Martes, 18.35 h.Riiiiiiiiingggggggggg,
Riiiiiiiiingggggggggg. Miércoles, 19.15 h.Todas las televisiones de este planeta ( y parte de las emisoras de los planetas adyacentes) han conectado ya con el estadio de fútbol, se juega la final de la Copa. El país paralizado, las calles de la ciudad desiertas. No se habla de otra cosa. Y yo, como un idiota, tengo que ir a ver el piso porque la señora no puede enseñármelo en otro momento. Grrrrr. Por suerte no hay tráfico y llego allí 10 minutos antes de lo previsto, pero como ser puntual no significa llegar antes, sino llegar a la hora en punto, me doy un paseo por los alrededores. Me asomo a un bar en el que todo el paisanaje está gozando con el duelo futbolístico. Está acabando la primera parte, por poco que tarde en ver el piso, mientras llego a casa, mierda... no podré ver ni los diez últimos minutos del partido. Ocho
en punto: llamo al timbre. Me abre un tipo grandote. Me
mira con cara de marciano (quizá,
por el modo de formular la pregunta, se piense que YO creo que ÉL
es la Sra. Engracia), se ve que no me presta mucha atención porque
mira el partido de reojo. Al fin reacciona: No,
no, no. No puede ser... no puede haberme hecho esto.
Viernes, altas horas de la madrugada.Riiiiiiiiingggggggggg,
Riiiiiiiiingggggggggg. (Pausa) -Verá, el miércoles, el equipo de nuestra ciudad jugó la final de la copa... y la perdimos. Le llamaba para agradecerle su hermoso gesto de impedir que yo sufriera con la derrota de nuestro equipo. Gracias por hacerlo, aunque me dejase plantado esperándola para ver su maldito piso. Pi, pi, pi, pi, pi...
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