Una cuestión de peso
Grossberta Von Muslamen [@] [www]

...Amémonos con calma. Amor, en su garita,

Tenebroso, emboscado, tiende su arco fatal.

Conozco los recursos de su arsenal antiguo:

¡Crimen, locura, horror! -¡Pálida florecilla!

Como yo, ¿no eres tú también un sol de otoño,

Oh mi helada, mi pálida, mi dulce Margarita?

CHARLES BAUDELAIRE

 

- Conocí a Doña Margarita Bernueces a lo largo y ancho de un candente y sudoroso ocho de agosto. Recuerdo exactamente la fecha porque ese día era el cumpleaños de Paca, mi mujer, y porque su entrada en la tienda se vio acompañada de un estupor generalizado. Irrumpió en mi establecimiento columpiando graciosamente sus generosísimas carnes perladas de sudor, miró a su alrededor con aprobación y cacareó para mi asombro y estupefacción de los clientes: "Buenos días joven, me llamo Doña Margarita Bernueces y Velasco. Me he trasladado recientemente a este barrio y su carnicería es la que más me gusta de por aquí. Me encanta la carne, la adoro... así que de hoy en adelante seré su cliente. Vendré a comprar varias veces por semana, pero si no tiene inconveniente, le pagaré mensualmente. Haga el favor de anotar mi nombre y abrirme una cuenta"...

Como usted comprenderá, ante tan contundente y arrolladora declaración de intenciones no fui capaz de responder otra cosa que un sí casi inaudible y obedeciéndola cual cordero apunté su nombre en un papelito, convirtiéndome de inmediato en su fiel y seguro proveedor. A partir de aquella mañana sus visitas a la carnicería fueron constantes. Era lo que podía llamarse una mujer carnívora. Venía dos o tres veces por semana y se aprovisionaba de morcillas de Burgos, rabillo de ternera, muslos de pollo, salchichas, hígado de cerdo, filetes de babilla, lomo adobado, chuletas de cordero, picadillo de cerdo... Cuando llegaba el final del mes pagaba religiosa y despreocupadamente las gruesas sumas que se iban acumulando en su cuenta y me pedía con voz alta y risueña que le abriera una nueva.

Más tarde supe que Doña Margarita se había trasladado al barrio pocos días antes, al parecer, tras separarse de su tercer marido. En el barrio se comentaba que la separación no fue tal, sino que él la había echado de casa debido a su gordura y a su voracidad... Yo puedo presumir de no haber sido nunca un chismoso o un cotilla, pero en la carnicería, desde detrás del mostrador, no podía evitar el escuchar ciertas conversaciones en las que nunca intervine. Decían que engullía desaforadamente, que se gastaba un dineral en comida, que anteriormente había estado a dieta, pero que unas pastillas para adelgazar habían alterado su metabolismo y a partir de entonces su glotonería se acentuó, con lo cual su aumento de peso, y consiguientemente de volumen, se hizo progresivo. Desde entonces, no cesó de engordar más y más, y fue debido a esa desmesurada obesidad y a la obsesión sin límites por la comida, por lo que su marido, un abogado adinerado y señoritingo, le había enseñado el camino hacia la puerta de su casa a cambio de un apartamento y una considerable suma de dinero mensual.

Como le he dicho, yo jamás participé en esos comentarios tan dañinos. Ella era mi mejor clienta y era, también, lo que yo llamo una dama: una mujer muy respetable, una señora en toda la extensión de la palabra, simpática, educada y con clase. Además, siempre he creído que discriminar a las personas por su físico es una bajeza intolerable, cruel y mezquina...

En fin, como le iba diciendo, yo jamás me metí con su corpulencia, que no sólo no me parecía antiestética sino que hasta me resultaba entrañable y familiar. Y es que Doña Margarita me recordaba mucho a mi madre, tenía como ella la cadera generosa y prolífica, unos antebrazos tan tiernos y apetitosos como un buen solomillo de ternera, una papada temblona y cálida que al ritmo de su risa fácil abanicaba los labios gruesos y sensuales. Sus enormes senos eran a un tiempo voluptuosos y protectores. Sus manos pequeñas y gordezuelas siempre parecían estar calientes... en fin, qué quiere que le diga, a mí Doña Margarita no me desagradaba en absoluto, es más, me parecía una mujer encantadora, sí, para qué ocultarlo, ciertamente desde el primer momento ya me agradaba, me agradaba bastante...

