El viejo profesor entra en el aula mentalizado de que ésta será la última vez que imparta clase; da los buenos días a los alumnos y, como siempre, nadie contesta. Los chicos andan enfrascados en sus cosas y ni siquiera se percatan de su presencia. Resignado ante una indiferencia a la que se ha acostumbrado después de años de impartir enseñanza, saca sus apuntes de la raída cartera de cuero negra y busca las notas sobre la lección que tiene preparada para hoy: Glosar la obra poética de Samuel Taylor Coleridge. Aclara la garganta y se dirige a la clase procurando mirar a un punto neutro, equidistante entre la indiferencia general y su hastío e intenta hacerse oír sobre el murmullo general: "Ejem... Señores y señoritas... hoy trataremos la poesía de – coge un trozo de tiza y escribe el nombre del poeta en la pizarra, prosiguiendo su lección sin apartar sus ojos de la misma - Coleridge. En ella se destaca la importancia del sentimiento y la imaginación, rechazando las formas y los temas literarios convencionales. De este modo, predomina la ficción sobre la razón, la emoción sobre la lógica y la intuición sobre la ciencia, lo que propicia el desarrollo de un vasto corpus literario de notabilisima sensibilidad y pasión que antepone el contenido a la forma, estimula el desarrollo de tramas rápidas y complejas, se presta a la fusión de géneros, propicia la libertad de estilo y la rima libre" Interrumpe su lección para tomar aire. Sabe, sin necesidad de mirar atrás, que en estos momentos Raúl esta imitando sus ademanes y que Igor se ríe por lo bajini, con esa risa de imbécil que tiene, de las payasadas del otro; que Marcia estará limpiando los recovecos de sus largas y esmaltadas uñas del semen que le habrá dejado su chico que, a la postre, será el que la dejará preñada un día de éstos cortando por la mitad su "prometedora" carrera como mujer fatal; que Minerva mira por la ventana ensimismada, siempre inalcanzable, siempre pensando en sus cosas en vez de fijarse en él, precisamente en él. Cuántos años loco de deseo por Minerva... mas ni una sola mirada cómplice, ni un solo acto que le hiciera albergar esperanzas más allá de su relación de alumno-profesor. Decide dejar todos esos pensamientos de lado, "soy un vejestorio, ¿quién se va a fijar en mí?", y se concentra en la lección. Se gira hacia sus alumnos y constata que no se ha equivocado mucho en sus apreciaciones; sólo Minerva sigue su disertación con sumo interés. Un poco más animoso, prosigue: "Coleridge, hijo de un vicario, nació en Ottery St Mary el 21 de octubre de 1772. Entre 1791 y 1794, salvo un breve período en que, por hallarse endeudado, tuvo que alistarse en el ejército, estudió en el Jesus College de Cambridge. En la universidad adoptó una serie de ideas políticas y teológicas consideradas entonces radicales, especialmente las del unitarismo. Abandonó Cambridge sin haberse doctorado y se unió al poeta Robert Southey con la idea, pronto descartada, de fundar en Pennsylvania una sociedad utópica basada en las ideas de William Godwin. Se casó en 1795 pero su matrimonio resultó un fracaso. Southey, que había contraído matrimonio también, partió para Portugal. Coleridge permaneció en Inglaterra escribiendo y ejerciendo la enseñanza, publicando en 1796 Poemas Misceláneos. El año anterior Coleridge había conocido al poeta William Wordsworth y a su hermana Dorothy, con los que entablaría una duradera amistad. Su relación con Wordsworth se tradujo en la colaboración de ambos en un volumen de Baladas Líricas (1798), que se convirtió en un hito de la poesía inglesa; ese libro contenía los primeros grandes poemas de la escuela romántica, destacando entre ellos el famoso "Cantar del viejo marino". El viejo profesor prosigue la lección como un autómata; en un momento de la misma hace una pausa y, como por casualidad, pregunta a nadie en particular: "¿Es cierto que Coleridge plagió a Schegel?. ¿Alguien puede aclarármelo? Silencio.
