Salía
a verle todas las mañanas. Me sentaba en el portal y le veía
bajar la calle, con su mano izquierda en
el bolsillo, (distrayendo mis deseos con su virilidad escondida). La otra
la movía al compás del paso. Yo miraba aquella mano de nudillos
prominentes, (mi lengua se entretenía en aquellos montículos
absorbiendo el sabor de su piel); dedos largos
con ausencias de adornos, (sus yemas recorrían mis muslos con una
elegancia inusitada, haciendo delicados círculos, ascendiendo poco
a poco. Mi respiración se entrecortaba; me daba miedo respirar
y romper su ritmo); las uñas perfectamente arregladas, (la dulzura
de su cuidada presencia se metía en mi. Su dedo corazón
jugaba con el abrazo de mi sexo y su pulgar se enredaba en mi mal atendido
vello); las venas tenuemente marcadas en el dorso, (con la sangre subiendo
a grandes pasos hasta cruzar el latido de mi pecho); el borde de su camisa
de seda blanca aparecía bajo su chaqueta.
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