Era
la Nochevieja del 9... y nos vestíamos para salir a cenar. En
eso, vino hacia mí con lo que me pareció un termómetro
y, sin decirme nada, me lo alargó. No sé cuantas veces tuvo
que explicarme lo que significaba aquella rayita azul. ¿Embarazada?
¿Que quería decir con eso? Así que, tres meses después de nacer el pequeño "despiste" de tres kilos y pico, decidí hacerme la vasectomía. Me hizo el urólogo unas cuantas preguntas rutinarias, se aseguró de la firmeza de mi decisión, y entró en materia. Sacó un mapa del "terreno de operaciones", a color y con todo lujo de detalles. Con un abrecartas (¿era preciso?, ¿no podía usar un bolígrafo como todo el mundo?), me fué señalando qué iba a cortar y qué anudar. Yo ya no sabía como ponerme en la silla. Con mi decisión algo menos firme, acordamos la fecha de la operación. En
el hospital, la sala de espera estaba abarrotada. Unos pocos hombres,
algo pálidos, permanecían sentados con las piernas cruzadas
fuertemente. El resto eran madres, esposas, amantes, y hasta creo que
algún confesor. Solo faltaba un notario para dictar últimas
voluntades. Debido
al nerviosisimo se conversaba en voz alta; demasiado alta. En eso vi a mi médico. En un aparte le pregunté, -temiéndome lo peor- si aquel era mi quirófano. Dijo que sí, que no había otro, y que la doctora L. era muy buena. ¿Buena? ¿Aquello era "buena"? Trató de tranquilizarme. Dijo que él estaría también allí dentro, con los demás. ¿Con los demás? ¿CON LOS DEMAS? ¿Qué era, el día del espectador? Allí dentro solo faltaba un colegio de visita. Ahorraré pormenores escabrosos. No tuvieron el detalle de hacerme desnudar. Ni de cintura para abajo, siquiera. Bastó con bajarme los pantalones hasta los tobillos y tumbarme en la camilla. El urólogo, una vez más, se empeñó en narrarme lo que iban haciendo. Parecía como si retransmitiese un acontecimiento deportivo. Solo faltaba que los mirones hiciesen la ola. Una
vez acabado y puesto en pié, me preguntó la doctora cómo
me sentía. ¡Por favor!, estaba de pie con la titola momificada
y los pantalones en los tobillos, ¿cómo me iba a sentir?
¡RIDICULO! -¿Cómo
ha ido?, preguntó mi mujer. La puse. Y, ¿qué quieren?. A alguien se lo tenía que contar, ¿no?
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