Le temblaban las piernas
Juan Manuel Iniesta [@] [www]

Subió corriendo las escaleras. Su corazón latía emocionado por la travesura y la subida. De lejos, seguía los movimientos de la suegra soñada. La señora se agachaba para sacar la ropa de la cubeta y tenderla en los mecates de la azotea. Años rezándole a San Antonio y nomás no podía ser la nuera de la señora. Al verlos, se dio cuenta que le pertenecían al El Gato. Así le decían no por sus ojos verdes, sino, por lo escurridizo que era para los pleitos. -Esos chones sí son los de El Gato, porque los más grandes han de ser del tripón del hermano-. En cuanto la suegra se fue para continuar su rutina diaria, la Lola se deslizó sigilosamente a descolgar la truza indispensable.

La Lola parecía no haber sido agraciada con las sensuales características una mujer para atraer a los hombres. Más de un año detrás de El Gato y éste ni la pelaba.

Cuando la Lola sintió que él de veras la ponía fogosa, y que nada tenía que ver el calor de la primavera, se fue al mercado a comprar unos chones esplendorosos. Con ellos esperaba aumentar el tamaño de su trasero. La frustración de tan exótica compra, surgió cuando ya en el baile, se acercó discretamente una de sus amigas a decirle -¡Lola! No traes los calzones bien acomodados, se te ve una nacha más abajo que la otra-. Tuvo que dejar a su ligue de la noche e ir a tirar los calzones a otro lado... en el bote de basura del baño.

Cansada de ser su ángel y sombra, decidió enviar su mirada a otros machos de buen ver. Así comenzó a visitar bares en plan de ligue. Regularmente llegaba haciendo movimientos voluptuosos, si es que había chavos, pero cuando su mirada se cruzaba con la de algún tipo, le temblaban las piernas, desaparecía la sonrisa de su cara, y terminaba escondiéndose o huyendo del lugar. Era con El Gato o con nadie, eso le quedaba bien claro.

En el momento en que la Dolores se dio cuenta que no había nada de Gato cerca de ella, ni zarpazos de algún otro, se fue directito a las cartas. - Mira, aquí hay un hombre de cabello güero, anda tras de tí-. La Lola frunció el ceño, divagó con la vista intentando averiguar quién podría ser y movió la cabeza diciendo no. La gitanilla la observaba calladamente y al ver sus gestos, sacó otra carta y la puso sobre la mesa. -¡Ah! Por aquí veo a otro hombre, es de cabello negro, es muy guapo y te gusta mucho, las cartas dicen que pronto lo tendrás muy cerca, y.....-. La Lola sonrió emocionada. Llegó al edificio con doscientos pesos menos en la bolsa y convencida de estar más cerca que nunca de domesticar al felino.

Tres meses de espera y El Gato no aparecía en su casa. Casualmente de camino al súper, se encontró con la solución de su vida, una revista con un título de letras rojas que decía "Sedúcelo y Consíguelo". Bien valía la pena comprarla. Durante los siguientes meses. La Lola visitó regularmente el puesto de revistas, buscando siempre reportajes intensos y exóticos; se aprendió todos de memoria, ni en la escuela había estudiado tanto.

Por fin llegó la fiesta que organizaban Don Valentín y su señora esposa. Cada año la ofrecían a los vecinos y amigos para festejar el año nuevo. La Lola se emocionó tanto, que se convenció de que éste sería el mejor momento para seducir y volver loco de amor a su pretendido, tal y como lo había aprendido en la revista. Mientras ella tomaba un ponche calientito con piquete, se le acercó el Chava
-¿Qué onda? Vamos a bailar-.
-No Chava gracias-.
-Ándale no seas apretada-.
-No es eso, es que si El Gato me cacha bailando contigo, la que se me arma, tú lo conoces-.
-No exageres, además, a lo mejor ni viene-.
-Mira, mejor vete a sacar a otra-.
Y la Lola volteó su mirada a la puerta abierta, a esperar un Gato de ojos verdes y de buen ver.

A principios de año, se prometió ora sí, ligarse un chavo y un día viendo la tele, aprendió algunas recetas de magia para atraer el amor. La Lola casi se muere del susto cuando su mamá la cachó desnuda pasándose un ramo de pensamientos por el cuerpo y rezando no sé que cosas. Espantada se tiró a la cama enredándose en la colcha. Así se quedó hasta que la doña terminó su discurso.

En otra ocasión, cerca de las doce de la noche, en un día de luna llena, se cortó un mechón de cabello, salió al jardín para excavar un hoyo, en él enterró una manzana roja, una raja de canela, y su mechón de cabello. Casi mata al peludo y travieso Fantomas, cuando lo cachó desenterrando los elementos que le subirían la pasión perdida. Pero el muy canijo se hechó a correr con la manzana en el hocico, dejando lo demás a la intemperie.

La peor de todas fue cuando bajó las escaleras corriendo y al llegar a su cuarto, se puso cuerísima frente al espejo, ya sin chones ni brassier, con dos velas rojas a cada lado puestas sobre el piso, se puso la truza de El Gato en la cabeza. Y mientras ella la jalaba hacia su cara, contoneando su cuerpo, entró su mamá al cuarto. La madre espantada por la escena, llamó al papá, quien para darle punto final a sus hechizos, la dejó moretoneada, advirtiéndole un peor castigo si la volvía a encontrar cachoneándose en casa. Así que fue la última vez que intentó aplicarse en la magia.

Han pasado varios años y la Lola le envía regularmente cartitas de amor a El Gato con la esperanza de no hacerse tan vieja para hacerlo divorciar y casarse con él.

A pesar de las miradas penetrantes desfilando ante sus ojos, la Dolores, sigue escondiéndose detrás del cabello, la mano o simplemente se hace mensa mientras le tiemblan las piernas.

 

 

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