Los meses fueron transcurriendo sosegadamente al tiempo que nuestra relación se estrechaba, y por fin llegaron las Navidades... espero que no me malinterprete cuando digo que la relación se estrechaba. Me refiero a que las visitas, casi diarias, de Doña Margarita a la carnicería, propiciaron un trato de confianza y familiaridad que comenzaba a convertirse en una verdadera y sana amistad.

¿Por dónde iba?... Ah sí, le decía que llegaron las Navidades... Por tal motivo, Doña Margarita se personó una mañana en la carnicería pidiéndome tres cochinillos y un lechazo para celebrar los festines navideños en compañía de sus amigas de la Asociación de amas de casa separadas. Estimé que el peso de toda aquella carne era excesivo para la espalda maltrecha de mi clienta y me ofrecí para llevarle a casa, yo mismo, aquel pesado paquete de carne. Consideré que era lo menos que podía hacer por doña Margarita, que, como ya le dije, era mi mejor clienta y gracias a la cual mis beneficios habían aumentado notablemente. Aceptó encantada y acordamos que le llevaría el pedido a casa cuando cerrase la carnicería, a eso de la una y media.

Tengo que admitir que la idea de visitar a Doña Margarita en su casa me produjo una suerte de extraña excitación que no es frecuente en mí. Sentía una gran curiosidad por ver cómo se desenvolvía en su espacio personal, por contemplar la decoración de su apartamento, por saber cómo se vestía en la intimidad y..., en fin, ya sabe usted como son estas cosas... una mujer sola... vamos, que siempre se le pasan a uno ideas raras por la cabeza... pero bueno, como ya le dije, no son habituales en mí ese tipo de fantasías.

Con la puntualidad que me caracteriza acudí a la cita. Doña Margarita vivía en una casa antigua sin ascensor y tuve que subir penosamente cuatro pisos y veinte kilos de carne a golpe de escalera. Cuando llegué por fin, extenuado y falto de aliento, Doña Margarita ya me esperaba con la puerta abierta de par en par y una sonrisa inmensa en la cara. "Gregorio, ¡Qué puntualidad!, así da gusto" dijo afablemente. "Pase, pase, no se quede ahí parado". Me guió hasta la cocina por un pasillo corto y estrecho y una vez allí pude deshacerme del fardo de carne y admirar la belleza que a mi alrededor se desparramaba.

Doña Margarita estaba radiante. Llevaba una túnica larga y muy ligera, de colores vivos, que bailaba acompasadamente en volátil vaporosidad a cada movimiento de su cuerpo superlativo. Era una delicia ver como aquella mujer inmensa se movía graciosa y rápidamente por la pequeñez del apartamento, que además, estaba arrebatadoramente decorado. Repleto. Abigarrado. Henchido de figuritas, fotografías, floreros y otros cientos de adornos. Recuerdo que me dijo: "Soy agorafóbica, ¿sabe?" Yo no entendí muy bien lo que quería decir, pero asentí sonriendo. Parecía que en cualquier momento rozaría con el desparpajo de sus carnes demoledoras cualquier objeto de los que la rodeaban por todas partes produciendo un estropicio, pero curiosamente, se deslizaba entre ellos con la levedad y la ligereza de un ser etéreo.

Doña Margarita se dispuso entonces a meter la carne en el congelador, pero el volumen del paquete era excesivo para sus reducidas dimensiones. Así que sacó un machete de un cajón y se dispuso a trincharlo. Como usted ya se habrá imaginado, consideré que, siendo yo diestro y profesional en tales artes, lo menos que podía hacer por ella era trocearlo yo mismo y así lo hice. En un periquete, por supuesto.

