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Para conocer el grado de decadencia mental de los diversos invitados a una boda, sólo tiene usted que prestar atención a su regalo de boda. Ya saben: dime qué regalas y te diré cómo eres. Un juego de lámparas para las mesitas de noche. Este regalo denota una clara relajación mental, una falta de originalidad cercana a la vulgaridad y un encefalograma plano. Una yogurtera. Esto ya es otra cosa, oigan, lo de la yogurtera es propio de un enfermo mental, de un ser rebuscado y que -aunque mal- hace trabajar a sus neuronas. Un edredón. Típico regalo de una parejita recién casada. Sin comentarios. Dinero en efectivo. Un vividor, un "viva la Virgen" que no tiene tiempo ni ganas de andar de tiendas buscando el jodido regalo. Un Ferrari. Está claro: un narcotraficante. Lo siento pero estoy pasando una mala temporada. Un parado o un sinvergüenza. Un radio-despertador. Lo de este elemento no tiene nombre: o es un gracioso o un desgraciado. Un teléfono móvil. Un capullo, la clase de gente que uno no debiera invitar a su boda. Suele ser el que luego grita aquello de "¡¡que se besen, que se besen!!" como si en ello le fuera la vida. Un mechero Zippo. Uf... hay que joderse. Claros síntomas de demencia senil y ganas de dar el cante. Una tostadora (y van seis). El individuo que regala una tostadora sufre graves carencias afectivas y probablemente sufrió vejaciones en su mocedad. Un auténtico negado. Un sonajero. Este es un despistado que siempre confunde bodas con bautizos y sepelios con despedidas de soltero. Así le va en la vida. En el entierro de su suegro se presentó arrojando confeti y serpentinas al grito de "¡que empiece la fiesta!". Y ya vale por hoy. De cualquier modo hay que reconocer que la culpa de estos desaguisados no la tienen los individuos arriba expuestos sino los descerebrados que les invitan.
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