Los tres tomos del diccionario "Sopena"(Edición Argentina), se hallaban en el lugar de siempre; el estante de la biblioteca: quietos, cerrados, a disposición del que los necesitara. Las tapas verde oscuro, no permitían ver las iniciales que alguna vez fueran doradas, indicando las letras con que empezaba cada tomo. Abrí el primero y escaparon las palabras, como si hubieran estado prisioneras de las hojas. El escritorio se convirtió en un colchón de ellas; hablaban a la vez, movilizándose de un lado a otro . Paseaban por el retrato de mamá, el calendario, el jarroncito con flores; invadieron todo sin respeto alguno. De la A, a la D, podía ver, como desde la primera letra del abecedario castellano, hasta Dzugashuili (José Vissarrionovich) verdadero nombre de José Stalin, estaban todas juntas y mezcladas entre si. Nada importaba en ese momento, sólo que no cayeran perdiéndose alguna , cosa irreparable para nuestro idioma. El temor de abrir el tomo segundo, me aterraba imaginando la mezcla. Sin embargo, con un fuerte impulso lo retiré del estante, para leerlo con tranquilidad sin perder palabra. Estaban alineadas en orden, inmóviles y conscientes de la importancia que significaban. Cada tanto, alguna nueva palabra me seducía incorporándola a mi vocabulario. Las que jugaban frente a mi, sobre el escritorio, inducían a las disciplinadas del tomo dos, a hacer lo mismo. Gracias a Dios éstas se mantuvieron en su postura. Con más confianza fui al tomo tres : de la P, a la Z. Comenzaba con la decimonona letra del abecedario español y la decimoquinta de las consonantes, llamada pe; culminando con : zurcir. Pensé que debía comprarme otro Diccionario actualizado. Esta edición del año 1954, era ya antigua. Desde entonces muchas palabras nuevas debieron incluirse en nuevas ediciones. Con mis pensamientos aún, las palabras del tercer tomo formaron con las del tomo uno, un conjunto imposible de dominar. Cierto es que se mantenían sobre el escritorio invadiéndolo todo, pero sin caer al piso. No podía tocarlas, ya que se escabullían; indudablemente impulsadas por las ansias de libertad. Traté de convencerlas, de que sin frases hechas, no podrían ir por el mundo. Necesitaban artículos, adjetivos, sustantivos y predicados que las unieran en una historia; solamente así lograrían lo anhelado. Creo que se conmovieron con mis argumentos, o se convencieron de la veracidad de mis ruegos. Poco a poco, las del tomo uno, se alinearon juiciosa y prontamente, lo mismo que las del tomo tres. Hablé entonces de la libertad de expresión, una forma mucho más aplicada de ser. De nada les serviría andar libres individualmente, descolocadas. Frases, oraciones, artículos periodísticos, la historia real de los pueblos del mundo, representaría su verdadera libertad. Tomé los tres tomos que nuevamente ocuparon su lugar en la biblioteca, dejándome la sensación de que sin trabajo de equipo, llámense personas o palabras, jamás conseguiríamos algo sensato e inteligente.
|