"Gracias por todo Gregorio, es usted muy amable. ¿Se tomará un gazpachito antes de irse, verdad? Acabo de hacerlo..." -dijo. Yo no quise abusar de su generosidad y decliné su ofrecimiento no sin antes agradecérselo. Hice amago de salir, pero Doña Margarita me lo impidió literalmente interponiendo las rechoncheces de su voluminoso organismo entre mi enclenque cuerpecillo y la salida. "Ande, no sea vergonzoso y tómese una tacita, que está riquísimo. A mí el gazpacho me encanta, lo tomo durante todo el año, lo mismo en invierno que en verano..." En efecto, la temperatura de la casa era absolutamente veraniega, podría decirse que la potencia de la calefacción del apartamento era tan arrolladora como la de su dueña, así que finalmente acepté el gazpacho confiando en que refrescaría los calores de mi cuerpo aún sudoroso y fatigado por la ascensión escaleras arriba.

Consideré que no debía sentarme, así que me quedé de pie en la cocina con el tazón en la mano. Ella se sentó ante mí y me miró con complacencia, ya sabe, con ese gesto de regusto satisfecho que lucen las madres cuando ven comer a sus retoños... Fue entonces cuando me percaté de la belleza de su escote. Desde la altura pude ver un picado de sus pechos que me estremeció de súbito. Bajo mis ojos, justo a la altura de mi sexo se desplegaban inmensos y abrumadores aquellos dos senos portentosos, soberbios, enormes...

A partir de ese momento no recuerdo muy bien como se desarrollaron los hechos, yo..., me quedé turbado, hipnotizado ante aquel prodigio anatómico, no era capaz de separar mi mirada de aquella exquisitez cárnica, de aquel canalillo abismal que me atraía hacia sus profundidades voluptuosas con el vértigo de un precipicio... "¿Qué le ocurre Gregorio?"-dijo sonriendo con pícara malicia. Yo no pude decir nada, intenté hablar, pero de mi boca tan sólo salieron unos centímetros cúbicos de delicioso gazpacho que se deslizaron sabrosamente por mi barbilla. "Pero hay que ver lo tímido que es usted..."

Fue entonces cuando acercó sus preciosas manos gordezuelas a mi cuerpo y empezó a desabrocharme el pantalón... El resto ya se lo puede imaginar... yo... no sé si debo... en fin... espero no herir su sensibilidad... hay ciertas cosas que sólo pueden llamarse por su nombre... bueno... como le iba diciendo, Doña Margarita acercó entonces sus manos a mi cuerpo y sin ningún pudor comenzó a frotarme la entrepierna y a desabrocharme el pantalón... No dejé que continuara, yo mismo me arranqué la ropa en unas décimas de segundo y me lancé imperiosamente sobre su escote. Hundí mi cara en las profundidades lechosas de sus tetas dispuesto a ahogarme entre ellas si así hubiera sido preciso... ¡Qué delirio!... Perdí la noción del tiempo devorando febrilmente la exuberancia de aquellos pechos magníficos, me deleité largamente lamiéndolos, chupeteándolos, mordisqueando los duros pezones oscuros que los coronaban como si de dos pasteles gloriosos se tratase... Ella, entretanto, sonreía palmeteando los sesenta kilos escasos de mi cuerpo como una niña jugando a los muñecos... Después me incorporé, me puse de pie ante ella y deslicé mi polla tiesa en la humedad de mi propia saliva que cubría la vasta extensión de su pechuga por completo... ¡Qué maravilla!... A cada embestida de mi polla entre sus tetas atocinadas, me esperaba ansiosa la boca profunda y hambrienta de Doña Margarita, que chupeteaba y succionaba con fruición lasciva mi glande hinchado hasta los límites de lo imaginable... Así estuvimos un buen rato hasta que me corrí estrepitosamente sobre sus labios, mientras ella, con una voracidad que yo hasta ahora sólo he visto en el cine, engullía, sin dejar una sola gota, el fluido que se desparramaba abundante sobre su cara enrojecida por la excitación...

