¿Caracoles? ¿Por qué no caracoles? Nunca los había probado,
pero después de todo jamas probé los ostiones antes de los
treinta años y de ahí en adelante me convertí en
un asiduo devorador de estos mariscos deliciosos, así es que afiné
el estomago y me zampé un bocado de estos animalitos seguido de
un largo trago de vino tinto que dejó mi copa exhausta. Raquel
se acercó a mí con la botella de tinto en la mano y escanció
mi copa mientras miraba mis ojos que le rehuían fingiendo estar
distraídos con el techo, en un momento me traicionaron y se encontraron
con el escote abierto de esta mujer
que me debería ser tan familiar y que sin embargo se me antojaba
como una dulce desconocida que me invitaba a comer caracoles. La copa
se llenó y mi mano temblaba un poco mientras las piernas envueltas
en nilón de Raquel se movían cadenciosamente hacia la barra
y en las bocinas estereofónicas con alta fidelidad y sonido superdolby
dejaban escapar la voz aguda de Silvio buscando melodías y evocando
a la Violeta y a Chico Buarque y yo me hundía en el sillón
mullido escondedor de hombres caracol-fobicos esperando las medias negras
de nilón limitadas por una minifalda roja, sí roja ¿de qué
otro color podría ser? No tuve que adivinar la pregunta que vendría,
la sabia desde mucho antes de la primera copa de vino tinto e incluso
antes de que llegara a su departamento, sin embargo ¿qué podría
responder? Mira Raquel lo que ha sido de mí todos estos años
es exactamente lo que ves, he rodado un poco de arriba abajo y mucho menos
poco de abajo hacia arriba, pero al final estoy aquí diez años
mas viejo treinta kilos más obeso y mucho más loco que en
aquel entonces... aquel entonces... el resplandor del encendedor evitó
que me escapara al "aquel entonces" y le di una fumada al cigarrillo
que me acababa de encender la mujer minifalda roja medias de nilón
negra y blusa escote mírame pero no me toques. Seguía Silvio
en estéreo espectacular y su voz sonaba distinto que en la pequeña
grabadora de la casa del estudiante diez años y dos meses antes.
Pedí permiso para pasar al baño
mientras masticaba una oración por la desaparición repentina
de los caracoles.
De regreso al sillón mullido trinchera vuelvo a creer una vez más
al encontrar un pequeño plato con trocitos de queso y aceitunas
en donde estaban antes los caracoles y doy gracias al cielo por dar tan
infinito entendimiento a Raquel que deja de ser medias negras minifalda
roja y blusa de seda para convertirse una vez más en Raquel y nada
ni nadie más que Raquel, mientras tomo la tercera copa de vino
Raquel se parece más a aquella Raquel de diez años atrás
en el jardín de la universidad en pantalones de mezclilla y con
dieciocho kilos y cuatrocientos gramos de libros bajo el brazo, ya no
me siento incomodo y me como la ultima aceituna y cojo suavemente el brazo
de Raquel antes de que intente ir a la cocina por mas aceitunas y le digo
sin darme cuenta anda sígueme contando lo de la maestría
y ella sigue y el disco salta al siguiente y es otra vez Silvio pero el
Silvio viejo de por quien merece amor pero con la voz en alta fidelidad
y a mí me sigue sabiendo igual que antes la riquisima voz chillona
de Silvio y Raquel concluye con un contundente - No sé qué
va a pasar con los zapatistas pero quizá lo puedas leer en mi tesis
doctoral cuando todo se haya resuelto ya- Es entonces que me pregunto
que hace Raquel vestida como para seducir al demonio y caigo en cuenta
que la distancia entre Raquel hace diez años y Raquel ahora son
los pantalones de mezclilla y los vestidos amplios y los aretes artesanales
y el bolso de yute, nada más.
Chocamos las copas mientras pierdo la cuenta del vino ingerido pero es
seguro que he abierto más de una botella y confirmo que la risa
es la misma cuando la deja volar franca y opaca el corazón desangrado
de Silvio y me pregunto si es la segunda vuelta que da este disco. Se
acerca y tiemblo cuando pienso en un instante que sus labios están
demasiado próximos a mi nariz y siento su mano sobre mi mejilla
y casi me desvanezco pero me salva cuando se retira un poco y me muestra
una pestaña y me dice - pide un deseo pero no me lo digas- me abstengo
de objetarle que no creo en esas cosas y me quedo callado y ella me dispara
su risa franca y comprendo que ella sabe que no creo en esas cosas y que
ella tampoco cree.
No recuerdo en que momento me quite los zapatos pero me causa gracia que
no me haya asaltado el pudor absurdo que siempre me causa el descalzarme.
Aprovecho la desnudez de mis dedos para acariciar la alfombra y me suena
lejana la pequeña serenata diurna en el estéreo y me suenan
tan a adentro las palabras envinadas de Raquel - Pero ya he hablado mucho
de mí ¡me tienes que contar algo de tu vida!
Y la vida se me va por un hilo de vino que se me resbala por la garganta
y me pregunto por qué no suena el teléfono como en las películas
y me desabotono el cuello de la camisa y me pregunta ella por qué
la tensión y me pregunto yo si no habré asaltado un banco
y no lo recuerdo, pero lo hago deliberadamente en voz alta y ella se ríe
otra vez y ahora me doy cuenta de la forma en que me agrada esa risa abierta
que no llega a ser chocante. Me mira comprensiva y me reclama dulcemente
- hay que joderse contigo te volviste un tipo misterioso - Yo me pregunto
si me habré vuelto misterioso pero esta vez sin voz alguna y ella
se mueve y siento sus labios en mi mejilla así de repente y el
vino hace su efecto y yo me levanto de un salto pero no derramo el vino
y ella me mira pero no se ríe solo me muestra sus dientes blancos
en una leve sonrisa que permanece mientras camino hacia la puerta y le
digo adiós y ella me dice adiós y yo caigo en la conciencia
de que a ella le faltan los vestidos amplios y los aretes y los collares
de artesanías y los cabellos largos rondándole en desorden
la cara hermosa y a mí... a mí me sobran diez años
y todo el peso de lo que no pude decir.
Silvio termina; como un libro, una palabra una guerrilla, como doy el
amor y yo cierro la puerta.
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