En
la torre han puesto una imagen nueva:
aburrido como estaba dios, lo que menos le apetecía era tener
que bajar, otra vez, a supervisar como sellaban la paz los mortales
-la paz de los hombres se hace con guerras, y la paz de dios se rompe
con la de éstos- como quiera que le venía -por el poco
uso- pequeña la túnica de sellar paces, encontró
en esto la excusa perfecta para quedarse vagueando entre mullidas nubes
unas cuantas eternidades más, y mandar en su lugar un emisario.
Sabe el lector perfectamente que se comunican las aves por medio de
los ángeles o los ángeles por medio de las aves, que para
el caso que nos ocupa no importa: andaba el diablo o un diablo (estas
cosas, como digo, nunca importan) disfrazado de bañera
transparente en un convento de Hermanas Redentoras Piamontés
-el diablo, que puede seducir a la mujer que quiera, prefiere ser bañera
para ver a las monjitas en cueros-, y enterado de que la designada de
sellar la paz a la que él había contribuido con innúmeras
cizañas era una ángel de pétreos rasgos, decidió
cabalmente que tenía que ir allí, metamorfoseado en león,
para comprobar en persona qué había de verdad en eso del
sexo de los ángeles, colándose
entre las faldas de uno.
Los hombres no han podido dejar pasar este singular hecho, y, con un
extraño concepto de deuda, hoy en la torre han puesto una imagen
nueva.