Doña Margarita entonces se levantó de un salto, se despojó de la túnica por completo y se tiró sobre el suelo de la cocina con el cuerpo y las carnes totalmente disponibles... Comprendí perfectamente lo que quería... me arrojé al suelo ante sus piernas abiertas, le separé los labios del coño con los pulgares y sumergí, no sin arduos esfuerzos, mi voraz lengua en lo profundo de su vulva. No pude seguir así mucho tiempo, pues las poderosas mollas michelínicas de sus muslos me aprisionaban las mejillas cual fauces hambrientas... estuve a punto de ahogarme, se lo juro... tuve entonces, que separar aquellas masas de carne deliciosa con ambas manos, ejerciendo una presión sobre ellas en direcciones contrarias, cual Sansón bajo las columnas del templo... así conseguí acceder libremente a mi codiciado objeto de deseo. Ante mi boca ávida se desparramaba gloriosamente todo el poder de aquel coño suculento. Enorme, inmenso, desparramado y delicioso. Me sumergí de nuevo en aquella vulva sinuosa de la que el flujo ya manaba a borbotones e inundé mi cara en sus jugos vaginales que me zampaba con glotonería mientras recorría a golpe de lametón cada recoveco de su piel musgosa... Ella, entretanto, profería rítmicos y melodiosos grititos en falsete y agitaba las piernecillas regordetas en el aire mientras jadeaba y resoplaba como un león marino... Después, ascendí de nuevo hacia sus pechos nadando sobre su piel caliente y mullida... Ciertamente nadaba sobre ella, ya que ni un solo centímetro de mi piel hacía contacto con el suelo de la cocina, estaba levitando sobre el cuerpo caliente y de consistencia flanosa de Doña Margarita como sí de un colchón de agua se tratase... En su delirio placentero, agarró una esquina del mantel que colgaba sobre nuestras cabezas y tiró de ella furiosamente. Junto al amasijo sudoroso y empapado de secreciones que formaban nuestros cuerpos anudados en el suelo, cayeron desparramados los ingredientes del gazpacho, agarró entonces un pepino de dimensiones considerables y lo puso en mi mano... usted ya sabe que soy una persona complaciente, y no deseaba sino agradarla..., así que lo tomé entre las manos y lo deslicé entre los vericuetos tortuosos de sus muslos hasta que conseguí insertarlo por completo en su vagina insaciable. Al tiempo le pellizcaba los pezones, y mordisqueaba los enormes mofletes de su culo suntuoso, dentro de cuyas sedosas profundidades había deslizado un dedo...

Su excitación se acentuaba cada vez más, pero parecía que no iba a correrse nunca, aquella vorágine ya se prolongaba demasiado y yo... ya no sabía como proporcionarle el placer definitivo... ella cada vez gritaba más... sus grititos iniciales se habían ido transformando progresivamente en alaridos sopránicos que rebotaban en mi cerebro como latigazos eléctricos... estaba a punto de correrse... yo agitaba dentro de ella aquel falo con una furia salvaje y ella gritaba cada vez más alto, tenía los ojos en blanco y jadeaba estrepitosamente entre chillidos de placer...entonces yo... entonces... entonces... yo... entonces... yo no recuerdo lo que... yo... entonces...

- Entonces fue cuando cogió el machete y le cortó el brazo ¿no es cierto?

- ¿De qué está hablando?... yo... no recuerdo nada de eso...

- ¿Ah no?, ¿No recuerda como le seccionó el antebrazo de un certero golpe y ante sus gritos desgarradores sesgó su cuello de un tajo silenciándola definitivamente?

- Ya les he dicho mil veces que no recuerdo nada de eso, no... no... ya les he dicho mil veces que me parecía una mujer encantadora, que yo no quería sino complacerla...

- ¿No recuerda como después descuartizó su cuerpo, como lo trituró con su propio multirobot de cocina para hacer salchichas?, ¿no recuerda como fileteó con destreza sus muslos? ¿no recuerda el sabor de los riñones al jerez que se estaba comiendo cuando la policía tiró la puerta abajo?

- No sé de que está hablando... Yo no hice nada de eso, yo la amaba señor juez, yo la amaba, yo la amaba... la amaba... la amaba... la amaba...

- Llévenselo.

 

 

 

Faro

Puente

Torre

Zeppelín

Rastreador

Nuevos

Arquitectos

un estupor generalizado | festines navideños | extraña excitación | me arrojé al suelo ante sus piernas abiertas | en lo profundo de su vulva