La reconocí por primera vez en casa de mi hermana. Vista de ciega, ojos vacíos y un leve tic que me hizo adivinar que algo veía. Llegó de vacaciones, un acento inevitablemente golpeado, insolente, repentinamente muda, impensadamente grandilocuente. Cuando eso sucedía quedábamos suspendidos esperando una catástrofe, vaticinaba el Apocalipsis sin decirlo, alimentando con sus gestos un temor inexistente y que, sin embargo, sobrecogía reduciendo los espacios al ahogo febril como una soprano con senos enormes sufriendo bajo un corsé en plena escena. Luego supusimos que se enamoró de un duende peaceandlove. Y se quedó, y la recibí en casa. Comía compulsivamente, se lo comía. Dormía bajo mi alero, él necesitaba que lo sorbieran. El ahogo duplicado de un cuerpo que resiste todo, de una cama que la resiste a ella. Así, mirándola de lejos, comencé a llamar su odio. Sus carreras aumentaban, violentas, mientras yo me replegaba. Nada decía, nada dice, pero exuda el olor del desvalido que no acepta compasión. El olor de los días sin descanso, la furia de la jaula. Así crece, enconándose, encarnándose, repeliendo y oliendo. Dibújate, Claudina, pon el dedo sobre el espejo después del baño y delinea tu cuerpo, tu dedo y yo ordenaremos el caos. Pero no quieres y no te lo diré, porque temo tus ojos, la cosa que llevas dentro. Debes vomitar y no quiero estar. Esa cosa, la viscosa, azufrosa, caerá sobre mí y dejaré de ser yo para convertirme en un engendro de su imaginación. Porque ella es la enferma, juro que me muerde cuando estamos a solas. La veo ir y venir de su pieza a la cocina o al baño. Sus ojos son del color del cielo más claro, lava su cabello a diario y en vez de cepillarlo lo golpea y lo golpea como si en ese acto tan nuestro, tan sensual, ella prefiriera agredirse. Voy sigilosa por la casa buscando que no me arañe (creo que podría matarme si cambio de posición el jabón o si miro directamente a sus ojos). En un acto estratégico decidí tomarme el piso de arriba. Cada día subo algo más, una mesa, la cafetera, todo lo necesario. Está en pie de guerra y me defiendo huyendo, reuniendo mis cosas para que no las use, para que no me las desgaste, porque son mías. El perro está en el patio, le tenía pánico y ella se adueñó de él, me mostraba sus dientes... ”algún día te lo tiraré para que mueras de pavor...”, pero con un temblor imperceptible y el sudor del terror, cada día abandonaba la casa viéndole tras las rejas y aligerando el paso para que no sucediera. Ahora lo alimento, lo hice mío Dios sabe cómo, no me asusta, me acaricia y ella, con sus ojos de gato claudino, lo patea cuando cree que no la veo. No la daño, pero parece que hay cientos de moscas que se le pegan. Yo las veo. Ella no sabe que son moscas, casi no ve, y hace muecas espantosas para vislumbrar qué le molesta. Yo digo que le ayudaré una de estas noches, tengo Tanax y es efectivo, una buena dosis y podrá descansar. Soy una buena niña y quiero ayudarla, pero si está despierta no podré, corre sin necesidad, eleva la música y patea un mundo que yo acaricio en silencio. Porque ¿saben?, yo soy buena niña. Claudina trabaja, trabaja mucho, con desesperación, respira agitada y quiere ser la mejor. Yo la admiro, Claudina es muy eficiente. Ella dice que hace lo que toda mujer debiera hacer. Pero yo me quedo en casa, yo cocino, leo y escribo para nadie. Soy lenta, tengo la pasividad del que está en el borde y la gracia es la de tener cercana la puerta para salir corriendo si la cosa se pone dura. Estrategia número 2. Ya casi no la veo, no me mira, pero respira el aire que yo le aviento. Es una forma de compartir y soplo fuerte cuando llega, huelo a cigarro. Mamá dice que contamino, Claudina pone cara de asco e incrementa las frituras para apagar mi aliento. Nunca sabré si nos neutralizamos, pero la casa sabe a tensión de muerte. Mutilamos, marcamos, nos repelemos, pero yo quiero que sane, que se sane de mí y de las moscas. Estamos viejas y seguiremos creando arrugas. Tal vez por eso las moscas no la dejan en paz. Quizá presientan su cuerpo flagelado o esperan que ocurra el milagro de que sus ojos se llenen de lágrimas para poder sorberlas. Hoy vi un halcón en mi ventana, me traía señas de un amigo. Era bello y temible, me vio y salió volando. Vienen las aves a posarse en el árbol que alcanza el segundo piso. Me auguran buenas nuevas. Yo no quiero moscas, tengo buena vista y ellas no se me acercan. Hay una clínica estética, gatuna, verás que te cortarán las uñas, limpiarán tu boca y tu ano y te peinarán después del baño de sales. Haré que vengan cada mes y así, Tanax, caricias y mimos te traerán de regreso. Tu boca olerá a nardos y tu ano disfrutará del sexo. Y seguro que no habrá más moscas en el mundo y verás que soy niña buena.
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