En la explanada frente al hotel el sol cae castigandonos las cabezas sin miramiento. Atisbamos algo negro acercandosenos cuesta abajo y nos apretamos unos contra otros, intercambiando las humedades de nuestras camisetas. Por fin la limusina llega y su portezuela trasera se abre. La estrella asoma sonriendo y levantando la palma a modo de saludo. No me he puesto bragas. Al olor de la fama de mi coño manan mares. No es el hombre de la limusina quien lo despide, ese olor. Son las miradas de nuestra multitud volviendose hacia el hombre de la limusina las que le inyectan el aroma del exito bajo la piel, obligandole a viciar el aire con su suerte. Sin nuestras miradas el hombre de la limusina oleria a ganado. Sin nuestras miradas el hombre de la limusina no seria nada. Sin nada que nos encauzara la mirada, tampoco nosotros seriamos nada. Mediante esta simbiosis el hombre de la limusina se mantiene con vida. Es tambien mediante esta simbiosis que nosotros nos mantenemos con vida. Sin esta simbiosis tendriamos que ahorcarnos todos y la velada se saldaria sin supervivientes. Al hola que pronuncia el hombre de la limusina me estremezco y cataratas subitas de fluido me resbalan coño abajo. A un alarido inidentificado de uno de nosotros dan inicio los vitores. Diminutas gotas de saliva brotan de nuestras bocas y flotan brevemente en el aire antes de estrellarse contra el suelo. Nuestro circulo se estrecha en torno al hombre de la limusina y presiona contra las vallas y los brazos y los pechos de los hombres de seguridad. Un hombre se abre paso entre nuestra multitud en direccion al hombre de la limusina. Lleva una pancarta en la mano, ese hombre. Expresa su disconformidad con el hombre de la limusina, esa pancarta. Nos apesta la fiesta, esa disconformidad. Sabemos que solo en tanto seamos capaces de una adoracion sin limites por el hombre de la limusina podremos hacer sobrellevables nuestros dias. En consecuencia todos nos hemos configurado como una unica masa, como un solo ente, con objeto de empujar y derribar y neutralizar al hombre de la pancarta. Nuestros vitores son ahora el aullido del animal que mata. El hombre de la pancarta ha caido de cara al suelo. Botas y zapatos de tacon han caido sobre la pancarta, quebrandola. Neutralizado el hombre de la pancarta, han recomenzado los vitores. Entonando un chillido casi ultrasonico he conseguido captar la atencion del hombre de la limusina. Nuestras miradas se han encontrado como por milagro. Mi coño ha despedido tal cantidad de calor que de pronto me he visto boqueando como un pez. Entonces he sentido que algo me tironeaba de la falda hacia abajo. Al bajar la vista he descubierto al hombre de la pancarta, quien ha gateado entre piernas y piernas hasta quedar justamente bajo las mias. Tiene una herida en la sien. Tiene la clase de ojos que piden un escupitajo a gritos. Levantando de nuevo la vista reestablezco contacto con el hombre de la limusina. Me sonrie. Sonrio. Mi pierna se levanta y cae con fuerza sobre una superficie que al impacto se adivina esferica y recubierta de pelo. Mi pierna se eleva otra vez para caer de nuevo, con nervio. Y otra vez. Y otra. Pronto estoy bailando un zapateado. A cada nuevo compas mis pantorrillas son ametralladas por gotarrones gruesos y calidos. No puedo parar de chillar. En contra de mi voluntad, mi espinazo comienza a arquearse bajo la embestida del orgasmo. De pura crispacion pierdo el control de mi vejiga y me orino encima. Mis dientes chirrian como un deportivo que derrapa. Pronto estoy mirando al sol cara a cara. Nada mas comienzo a reponerme ya estoy de nuevo buscando la mirada del hombre de la limusina pero ya no hay mirada que valga: Por la direccion en que miran mis muchas cabezas de multitud es obvio que el hombre de la limusina ha hecho ya entrada en el hotel. Al acuclillarme observo que hay pelo pegado a mis zapatos de tacon. Me siento tan extasiada por la experiencia vivida que podria llorar. Y asi lo hago: lloro. Sujetandome la falda con la diestra comienzo a hacer de vientre.
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