparición en el valle, su rostro,
pasó, desde la frialdad total, hasta el máximo gozo justo en el momento,
que comenzaba a desaparecer en el túnel. Luego, sonriendo en lo más
hondo de su alma, se dirigió a la cabaña.
Al día siguiente, cuando el sol se encuentra en lo más alto, salió de
su interior. Había reducido su equipaje de forma alarmante, sólo alcancé
a ver un par de bolsas. Caminó muy despacio en dirección a la parte
más alta, su lugar preferido de observación y pasó largo rato allí.
Me dio la sensación de que de alguna forma trataba de despedirse de
su entorno. Más tarde, comenzó a descender con prisa. Pronto dejó atrás
la cabaña y se internó en el bosque.
Aquella tarde el cielo fue más azul que
nunca y las nubes mucho más blancas, incluso el aire que respiraba sabía
mejor. El gran silencio reinante participó de forma tal, que cuando
el tren hizo sonar su silbato, éste, se escuchó mucho más fuerte que
de costumbre.
Ascendía majestuosamente por el valle, jugando al escondite como de
costumbre. En el mismo momento que la locomotora comenzaba a entrar
en el túnel, sentí un fuerte estremecimiento dentro de mí. Mi mirada
quedó fija en el último vagón. Por primera vez, era capaz de contemplar
sus ventanas, mi corazón latió con mucha más fuerza al observar el rostro
de Adrián en su interior.
Fueron tan sólo unos segundos, pero los suficientes para comprender
que por fin lo había logrado. Estaba apunto de entrar en su verdadero
mundo. Una fantasía real. En pocos segundos el tren se perdió de vista
dentro de aquel túnel, había transformado en su propia realidad.