- Obviamente, si. Pero no creo que Walter Jackson Bate acierte más echándole la culpa al... La clase sigue su monótona cadencia habitual. Al terminar, el viejo profesor anuncia que deja la Cátedra. "Demasiados años ejerciendo, ya es hora de pensar en el retiro, les echaré de menos", (miente); aunque sí notará a faltar la rutina diaria, el gusanillo de la enseñanza. Por lo demás, no deja atrás una gran orla de afectividades. Quizá un pequeño vacío. Nadie dice nada, ni un solo comentario, ni una despedida. Nada. En la indiferencia más absoluta, el viejo profesor da por finalizada la clase. Mañana vendrá para presentar a su sustituto, un joven llamado Demóstenes. Los alumnos empiezan a desfilar como si fueran un rebaño bovino, aliviados de poder salir de allí, ilusionados porque después del tostón de Literatura toca clase de Gimnasia. No quiere seguir mirando; desplaza su atención a la pizarra, donde el nombre de Coleridge sigue escrito en tiza blanca sobre el negro del fondo. Mientras lo borra, piensa que echará de menos el olor a tiza. Acaba y se gira, esperando encontrar el aula vacía. Pero Minerva se mantiene en su lugar, los demás ya se han ido dejándolos a solas. El corazón le da un vuelco, sin poder evitarlo. Ella se acerca montando su silla de ruedas con la pericia habitual, y al llegar a su altura le habla: - Me gusta la poesía de Coleridge pero no me haga caso, suelo exagerar en mis apreciaciones. Ahora que se va, me gustaría tener la oportunidad de charlar con usted sobre Coleridge en particular y sobre Literatura en general: Me encanta leer a Bukowski, Miller, Perlas, Durás, en fin... ¿Qué le parece? Se
despiden con un estrechón de manos. El viejo profesor observa cómo
la silla de ruedas se desliza hacia la salida, y se deleita contemplando
el intenso pelo negro y el movimiento rítmico de sus brazos al
empujar las ruedas. La puerta se cierra y queda solo. Deja la cartera en el suelo y pasa la mano por los pupitres que, a pesar de todo, no le dicen gran cosa. Una parte importante de su vida la había pasado enseñando; los últimos años en este aula que no le dice nada. Se esfuerza en no pensar en tiempo malgastado. Quizás, de alguna manera, sus enseñanzas habrán hecho mejores a sus alumnos, o eso quiere creer. ¿De verdad fue así? Sus pensamientos se interrumpen al llegar junto al pupitre ocupado por Minerva. Pasa la mano por el gastado plástico y se da cuenta que dentro hay un papel escrito; no se atreve a cogerlo, cree que es algo muy personal, da media vuelta y se aleja. Apaga las luces, ya sólo queda entregar la llave del aula a la secretaria. Mañana se despedirá de los demás profesores y de los administradores, ahora quiere irse cuanto antes. A su pesar, deja la cartera en el suelo y se dirige a la mesa de Minerva, levanta la tapa y observa el escrito. Sin duda es su letra: "Todo ese tiempo sufriendo en silencio, pensando en el suicidio, me ha hecho madurar. No es fácil pasar de ser un cuerpo perfecto a ser poco menos que un vegetal; de tener unas piernas estilizadas a verlas deformadas por la inmovilidad. No, no es fácil. Obsesionada por acabar de una maldita vez, mirando por la ventana de mi habitación calculando la distancia entre el suelo y mis sueños, entre el mundo y mi mundo. No, no ha sido fácil. Sólo la literatura me ha ayudado a sentirme viva; las clases de literatura, Coleridge y mirar por la ventana, sopesando los pros y los contras. Por favor, no te vayas ahora....... no me dejes sola..." Cierra la tapa con cuidado. Algo en su interior se remueve, algo que podría definirse como ternura. Espera estar a solas para fagocitarse en ese sentimiento con más tranquilidad. Recoge la vieja cartera y sale al pasillo. El futuro ya no se presenta como una interminable autopista terroríficamente vacía que conduce a ningún lugar. Ahora todo es diferente y quizá... quizá hasta haya una esperanza... "Gracias, Samuel Taylor Coleridge, por haber existido".
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