Es muy noble, me dijo alguien un tiempo después. También me habían dicho al principio, no le mientas. Hice caso. Recuerdo la primera noche cuando caminábamos hacia aquella esquina. La luna de principios de junio se reflejaba en nuestros pies mientras que, por aquellas dos calles, descendía una multitud de estrellas en caravana. Era una noche muy diferente. Una noche encendida con luz propia. Enseguida pude vislumbrar la maldita soledad desprendiéndose de las solapas de su abrigo. Su soledad igual a la mía. Entonces, atiné casi a gritarle en la esquina donde nos detuvimos: "¡Sólo sucede que tengo mucho miedo! ¡No me dejes sola!" Y era verdad. Dos años de soledad, pensé más tarde, es mucho tiempo. Que eso haya dado un vuelco repentino, lo valoro. Me hablaron de sus temores, de sus dolores, de su preocupación luego disipada, en síntesis, de los motivos del aislamiento de la vida. Pero, la sonrisa ahora instalada en su boca era síntoma de alegría, de esperanza. El tiempo se nos fue en estudios de comportamientos y conductas, en resquemores, en recelos, entre lo que veíamos, pensábamos y nos decían. Filosofía equivocada. No quería eso. Pero, eso era todo lo que había, aquella tarde, sobre la mesa. -
Te voy a dar un consejo para la próxima vez - me dijo. Quedé atónita, mientras observaba como transpiraba la botella sobre la mesa. -
Es que yo jamás te mentiría....... - me atreví a
balbucear. Habían dicho: no le mientas, es muy noble. Hice caso.
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