Había
terminado de leerle el "El terrible anciano" de Lovecraft. Le gusta que
le lea mientras permanecemos sentados, frente a frente, tejiendo la noche.
Teníamos la piel y las miradas congeladas de terror. Se nos quebraba
la respiración. Entonces, hicimos un
paréntesis para servirnos otro vaso de cerveza.
Mientras
bebíamos en la penumbra, el silencio se había convertido
en el rey de la madrugada. Cuando Lovecraft surtió efecto en el
alcohol, comenzó a hablarme muy quedo, muy lento. Me contaba anécdotas
de su niñez, allá lejos y hace tiempo, cuando se escapaba
de la escuela, de algunas horas de clase.
- Sabes a dónde iba?, me preguntó.
- Al cementerio - casi susurré con la voz entrecortada, pero con
absoluta seguridad- Me lo habías dicho ya antes.
- Es cierto. Ya no lo recordaba... Ir al cementerio me encantaba...
- Y qué hacías allí?, pregunté algo estúpidamente.
- Paseaba. Me gustaba mucho caminar por entre las tumbas. Había
una quietud indescriptible, un silencio... (Hizo una pausa). Muchos dicen:
"Yo ni en la paz del sepulcro, creo."
Yo creía... Me encantaba el silencio. Caminaba en puntillas de
pies, no quería ni respirar por eso.
Mis
ojos observaban desorbitados, mis oídos hubieran preferido no tener
tan buena audición en aquel instante. La contemplación global
de la escena me resultaba pavorosa. Estaba con mis brazos fuertemente
pegados al respaldo de la silla. Pero, el relato continuaba:
- Ahora hace bastante que no voy. Después que ella murió
espacié un poco las visitas. Pero, la recuerdo siempre, ¡siempre!.
Parece que eso no es bueno, pensar tanto en los muertos. Dicen que las
almas necesitan despegar, lograr la paz que necesitan y que a los tres
años ya es hora de dejarlas partir definitivamente. Y ya hace tres
años que ella murió... La última vez que fui a visitarla,
hacía tanto que no iba que no recordaba demasiado bien donde estaba,
pero me detuve a pocos pasos de la entrada, eché una mirada y enseguida
me di cuenta cual era el camino. Dije: "es
allá". Tenía puestas flores artificiales. ¡Ella
las odiaba! Decía que eran eso, flores artificiales, flores muertas.
A ella le gustaban las fresias. Por eso, yo le pongo rosas y fresias.
Le llevo cigarrillos y caramelos "media hora"...
Sus
verdes ojos estaban muy lejos de su rostro, muy lejos de aquella habitación.
Para cortar la mirada perdida y traerla nuevamente a su lugar de origen,
le serví el resto de cerveza que quedaba en la botella.
- Gracias, dijo.- Y sentí que mi propósito estaba dando
resultado.
- ¿Te leo otro cuento?
- Sí, me encanta que me leas.-- dijo ya con una sonrisa en los
labios.
Su
semblante era otro. Pero, una nostalgia infinita continuaba aún
grabada a fuego en su rostro. Tomó mi mano izquierda y la cubrió
de besos. Después, la cerró con la suya.
- Guardalos... -dijo con una voz apenas perceptible que me conmovió
muy íntimamente.-- Son besos locos. Se escapan. No conocen de prisión.
Nada
dije. A veces, las palabras no alcanzan. Siempre pensé que el idioma
carece de palabras suficientes para describir todas las sensaciones que
un ser humano es capaz de percibir.
- Bueno, te voy a leer entonces... a ver... déjame ver...
a ver... sí, éste: "Aire frío".
Y nos introducimos completamente en aquel cuento donde un
hombre había muerto hacía dieciocho años y se
mantenía vivo por congelación. Su mente cambió el
rumbo de los pensamientos conducida por la mano de Lovecraft.
Al
terminar de leer el cuento estábamos, otra vez, mirándonos
frente a frente. Se acercó a mí, me besó y escuché
ruidos de pájaros extraños afuera, en la calle. Me separé
suavemente de su cuerpo y le pregunté, apenas con los sonidos que
me quedaban claros todavía:
- ¿Escuchas los pájaros?
- Son las cuatro de la madrugada. A esta hora no hay pájaros...
El pánico se apoderó de mí.
- Por favor... ¿podríamos cerrar todas las ventanas antes
de ir a dormir?
- Sí, querida - dijo.
Y agregó:
- Somos mudos testigos de nuestros actos. No podemos hablar de nosotros
mismos. Sólo estas cuatro paredes nos protegen de las miradas indiscretas.
Se
dirigió a cerrar las ventanas de la enorme casa. Yo tenía
la piel y la mirada congelada de terror y Lovecraft ya estaba dormido
sobre la mesa.
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