La gota
Anbibia [@] [www]

Me levanto tan ansiosa, tan ávida… tan emocionada. Escojo cuidadosamente mi atavío: uno que no hable de más… que no se adelante a los hechos… uno que me muestre sencilla en el triunfo y digna en la derrota. Uno que disimule mi exaltación, que no grite que no pude dormir la noche anterior. Uno que no nos moleste, que no nos incomode ni nos enfrente como enemigas en un campo de batalla. Ciertamente no se trata de una guerra ni de un concurso de belleza, por lo que decido ir desarmada, desprovista, sin maquillajes ni artificios que me luzcan radiante y hermosa. Como una muestra de mis buenas intenciones. Quiero que me conozca simple, traslúcida… aunque este aparente gesto de paz no haga sino recordar mi frescura y mi juventud… es intencional, casi malicioso pero me permito esa carta en la manga y me siento astuta. Casi casual, como de paso… mientras me pregunto si podrá leerme entrelíneas y adivinar mi cuerpo debajo de mi camisa, dentro de mis pantalones… o contestar sus por qué viendo mi cabello largo y suelto, dorado como de muñeca entre las manos negras. 

Entro, buscando entre la gente un rostro que no conozco pero que presiento que identificaré inmediatamente. Busco ojos mirándome. Una presencia de bulto metálico que no puedo obviar, me distrae y me atrae… el micro estacionado, sin pasajeros, no me mira ni me habla pero me dice todo… Pienso que ya está aquí y que me está estudiando… Entonces trato de mostrarme altiva y serena, despreocupada y resuelta… Reviso cada banco, cada columna, cada mosaico con mirada de graciosa criatura extraviada o de irresponsable madre adolescente. Pero no sobresale nadie del compacto de gente habitual y propio de una estación… Se arrepintió; lo pensó mejor y no se animó o no le interesó conocer la razón de su impotencia, de sus desvelos… Averiguo en boletería: el coche estacionado parece ser el que acordamos que la cruzaría. Me desconcierto. Espero el próximo… o llamo por teléfono ya mismo… más tarde… mañana… hasta que acceda, hasta que la convenza de lo trascendental del encuentro. Indudablemente habrá un antes y un después… soy absolutamente consciente de eso. Me siento para ordenarme; nunca pensé en la posibilidad de que no llegara… Ahora la alternativa no pensada se cierne amenazante y casi concreta… Qué hago, entonces, con mis ilusiones y mi desenfreno… Cómo supero el descontento y tejo un nuevo intento. Un enredo viviente de hilos sueltos se desplaza monstruoso, expandiéndose gigante y amorfo entre los múltiples pasajes y pasadizos de mi cerebro… Debo extraer el cabo primero que lo desarme. Este prometedor extremo asido no reduce la vorágine ni desata el enredo… lo aviva aún más. Tengo las manos llenas y no me detengo… Vuelvo a sentirme satisfecha y feliz aún en el fracaso… Sigo sentada pensando, pensando… reconstruyéndome, reinventándome… Otro micro llega y se detiene. Y el torrente despiadado se congela y se fragmenta en miles de astillas de vidrio multicolor mientras ella baja, diminuta y tímida, escondida tras unos lentes demasiado grandes que no me revelan aún su rostro… Avanza hacia mí: nos separan los años aunque su cuerpo aún se ve joven y delicado… Me alegra resaltar… hasta soy más alta. Ella me reconoce inmediatamente… acá estoy yo, entera y simpática, explotando mi candidez y mi descaro, apuntándola con mi mejor sonrisa. No sé qué está pasando, movimientos de saludo, inconscientes: no se si la besé o si sólo empecé a hablar… Me escucho en una especie de introducción que mi cabeza seleccionó, bajo presión, como el puntapié inicial… Estamos caminando y puedo imaginar cómo suena el espacio exterior en el retumbe de mi bolsillo, cómo se inmortalizan los pasos y el vaivén de la mochila que me endereza la espalda… La estoy grabando… Siento que estoy atravesando la barrera del tiempo, me relamo vencedora: estoy capturando este momento para revivirlo cuántas veces quiera, para reproducirlo… Un pedazo de tiempo, de vida que se supone irrepetible y que sin embargo yo podré repetir cualquier día, cualquier tarde para reoírla y analizarla como en este glorioso mediodía que nos late y nos pica en la cabeza… Estamos sentadas en el banco de una plaza… Ya somos como viejas amigas… Nos reímos y nos reconocemos en el retrato que trazamos y tachoneamos juntas, mixturando gestos y voces… Me río internamente cuando le veo un ademán que yo también tengo… o exclama en un uso que me es tan familiar… que nos es tan nuestro… ¿de los tres?.

El motor de mi cerebro es independiente y sorprendente: mientras coordina y asimila el relato y, coherentemente, contesta… se escapa con los gitanos y los perros, monta caballos de metal y caucho y salta cordones-riscos mientras bebe y fuma, mientras grita y no se cansa de hacer el amor… Y vuelvo a desafiar el curso del tiempo… mientras vivo dos situaciones, tan reales e indescriptibles, sostenidas en el mismo espacio geográfico pero en distintos vuelos. 

Ciertamente es uno de los mejores días de mi vida… sin importar lo absurdo que suena escucharla gozar y saberla engordar con la gota obscena y mezquina que se chorreó de mi entrepierna.

 

 

Uno que disimule | un antes y un después… | atravesando la barrera del tiempo

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